En la perashá de esta semana nos encontramos con dos relatos de terribles cataclismos que sacudieron a la humanidad: el Diluvio y la Torre de Babel.
El primero se gestó porque la gente actuaba de manera inmoral, ingrata, dolosa, causando sufrimiento y pérdidas al prójimo, destruyendo el ecosistema, negando al Creador y Su Presencia. La continua e incesante degradación del hombre estaba provocando también un deterioro de su entorno, tanto en seres vivos como en el medio físico. Paulatinamente, el hombre estaba fabricando su destrucción. Era la bondad suprema del Todopoderoso que retenía la catástrofe, aguardando para que hicieran TESHUVÁ, es decir, rectificaran su conducta y la pusieran en sincronía con el código espiritual. Sin embargo, la tozuda malicia no menguaba, sino que, por el contrario, iba acrecentándose. Finalmente, ocurrió lo que ocurrió, el desastre se abalanzó sobre el mundo, causando destrucción inimaginable.
En el segundo desastre, el que se gestó con la Torre de Babel, las personas estaban unidos bajo una misma bandera ideológica, estaban organizados para alcanzar una meta, que era establecer el reino del hombre en el mundo, desterrando así al Todopoderoso de la existencia. Entre ellos no había rencillas, no estaban cometiendo todo tipo de vejaciones y rapiñas, sino que se habían puesto a los pies de la doctrina que adoraban, unificados y envalentonados. Este aparente amor por la humanidad y desprecio/temor por el Divino, bien pronto degeneró en una cruel insensibilidad hacia el prójimo, porque valía más la finalidad ideológica que la vida o bienestar de la persona individual. Finalmente, ocurrió el “apocalipsis”, separándose las naciones entre sí, detestándose las familias, rompiendo la unidad fundamentada sobre bases podridas.
En la primera situación, el Todopoderoso destruyó lo terrenal, dejó que la materia descontrolada se encargará de arrasar con el caos moral.
Porque la gente había endiosado su deseo por sobre toda otra consideración. Su afán por gozo material, sin límites, sin respeto, sin ley, sin atender al código ético/espiritual, era una inmersión compulsiva en la materialidad. Por tanto, el resultado fue que la materia quebró a la materia, para que surgiera de entre los escombros la conciencia.
Fueron sumergidos en la materialidad destructora y con ello reparadora.
El exceso de terrenidad los ahogó, tal es el diluvio que demolió al mundo anterior y dio paso al nuevo mundo, el que derivó de Noaj/Noé.
A nosotros nos puede pasar algo parecido, cuando perdemos la orientación espiritual y nos manejamos exclusivamente por valoraciones materialistas.
Lo estamos comprobando en las crisis que vienen afectando a la humanidad, y las provocadas por ésta en el ambiente.
De tanto cosificarnos, terminamos hundiéndonos en destrucción.
El resultado final será la hecatombe, para qué pueda resurgir una mejor versión de la humanidad.
O, tomar conciencia ahora y comenzar un camino diferente, que integre lo espiritual con lo material. Que eleve cada partícula de materia hacia la espiritualidad.
Para lograrlo debemos conocer el código ético/espiritual y respetarlo.
En tanto que la segunda catástrofe, también la contemplamos actualmente.
Cuando las masas se dejan seducir por ideologías que prometen ventajas a sus seguidores, o mágicamente redimir a la humanidad por mecanismos reñidos con lo dictado por la Torá.
Entonces, no tarda la ideología en gestar todo tipo de atrocidades, basta pensar en los millones de víctimas del nacionalsocialismo, del fascismo, del comunismo, del yihadismo, entre otras. Cuando se levantan banderas que adoctrinan y dan esperanzas mágicas, para finalmente resultar en atropellos, torturas, terror.
Todo en nombre de una noble causa.
También para esto se encuentra la cura en el apego al código ético/espiritual, muy lejos de religiones, politiquería, manipulación emocional, adoctrinamiento, y otras truculencias,
La perashá Noaj es un excelente manual para despertar y darnos cuenta de nuestra realidad y no permitir que el ciclo de los errores repetidos del pasado nuevamente ocurra.
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