De manera natural, instintiva, saludable, estamos preparados para llamar la atención de otros.
Es que al nacer estamos casi por completo impotentes y requerimos del auxilio de alguna persona, para proveernos de casi absolutamente todo.
Somos unos seres inermes, indefensos, sumergidos en un océano de impotencia.
Estamos dotados de apenas unas pocas herramientas para la supervivencia más básica y elemental, entre las cuales los instrumentos de lo que llamamos «EGO»: llanto, grito, pataleo y desconexión de la realidad.
Con los tres primeros se busca, sin saberlo ni entenderlo, llamar la atención, porque de esa forma la impotencia sentida se verá solucionada «mágicamente». La madre, la cuidadora, alguien acudirá y resolverá la situación que incomoda. Esto se produce sin pensarlo, sin creerlo, simplemente sucede.
Y como sucede y se va repitiendo una y otra y otra vez, se va convirtiendo en un hábito, en un punto fijado en un lugar más allá de la conciencia. Se transforma en naturaleza personal, en elemento de lo que llamamos «Yo Vivido».
Y, como se fundamenta en la inconsciencia y el influjo del EGO, suele apartarnos del Yo Esencial, es decir de la NESHAMÁ o espíritu. No por alguna maldad o indecencia, no con ánimo revoltoso o invocación satánica, sino simplemente porque está acodado en las realidades de este mundo, en satisfacer el anhelo desesperado de poder que cada uno de nosotros reviste desde el momento del nacimiento.
Para algunas personas la necesidad de llamar la atención es un motor principal en sus acciones.
Probablemente por deficiencias en recibirla durante sus años de formación, cuando siendo pequeños y sumamente dependientes estamos angustiados si no obtenemos la presencia que nos satisfaga y ahuyente las plagas de la impotencia.
Puede suceder también que algún trauma genere un punto de anclaje, que queden flotando fantasmas de terror en el alma a causa del abandono, la soledad, la traición y por tanto se actúe de manera involuntaria como pedigüeño de amor, realizando cualquier acción para obtener la atención.
Puede ser gente que manifiesta su inseguridad de varias maneras más o menos evidentes, porque realmente se sienten así.
O a veces se pueden presentar detrás de la armadura del cinismo, la dureza, la inflexibilidad, el dogmatismo, la rebeldía, el sadismo, la desvergüenza, o cualquier otro antifaz que usen con desespero para no mostrar su debilidad. Lo más probable es que no sea de manera consciente que se presenten así, sino que han ido formando su Yo Vivido de tal manera que no representen de manera abierta la impotencia, so pena de caer en un pozo de desesperación y sufrimiento.
Como sea, todos son caminos respetables y para atender con amor y cuidado, siempre y cuando no se dañe al prójimo ni se atente contra lo correcto.
Para complicarnos un poco más la mirada sobre el tema, debemos saber que a veces también estas personas agreden, atacan, desprecian a los que les dan una mano. Sí, puede ser frecuente que castiguen a quien les presta atención, aunque ello está en directa contradicción con lo que están reclamando a silencioso grito pelado desde lo más profundo de sus almas.
Pero… ¿por qué?
¿No es irracional e ilógico proceder de esta manera?
¡Por supuesto que sí!
Pero no podemos esperar algo diferente a acontecimientos que se producen en el encuentro del EGO con la realidad.
El EGO no piensa, aunque invada el pensamiento y lo tome por rehén.
El EGO actúa, y no siempre (o quizás debiera decir nunca) de la manera más eficiente, coherente, saludable, responsable, etc.
Y sin embargo, tiene una cierta lógica este modo de actuar.
Porque castigar a quien provee de seguridad, a quien atiende, tiene al menos dos ventajas.
La primera, si el que atiende lo sigue haciendo, entonces la personalidad inmadura, impotente, se siente con mayor seguridad.
Porque, si te agredo y sin embargo me cuidas, entonces quiere decir que sí eres esa persona «mágica» que preciso para ahuyentar la angustia.
La segunda, si te castigo y te vas, me abandonas, me haces pagar el maltrato, te mueres, o lo que fuera, entonces tengo la evidencia de que es verdad que el mundo es un lugar muy malo e injusto, que la gente es perversa y que buscan hacerme daño y por tanto estoy bien actuando como lo hago: manipulando, agobiando, decretando, juzgando, agrediendo, demandando, sufriendo, sintiéndome culpable, echando culpas, etc.
¿Se entiende?
Ahora, ¿cómo hacer para salir de este sistema de creencias y conductas?
Es una excelente pregunta, la cual no recibirá ahora respuesta de mi parte, pero si quieres puedes ofrecer las tus propias en la sección dedicada a los comentarios aquí debajo.
Para finalizar, ninguna de las frases escritas en este texto fueron pensadas a partir de ninguna persona en particular de mi conocimiento, ni tome ejemplos de nadie conocido para expresarlas.
Son exposiciones que surgen a partir del marco teórico de la CTerapia.