Ajarei mot y Kedoshim-אחרי מות וקדושים

Este texto es largo y en algunas secciones complejo.
Para ayudarte en su lectura, para no aburrirte, le pondré títulos que diferencian secciones.
Espero que encuentres algo que te sea de provecho, que lo vivas, que lo compartas y si quieres nos dejas un comentario aquí debajo, porque tener retorno de los lectores es agradable y necesario.
Que pases un excelente día, el mejor de tu vida.

Parshiot de la semana.
Esta semana en el pueblo judío (fuera de Israel) se leen dos parshiot juntas, Ajarei mot junto con Kedoshim (אחרי מות קדושים).
De Kedoshim es un clásico de los comentaristas la sección del versículo tan mentado y manoseado que expresa: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (Vaikrá / Levítico 19:18).
Sabemos de su trascendencia, de su centralidad, de su importancia por lo cual lo hemos trabajado en numerosas ocasiones previas. Es bueno recordarlo, releerlo, revisar lo ya enseñado porque es maravilloso encontrar nuevas ideas, mejores acciones incluso en aquello que uno ya creía conocer y asumía como aprendido. Así pues, te invito a que hagas clic aquí, para que se abra una lista de textos que sería bueno repasar.
Mientras tanto, vamos a continuar con una nueva lección, fresca, renovada, que se añada a las ya ofrecidas por nosotros en todos estos numerosos años que trabajamos gratuitamente para difundir la “Luz de Vidas” a quien quiera recibirla de nuestras parte.

Relaciones humanas y con Dios.
Al comienzo mismo de Kedoshim encontramos lo siguiente:

«El Eterno habló a Moshé [Moisés] diciendo:
‘Habla a toda la congregación de los Hijos de Israel y diles: Sean santos, porque Yo, el Eterno vuestro Elokim, soy santo.
Cada uno de vosotros respete a su madre y a su padre.
Guardad mis shabatot.
Yo soy el Eterno, vuestro Elokim.»
(Vaikrá / Levítico 19:1-3)

Respetar a los padres, guardar los shabatot (los días consagrados por Dios para ser celebrados por los hijos de Israel), son mandamientos que el Eterno ha dado al pueblo judío, parte de los 613.
Uno de ellos corresponde a los preceptos que regulan las relaciones entre las personas, los que se denominan בין אדם לחברו.
En tanto que la que concierne a las fechas consagradas está dentro del grupo de las relaciones del hombre con Dios, que son denominadas בין אדם למקום.
Apreciemos que ambos grupos son relevantes, fundamentales.
Ambas selecciones son de similar peso y valor, con la consigna de hacer santa la vida del judío, porque tal es la orden emitida por la Divina Voluntad.
No debemos proceder como aquellos que solamente ven la porción ética de la Torá y desechan o disminuyen el valor de las reglas que conectan con Dios sin pasar por el prójimo.
Pero tampoco es correcta la posición de los que pretenden imponer un reinado monopólico de mandamientos de relación con Dios, despreciando lo que refiere a la ética, al buen comportamiento, a desplegar el potencial humano a su máxima capacidad, lo que conocemos como דרך ארץ.
Unos y otros son pilares del judaísmo, fortalezas de nuestra identidad, valores irrenunciables, que nos conectan con nuestra esencia, con el prójimo y con Dios.
Los dos conjuntos de mandamientos valiosos, aunque son desde siempre considerados los que nos relacionan correctamente con el prójimo los prioritarios. Dios puede vivir sin nuestra alabanzas, sin nuestras oraciones, sin nuestros ruegos, sin nuestra dependencia en Él; pero el prójimo que nos necesita, nos necesita…
Igualmente recordemos, los que ganamos SIEMPRE somos nosotros al cumplir con los mandamientos que nos competen, aunque no es por la ganancia que debemos proceder.

Notemos otros aspectos muy interesantes.

Ser santos: el motivo central de la parashá Kedoshim, de toda la Torá en realidad.
Primero, hay una orden directa por parte de Dios hacia los judíos, deben ser santos.
Y expone un claro motivo, porque Dios es santo. Sabemos el porqué, porque Dios así quiere de Su hijo primogénito, de Israel. Es la Divina Voluntad que los judíos alcancen un grado santidad, de distinción, de actitud especial.
Porque eso es ser santo, diferente de lo corriente, que sobresale positivamente de la norma.
Tal como Dios, que es Uno y Único, por completo diferente a todo lo que conocemos o creemos conocer. Así como el es santo, debemos ser nosotros.
Que nuestros actos, nuestra postura en la vida demuestre nuestra grandiosa interioridad, nuestra conexión con Él.
Recordemos que todos somos Sus hijos, hechos a Su imagen y semejanza. No una material, pues Él no es material, no con una forma física, pues no hay forma o materia que lo represente. Pero ciertamente, ese lazo espiritual, esa potencia creadora, es lo que nos identifica como hijos de Dios, aptos para la santidad.
A mayor cercanía con Dios, mayor el grado de santidad.
Y esta cercanía no se produce por un movimiento en el espacio, no es por estar en tal o cual lugar. La cercanía a Dios se manifiesta acorde a nuestra conducta. Si estamos actuando en sintonía con Él, si emulamos –en lo humanamente posible- Sus acciones, estamos elevando nuestro grado de santidad.
Porque, podemos hacer como Él hace, dentro de nuestro limitado marco de acción.
Tal como está dicho:

“Hacer como hace el Eterno.
Así como Él viste a los que no tienen ropa, uno debe vestir a los que no tienen ropa…
Así como Él visita a los enfermos, uno debe visitar a los enfermos…
Así como Él consuela al que está de luto, uno debe consolar al que está de luto…
Así como Él entierra a los muertos, uno debe enterrar a los muertos…
El comienzo de la Torá es actos de bondad desinteresada y su finalidad son los actos de bondad desinteresada…”
(Sota 14a).

Por más información al respecto de esta interesante temática, recomiendo seguir el texto que se abre haciendo clic aquí.

La santidad, una cuestión de la vida cotidiana.
Entonces, llegamos a la santidad. Que, repito, no es un estado de éxtasis, no es apartarse de la sociedad, no es vivir en negación de lo material, no es mortificación del cuerpo, no es palabrería santurrona en idiomas incomprensibles, no es solitario encierro de meditación, no es vestirse de modo simpático, no es hacerse adicto a una religión o líder religión, no es cambiar de país o costumbres nacionales, sino, tal y como expresan con total limpieza y claridad los Sabios de la Verdad: actos de bondad desinteresada, ayudar al necesitado, consolar al sufriente, dar una mano al que precisa de nuestro auxilio, sonreír al amargado, dar un hombro al que llora, en fin… toda buena obra para con el prójimo que puede parecer poca cosa, poco espiritual, poco santo, pero realmente es el camino dorado hacia la verdadera santidad. No lo declara este humilde maestro, sino los grandes Sabios de la Verdad. Es posible hallar infinidad de citas que vuelven al mismo punto, a la cúspide espiritual que es el servicio hacia el prójimo de manera desinteresada, el altruismo, el verdadero amor.
¿Entiendes cómo se relaciona todo?
El amar al prójimo como a ti mismo es la clave para la santidad.
El altruismo es la manera correcta de vivir.
Por lo tanto, aquello que niega al prójimo, que lo desmerece, que lo lastima, no es el camino sino el abismo.
El EGO, ese que nos hace sentir impotentes pero creer todopoderosos, es la perdición.

Tristemente el corazón del hombre lo lleva hacia la religión en lugar de hacia el espíritu.
Se erigen ídolos para usurpar el trono de Dios.
No solamente los dioses de las religiones, sino todo aquello que el EGO impone como objeto de adoración, lo que esclaviza al hombre, lo que lo narcotiza y desconecta de sí mismo, del prójimo y por ende de Dios.
Hasta lo que puede ser en su origen sagrado, termina siendo profanado por el afán del EGO.
Entonces, y tal como ya enseñamos (y es bueno repasar y volver a analizar): “Lo que libera es lo que suele ser repudiado.”
Sí, liberan las buenas acciones desinteresadas que hacemos para con el prójimo.
Libera el verdadero amor, el de las acciones generosas.
Libera el actuar como Dios, con bondad y justicia.
Pero… eso es despreciado.
Pronto se izan banderas de fanatismo ideológico, de religiosidad, de sectarismo. Entonces se infama, se injuria, se maldice, se profana, todo en el nombre de algún dios, e incluso de Dios.
Se deja de lado el amor, el verdadero y no el de las revistas o novelas, para esgrimir armas, para vociferar consignas, para preparar trampas, para acarrear el mal.
Es una historia que se repite, una y otra vez, desde Caín, o incluso desde Adam y Java, hasta aquí.
Porque el EGO, siempre el EGO, sigue dominando, controlando, manipulando y nosotros como esclavos trabajando tristemente para él.
Aunque la Torá (noájica y judía) nos dan las claves para ser libres, para retornar del exilio del espíritu, para evidenciar la Era Mesiánica personal y colectiva, sí podemos hacerlo, tenemos las claves, pero siempre derivamos hacia donde el Ego nos comanda.
Entonces, rechazamos lo que nos puede liberar, nos anclamos a lo malo, lo hacemos nuestro destino, nuestro dios.

Y por ello, sufrimos.
Estamos en celditas mentales, pequeñitas, sucias, malolientes, con la puerta cerrada pero sin llave. Si quisiéramos podríamos ser libres, ser “salvos”, vivir nuestra Era Mesiánica, estar conectados, ser uno.
Pero no, se nos antoja seguir en el Egipto interior, en desprecio, en malhumor, en enojo, en amargura, en quejas, en dolor, en exilio.

Pudiendo ser santos, nos lanzamos de lleno al fango del odio y la miseria. Parece que nos gusta olvidar que somos hijos de Dios para actuar como necios siervos del EGO, nuestro dios.

Perls y Horney nos definen a los neuróticos.
Miren la interesante definición que el Dr. Friedrich Salomon Perls nos regala:

“Neurótico es todo hombre que usa su potencial para manipular a los demás en vez de crecer él mismo. Usurpa el control, se enloquece de poder y moviliza a amigos y parientes en lugares donde él es impotente para usar sus propios recursos”.

Interesante, ¿sí?
Cuando nosotros vamos viendo cómo actúa el EGO, tenemos bien en claro lo que el Dr. Perls está describiendo.
Tal cual, es el EGO en funciones, que controla a la persona, la que está maniatada por su sentimiento de impotencia, para lo cual recurre a lo que sea para delirar que es poderoso, que tiene el control, cuando realmente nada controla.
Pobre diablo, manipulador, tejedor de tramas, infamador, acusador desde las sombras, resentido, impotente, que cree manejar los hilos de las historias, que hasta cree venir en nombre de su dios, cuando en los hechos ni siquiera en su propia casa es el amo.
Pobre diablo. Pero, tristemente así parece que somos la mayoría de los humanos. Desde Adam hasta aquí. En exilio.

Por su parte, Karen Horney nos brinda esta explicación:

“Uno de los rasgos predominantes de los neuróticos de nuestro tiempo es la excesiva dependencia de la aprobación o del cariño del prójimo… Además existe una notable contradicción entre su deseo de recibir cariño y su propia capacidad de sentirlo o de ofrecerlo…”.

Oh sí, el hombre que se siente impotente pero pretende controlar el universo.
Control, control, control… eso desea, para sentirse en poder, pero no puede ni siquiera consigo mismo… pobre diablo… en celo, en venganza, en revancha, mascando odio, inventando estafas inexistentes, quejándose, haciéndose el pobrecito… pobre diablo, impotente… esclavo por gusto de su EGO…

Hombres larva.
Ciertas personas que se la pasan pidiendo, sin reconocer lo que se les da, y hasta se enojan cuando no reciben en tiempo o forma lo que creen merecer.  Gente ingrata, amargada, desconectada de su esencia. Se quejan amargamente, porque sienten que se les debe algo, a lo cual nunca se hicieron merecedores. Piden, reclaman, exigen, se quejan, echan culpas, están en desequilibrio, no son funcionales al ecosistema. No aportan, pero igual, se quejan.
Insufriblemente se quejan.
Y algunos pasan la raya limítrofe, y entonces de quejosos llegan a actuar con mucha malicia y descontrol que aparenta ser un control sobredimensionado (te recomiendo que releas la frase, porque es complicada de comprender si no se tiene clara la noción del EGO y cómo opera).
Algunos intentan demostrar su poder ejerciendo el control sobrepasado, todo es impostura, lleno de falsedad, muy falso.
Son larvas, que en su origen significa espectro, enmascarado, fantasma. Pues esconden su esencia sagrada detrás de numerosas máscaras, rostros falsos. Algunos de ellos pueden parecer sonrientes, otros espantosos, otros indiferentes, como sea, todos ellos ocultando al verdadero ser, el Yo Auténtico, ese que es puro e intocado, su esencia espiritual. Sin embargo, su conducta es terrible, molesta, perjudicial, enfermiza. Eso es lo que manifiestan, eso es lo que hay.
Algunos llevan su intento de conquista y manipulación aún más lejos, puesto que entran en un jueguito terrible, en donde se dice o se hace entender que: “yo no soy nada, no tengo nada, no puedo nada”, así que el mundo les debe dar, sostener, tolerar todas las insolencias, mantener, etc.
Es como un estado de infantilidad sin fin, en donde se admite la propia impotencia para dejarse caer en brazos de otro, uno que se hará cargo, que cargará con las vicisitudes del impotente.
De esa manera se crea un enfermizo lazo de dependencia, de sentimientos de culpa, de manipulación, de malicia inyectada una y otra vez.
Si por alguna de esas casualidades aquel que se ha hecho cargo de llevar aupado al otro no quiere o no puede responder a las abusivas quejas, entonces se producen pataleos, berrinches, llantos, gritos, acusaciones, accidentes, enfermedades, depresión, en fin, todo lo que esté dentro del abanico de opciones de los que viven parasitando a otros.

En este estado, esas personas se pueden transformar en auténticas déspotas, pequeños sátrapas, faraones en pañales, pretenden manejar como marionetas a los demás usando los hilos de la lástima, la vulnerabilidad, la discapacidad, la ineptitud, la victimización. Andan “pobreteándose” continuamente, murmuran o susurran, o tal vez proclaman: “pobrecito yo, el mundo me hizo mal”. Hay quienes tienen la actitud contraria, “yo puedo todo” y secretamente buscan que le devuelvan, que la reconozcan, que le digan lo fuerte y buena que es (este papel lo suelen jugar los que ayudan a los que abiertamente no pueden).

El peligro de esta conducta es que, muchas veces, termina provocando una ira interna, lo que en el lengua de la Cabalá se llama “pan de la humillación”. Comemos gratis, pero no satisface, sino que perturba, porque estamos actuando negativamente, desde la impotencia, reconociendo nuestra ineptitud, poniendo nuestra vida en manos de otro.
Esto genera ese movimiento oscuro interno que es profundo malestar con uno mismo, pero que se expulsa como reacción agresiva en contra del dador.
Porque el que recibe se siente doblemente impotente, más que al principio, mucho peor porque a su impotencia primera le suma el reconocerla, el deberle a otro, el no haber hecho nada más que manipular para obtener ventajas.
Entonces, este hombre larva se venga haciendo daño al que tanto le dio.
Nosotros lo hemos vivido en carne propio innumerables veces, desde hace años venimos alimentando con buen pan espiritual,  mucho de los que se hicieron pasar por amigos llegado un momento se fueron enojados, insultando, maldiciendo, agrediendo injustamente, difamando, creando discordias… pero agradecer, reconocer, valorar, pagar… no, eso no…
Su EGO es demasiado grande como para que puedan abrir los ojos, despertar, tomar conciencia, crecer, vivir, ser libres.
Prefieren la muerte en vida, ejercer el falso control, dañar, odiar, vengarse, ser ridículos… EGO… EGO…
En el caso contrario, el del que da indiscriminadamente, también puede suceder un cansancio en su cruzada solidaria y terminar enojado con los que ayudó porque no lo reconocen o no lo ayudan.
Se agota, llega al límite, no recibe, explota… Sí, también es EGO dar y dar y dar y dar y dar hasta explotar… ¿entiendes por qué?

Resumiendo.
El mismo Dr. Perls, que citamos antes, nos enseña:

“El hombre se trasciende a sí mismo únicamente por la vía de su verdadera naturaleza, jamás por medio de la ambición ni metas artificiales. El darse cuenta de y la responsabilidad por el campo total por el sí mismo y por el otro le dan significado y configuración a la vida del hombre.”

Tarea.
Nos extendimos demasiado, por ello voy a terminar aquí nuestro encuentro, pero te quiero dejar una tarea.
Sabemos que el destino de muchas personas mayores es el abandono, la soledad.
¿Qué tienes para hacer al respecto tú?
Para el prójimo, para tus padres, e incluso para prepararte para tu vejez…
¿Qué tienes hoy mismo para hacer?
Y, ¿te das cuenta como la respuesta está tejida con numerosas fibras de esta parashá?
Y… ¿encuentras la conexión con la parashá Ajarei mot, que no es tan evidente pero es firme?

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