«’¿A quién, pues, me haréis semejante, para que Yo sea su igual?, dice el Santo.
Levantad en alto vuestros ojos y mirad quién ha creado estas cosas. Él saca y cuenta al ejército de ellas; a todas llama por su nombre. Por la grandeza de Su vigor y el poder de Su fuerza, ninguna faltará.’»
(Ieshaiá/Isaías 40:25-26)
El profeta quiere que comprendamos el infinito poder de Dios… tarea bastante imposible, por no decir absolutamente inalcanzable.
Porque, ¿cómo el limitado humano puede llegar a comprender lo que es en verdad lo ilimitado?
Entonces, Isaías no pretende que conozcamos Su esencia, ni que hagamos teología.
Tampoco intenta definir al que está por fuera de toda definición y entendimiento.
Ni quiere poner al Eterno dentro de alguna etiqueta que seamos capaces de entender.
Pero para el profeta Isaías resulta imperioso que el pueblo judío deposite sin turbaciones su confianza en el Creador, pero… Venían estando apaleados, angustiados, aterrorizados y pasando por el período del “ocultamiento del Rostro del Eterno”, es decir, que de tantas tribulaciones pudieran llegar a creer que o Dios no existe, o Dios no interviene, o Dios no tiene poder, o Dios detesta a los judíos y quiere su mal. ¡Todas esas falsas creencias debían ser desechadas y nunca más admitidas!
Por tanto, precisaba dar alguna imagen que ellos captaran, pudieran integrar a su imaginación y entonces equilibrar un poco su pensamiento y emoción. Estaba procurando mitigar los efectos negativos de tanto desconcierto, para lo cual debía recurrir a volver a presentar al Eterno a Su pueblo.
Sabiendo de lo inalcanzable de su tarea, y rendido ante la Verdad, dice: “¿A quién, pues, me haréis semejante, para que Yo sea su igual?”.
Porque esa es casi la única cosa que podemos entender de Dios, de Su esencia, y es que Él es por completo diferente a cualquier cosa que podamos conocer o hasta imaginar.
Él no es de este mundo, ni tampoco del venidero.
Él no está supeditado a la materia, tampoco al tiempo.
Él es y no tenemos forma de saber nada.
Por eso la mejor teología es la que no existe. Los mejores tributos a Dios se encuentran en el silencio.
Solo podemos decir lo que Él ha dicho de Sí Mismo, a través de los profetas del TANAJ. Y esto incluso con pinzas, porque no son más que metáforas, lenguaje poético, palabras que no tienen el alcance para describir lo que ni siquiera se puede imaginar.
Así pues, todo lo que digamos es infinitamente nada y hasta posiblemente erróneo.
Siendo así, lo mejor es callar y NO hablar de Él, aunque bienvenida sea la conversación franca y directa CON Él.
Luego el profeta nos pide que miremos la inmensidad inacabable de lo creado. Que hagamos ciencia incluso, para penetrar en los rincones más absurdamente pequeños, o para aventurarnos a vislumbrar la enormidad tremenda del cosmos. Que nos sorprendamos de tantas maravillas, de las incontables creaciones que forman parte de la orquesta universal. Seres vivos y elementos físicos. Partículas subatómicas y acumulaciones de galaxias, el sinnúmero de manifestaciones de la obra del Creador.
Con ello pretende el profeta que nos embargue una emoción sin palabras, un espasmo de asombro sagrado ante el poder supremo de Aquel que diseñó, creó y sostiene esta inabarcable realidad del mundo del espacio/tiempo.
Y si a ello le sumamos la inexplicable realidad del mundo espiritual, el sentimiento de maravilla se hace imposible de resistir.
El Creador es una fuerza arrasadora, tremenda, que no tenemos manera de cuantificarla ni calificarla.
Con ello el profeta ya podría descansar de esta tarea, porque nos llenó el corazón de humildad ante la infinita potencia del Señor.
Y sin embargo, el mayor poder aún no lo reveló, sino hasta la siguiente frase: “a todas llama por su nombre”.
Es un poder aún más estremecedor éste, el del Dios siempre presente y en todo atento.
Que no está apartado aunque sea completamente diferente.
Que no es indiferente, aunque nada precise de nadie.
Sino que es un Padre, siempre atendiendo a Su creación.
Conoce a cada criatura, a cada elemento de la creación por su nombre.
Es decir, no hay nada que no conozca, como tampoco hay persona anónima ante Él.
Él te conoce, Él te comprende, Él sabe de ti hasta lo que tú ignoras.
Su poder está tan fuera de lo que es posible comprender, que llega a tenerte presente aunque tú lo rechaces, lo aborrezcas, o lo niegues. Para Él tú eres importante, sabe tu nombre y queda guardado para la eternidad.
¿Te das cuenta de que no tienes manera de comprender pero sí de dejarte caer para ser abrazado por ese Padre?
¿Entiendes lo valioso de tu existencia?
¿Comprendes cuánto eres amado por el Creador?