Los mandamientos noájicos son restrictivos.
Son reglas que limitan la acción de la persona. Ponen obstáculos a determinadas conductas, impiden que se realicen ciertos actos.
- No adorar dioses que no son Dios.
- No insultar o maldecir a Dios.
- No asesinar al inocente.
- No a la infidelidad matrimonial e incesto.
- No al robo.
- No comer partes de un animal con vida.
- Establecer cortes de justicia (para que juzguen en caso de transgresión de estos principios y para elaborar leyes que se arraigan en los mismos).
Por esta naturaleza, no faltan quienes critican que estarían coartando al hombre, impidiendo que goce de la vida.
Pero, detengámonos un instante a analizar con cuidado estos preceptos. Veamos uno a uno y luego en su conjunto.
Surgen rápidamente cuestiones que sirven como respuestas.
¿Realmente niegan el placer o la libertad?
¿Son en verdad ajenos a la naturaleza del común de los hombres?
¿No son evidentes en sí mismos, casi que innecesarios que hayan sido codificados por el Divino Legislador?
De no haberlos dictados el Eterno, ¿no serían igual universalmente compartidos por individuos y sociedades? ((Sabemos que el gentil justo los cumple porque son dictados por Dios, no porque son coherentes y de ética básica. Sin embargo, no impide reconocer su universalismo y generalidad. Como mencionan las fuentes, el gentil que los sigue porque los encuentra racionales o parte de su cultura, no es un gentil justo, pero es un gentil ético, que atiende a los dictados de sus sabios laicos.))
¿No son autoevidentes?
De hecho, el gran rabino Kook los identifica con la ética esencial, que radica en cada ser humano, que no precisa de admoniciones ni prédicas para ser conocidos, cumplidos y respetados.
Y sin embargo… ¡son tan despreciados y frecuentemente incumplidos!
Si hasta se les rebaja en su potencia y santidad, diciendo burlonamente que son demasiado simples, poco rebuscados, carentes de ritualismo, demasiado obvios, sin religiosidad, sin una “Torá” que los codifique por escrito. De esta forma se pretende negar su autoría Divina, rechazar su primado, elaborar excusas torpes para hacer lo que se antoja y no lo que corresponde.
Es que el EGO (Ietzer HaRá) encuentra la manera de someter al hombre a su tiranía, para lo cual debe hacerlo sentir culpable, o rechazado, o impedido, o alterado en su identidad, y por ello es esencial para el EGO atacar los mandamientos, restarles valor, encumbrar falsos valores y religiones, para que el hombre no sea realmente libre.
Porque, es a través de estos mandamientos que los miembros de las naciones pueden lograr real libertad, potenciar sus existencias, asociarse con Dios para hacer de Este Mundo un paraíso terrenal. Esto no conviene a los intereses egoístas, por lo cual es imprescindible atacar los mandamientos, minar su cumplimiento, imponer reglas alternativas (generalmente banales, corruptas, confusas, ritualistas, obsesivas y de índole religiosa).
Sin embargo, es con la base en estos mandamientos, desplegando la esencia de la ética espiritual, como el hombre puede alcanzar su plenitud.
Obviamente que hay multitud de cosas para hacer, un mundo entero para perfeccionar por medio de la construcción del shalom, pero la raíz está en estos siete mandamientos universales.
El hombre vino al mundo para disfrutar de lo permitido. Para encontrar motivos de júbilo, para gozar, para pasarla bien. No por ello dejado a la ventura, manipulado por su pasión y por su deseo. Porque, para ser verdaderamente libre hay que ser responsable. Porque libertad sin límites no existe. Porque es falso el placer que se cree obtener a través de perjudicar a otro en sus derechos esenciales.
Cada ocasión que perdemos de gozar de lo permitido, es un regalo del Cielo que rechazamos.
Cada amargura que adquirimos, ocupa el espacio vital de una alegría que dejamos escapar.
Cada rencor, enojo, ira, anhelo de venganza, mentira, asechanza, maldad, rumor, acto idolátrico, impostura, falsa identidad, en fin cada cosa adversa a los siete mandamientos, es una cáscara que ponemos encima de nuestra sagrada Luz espiritual, por lo que nos estamos privando de bienestar y bendición.
Podemos aprovechar nuestro tiempo, aquí y ahora, o podemos seguir esclavos de otros tiempos, de fantasías, de jueguitos mortales que produce nuestro EGO.
Podemos ser espirituales o podemos hacernos pasar por religiosos.
Podemos ser, o podemos parecer ser.
Llevemos una vida equilibrada, plena, con sentido trascendente.
No privemos a nadie de los placeres permitidos del mundo, porque para eso vinimos a esta vida y los recuerdos son los que nos llevamos a la vida eterna.
Dejemos buenas obras tras nuestro paso, edificaciones de gloria y belleza, de bondad y justicia.
No precisamos de palabrería, ni de artificios, ni de disfraces, ni de “conversiones”, ni de memorización de versículos, ni seguir como perros falderos a líderes religiosos, ni de repetir lemas de tal o cual pastor o rabino. Nada de esto contribuye a quitar las cáscaras de encima de tu Esencia, nada de esto corre la oscuridad y permite que tu sagrada Luz resplandezca.
Vive ahora, porque no tienes otro momento para hacerlo.
Acata los límites sanos, están para cuidarte.
Controla lo que está bajo tu dominio, el resto no te corresponde a ti, ni debes angustiarte por no controlarlo.
Haz, para ser feliz. Pero no anheles tampoco la felicidad, para que no se te escape como arena entre los dedos.
Comparte, alegra a otro, honra al prójimo, cuídalo, entonces estarás edificando shalom, haciendo de tu mundo un paraíso, y de tu posteridad una bendición.
No precisas de otras leyes “religiosas”, ni de forzarte a nada, simplemente sé quien eres.
Eso es el noajismo para el gentil, el judaísmo para el judío.
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