Estamos cómodos, aún dentro de la situación precaria, inestable, con altibajos (más bajos que altis, en realidad).
Ya sabemos cómo es, tenemos alguna idea de cómo manejarnos en las dificultades.
Entonces, nos mantenemos en esa zona.
Suponemos que luego de un cambio, probablemente estemos mejor.
Pero, conjeturamos acerca de conflictos, problemas, riesgos, insatisfacciones, frustraciones, fracasos, situaciones inesperadas y desagradables,
entonces,
las fantasías de cambio para crecer se quedan allí,
en amargura, en ensoñaciones, en proyectos imaginados pero jamás intentados.
Es que el confort que tenemos, esa comodidad limitada es nuestra vieja compañera, nuestra seguridad, nuestro sorbo de cierta potencia.
Siquiera pensar en abandonarlo nos angustia, nos atemoriza.
Como dice el viejo dicho: “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
Y así, perduramos en lo que nos va acabando, consumiendo, quitando de la vida.
Pero a veces hacemos un gesto de cambio, como si fuéramos a dar un primer paso en la dirección anhelada.
Y hasta nos atrevimos a darlo.
Y allí, pueden ocurrir algunas cosas:
– que algo nos atraiga gratamente nuevamente a la zona de confort, y entonces digamos: “¿para qué arriesgarnos si en definitiva no estamos tan mal?”;
– que las piedras en el camino nos abrumen, para correr desesperados al amargo refugio que conocemos atrás de nosotros;
– que nada negativo suceda, pero nos amilanemos por el sorbo del éxito, entonces volvemos con la cola entre las patas a la zona de confort;
– que sigamos caminando y creciendo y fortaleciéndonos, incluso a nuestro pesar.
¿Te resulta conocida alguna de estas opciones?
En relaciones de pareja, en tus estudios, en el trabajo, en el lugar que vives, con tus vecinos, aquí o allá…
¿Te pasó algo así?
¿Algo diferente?
Entonces, la zona de confort es como un poderoso imán que nos mantiene pegados, atrapados, encarcelados,
sí, en celditas mentales,
endebles, con barrotes debiluchos sin ninguna potencia,
pero que sin embargo alcanza para tenernos sometidos, en impotencia, a merced del EGO.
A veces, “con suerte”, surge la crisis.
Un momento de cambio inesperado, no provocado conscientemente.
Hay un quiebre de la realidad anterior.
Es como un caos súbito que viene a reemplazar ese caos que teníamos organizado como orden en nuestras creencias.
La crisis irrumpe, con más o menos fuerza, avisando con voz poderosa o no.
Y allí ya la zona de confort no existe.
Estamos obligados a acompañar el cambio, como subiéndonos a nuestra tabla de surf para jinetear la ola; o podemos atarnos al ancla que nos mantiene en el sitio y situación que creemos conocer y dominar, para ser sumergidos, revolcados, atragantados y difuntos (perdiendo la vida allí o mucho tiempo más adelante).
La crisis puede ser nuestra mejor amiga.
Podría serlo.
Hay que ser consciente. Darse cuenta de los sentimientos y las emociones. Verlas, reconocerlas, admitirlas pero no dejar que nos controlen.
Apreciar nuestro lugar y rol, pero no admitir que sean otros los que decidan lo que es nuestra decisión.
Dar a la conciencia el timón para que podamos navegar el mar de cambios y llegar a un mejor puerto.
No poseemos el control total, tan solo dominamos un poquito de nuestro ser y entorno. Es en esa porción en la que debemos desplegar nuestra capacidad.
Podemos estar en la zona de confort y ser arrastrados en la crisis.
Podemos generar los cambios favorables.
El «qué dirán» es uno de los tantos obstáculos para sobreponerse a una crisis.
«La gente» es otro.
«Qué dirá la gente» ha privado a más de uno de entrar a una etapa nueva en la vida.
Gran texto! Gracias Moré!