Corría el año 1985 cuando Whitney Houston encabezó las listas de éxitos musicales con su famosa grabación: ‘Amor más grande de todos’.
Ella decía: “Creo que los niños son nuestro futuro / Enséñales bien y déjalos liderar el camino / Muéstrales toda la belleza que poseen en su interior / Dales un sentido de orgullo para hacerlo más fácil / Que la risa de los niños nos recuerde cómo éramos”.
Antes de que Whitney escribiera esta canción en nuestros corazones, ya el famoso George Benson la convirtió en un hit en 1977.
Pero ninguno de ellos fue su autor, ya que Linda Creed, fue principal responsable de las letras.
Linda Creed, era judía norteamericana, en su momento afamada escritora de música. Tenía unos 28 años cuando trabajó en la canción y ya estaba en medio de una lucha propia, pues estaba muy enferma, combatiendo contra un cruel cáncer. Con integridad y firmeza, ella agitaba letras y palabras para crear este poema de vida, con descripciones de cómo enfrentar a los grandes desafíos que asoman a nuestra vida. Estaba escribiendo desde el alma, con sus experiencias en mente. Su desigual pelea no la postraría, mientras tuviera energía para aferrarse a una vida digna.
Ella nos estaba enseñanza que el modo en que encaramos los retos, pone de manifiesto nuestra real fortaleza, más allá de si tenemos éxito o fracasamos.
Tal vez algún evento nos pueda aplastar materialmente, pero si tuvimos la entereza de enfrentarlo con todo nuestro ser, con la mente clara y el corazón puro, la victoria ha sido nuestra.
La vida nos demuestra que las limitaciones nos acompañan continuamente, y ser vencidos materialmente es una de las posibilidades ciertas.
Linda tenía dos hijas, Roni y Dana, las que tendrían que afrontar desde muy temprano la ausencia física de su madre, fallecida en abril de 1986, con 37 años, y solo unas pocas semanas antes del éxito artístico de Whitney.
Cada vez que las pequeñas escuchaban la canción sonando en la radio, recordaban las lecciones importantes que les dejó su mamá: que eran hermosas por dentro y por fuera; que nunca debían caminar a la sombra de otra persona; que debían vivir con integridad, conociendo su identidad y respetándola.
Tenían en sus corazones el valeroso ejemplo de su madre, quien fue vencida por la muerte, pero dejó sembradas semillas de luminosa vida para miles y millones de los que comprendieron sus letras y conocieron su batalla.
Esto me recuerda una famosa enseñanza del Talmud, la cual nosotros mencionamos varias veces en nuestros rezos habituales: “…los estudiantes de Torá aumentan la paz en el mundo. Como dice el profeta Isaías: bejol banaij limudei Adonai, verav shlom banaij; al tikrei banaij, ela bonaij”; que significa “cuando todos tus hijos sean estudiantes de Dios; grande será la paz para tus hijos; no leas tus hijos (banaij), sino tus constructores (bonaij)…”.
Los sabios hacen un juego de palabras, pues en lugar de leer banaij, que significa tus hijos, pronuncian bonaij, que significa tus constructores.
Nos quieren decir que tenemos que enseñar a nuestros hijos a que sean constructores, personas instruidas y activas que toman las riendas de los acontecimientos, pues es la manera de modificar su realidad y hacer que haya shalom en sus vidas.
Si podemos enseñar a nuestros jóvenes las lecciones correctas, podemos ayudarlos a construir un mundo de shalom, un mundo de plenitud. En cierto sentido, criar jóvenes conscientes, afectuosos e impulsados por los valores espirituales, los de Torá, es el mayor acto de reparar el quebrantamiento del mundo.
Como comunidad judía, es una misión que se nos ha legado desde hace milenios y que sería bueno que asumamos. Acercarnos a nuestros jóvenes para transmitirles los valores del judaísmo, mantener viva la llama espiritual que hemos heredado y que no se apague con nosotros.
Para lo cual, es necesario emplear todas las herramientas a nuestra disposición, en los momentos comunitarios y familiares, para que sepamos implantar el amor por el judaísmo y el deseo por vivirlo a diario.
No esperar a que las tragedias, las crisis, la angustia nos impulse a querer el cambio, sino que tenemos que aprovechar cada día, en las luces y en las sombras, para entregarnos a la tarea de mejorar nuestra realidad.
Cada uno de nosotros somos los hijos y a la vez constructores de shalom, de un mundo mejor.
En esta hora especial del año que nos convoca, en este fundamental momento de la Neilá, del cierre de Kippur, podemos tomar inspiración para que cada día, en cada ocasión posible, seamos quienes marcan la diferencia positiva.
No es un compromiso religioso, sino la responsabilidad de generar shalom para todos, en especial para los más jóvenes, quienes a su vez tienen que ponerse en marcha para continuar esta tarea.
Cada uno de nosotros debiera asumir su parte en la tarea, y no esperar al próximo año, o a que algún acontecimiento infunda miedo y caos para ponernos a trabajar.
Cada uno puede comenzar desde ahora a decir: Sepan que estoy aquí para ustedes, en especial decírselo a los hijos, a los jóvenes. Para que cada niño sepa que, con la ayuda de sus adultos, y de Dios, tiene el poder de construir el mundo que quiere ver. En todo momento, sea de revés o de éxito, estaremos para guiarnos a la construcción de shalom.
Crecer como personas, mientras hacemos crecer a nuestra comunidad.
Preguntarnos: ¿qué puedo hacer por mi comunidad, en lugar de preguntar qué hace la comunidad por mí?
Ser cada uno de nosotros gestores del impulso comunitario, que a su vez representa el avance en el shalom para todos nosotros.
Hace más de diez días que el nuevo año ha comenzado, creo que debiéramos darnos la oportunidad de aprender que somos hermosos por dentro y fuera; que nunca debemos caminar a la sombra de otra persona; que debemos vivir con integridad, respetando nuestra identidad espiritual.
Ha iniciado el año en que construiremos shalom, quiera Dios que sea con salud, bienestar, buenas noticias y bendiciones.
Que tengamos la entereza para enfrentar a los contendientes, y que nuestra fortaleza se imponga a los resultados.
https://youtube.com/yehudaribco