llegó el turno a la langosta, una nube densa y tremenda de animalitos que destruían todo a su paso, los cuales:
«Cubrieron la superficie de toda la tierra, de modo que la tierra se oscureció.
Devoraron toda la hierba de la tierra y todo el fruto de los árboles que había dejado el granizo.
En toda la tierra de Egipto no quedó nada verde, ni en los árboles, ni en la hierba del campo.»
(Shemot/Éxodo 10:15)
Pero, ¿qué era lo que había dejado el granizo?
Si también fue una masiva destrucción que provenía del cielo.
Gigantes bolas de hielo, que aplastaban, perforaban, rompían, laceraban. Además acompañadas por bola de fuego, que consumía todo sin piedad.
¿Cómo pudo haber quedado algo indemne de tal hecatombe?
Dicen los Sabios que milagrosamente el Eterno había preservado pequeñas espigas de gramíneas, las cuales salieron ilesas de la vorágine.
Al comprobar esto, el Faraón, como hábil y astuto político, de inmediato declaró que él –en su calidad de dios gobernante y protector de Egipto-, había realizado la maravilla.
Sus ingenuos seguidores admitieron esta farsa como veraz, lo cual incrementó el poder del Faraón ante sus ojos.
Pero, triste papel le tocaba jugar ahora al monigote que lideraba Egipto.
Porque, con la plaga de la langosta nada de aquello que había quedado incólume se salvó.
Todo fue arrasado por la estampida voladora que devoraba y quebraba la orgullosa presunción del Faraón y de aquellos que le admiraban.
Unos animalitos, de pocos centímetros, estaban haciendo tremenda mella en el imperio más poderoso de la tierra.
Animalitos que sobresalían no por su fuerza, sino por la cantidad de sus hordas.
Cuando se unían en una meta en conjunto, invadir y arrasar, resultaban imparables.
Comprobando el desastre multinivel que le estaba aconteciendo, Faraón tuvo que bajar el cogote y humillarse:
«Pero perdonad, por favor, mi pecado sólo una vez más y rogad al Eterno vuestro Elohim para que Él aparte de mí solamente esta mortandad.»
(Shemot/Éxodo 10:17)
Sí, el gran regente tenía que pedir perdón y la salvación del Eterno.
Porque estaba siendo víctima de su propia muerte.
Él había provocado todo lo que estaba sucediendo ahora, sea por su empecinamiento, avaricia, malicia, ingenio mal dispuesto, orgullo, etc.
Su propio pueblo estaba alterado, rumiando una revuelta en su contra.
Lo que parecía poderoso hasta ayer, hoy manifestaba la impotencia.
¡Cuán diferente hubiese sido si Faraón estuviera en la senda del constructor de SHALOM!
Tanta muerte, dolor, daño, pérdidas, sufrimiento, amargura se podrían haber evitado.
La vida hubiera seguido floreciendo en Egipto, en paz y armonía.
Pero, el camino del EGO se contrapone al del SHALOM.
No hay bondad y justicia allí en donde el EGO comanda.
Por tanto, el caos es de terror, el orden es de parálisis, la risa es falsa, pueden proclamar “shalom, shalom”, pero no hay SHALOM.
La enseñanza para tu vida cotidiana es…