Cada día te enfrentas a una nueva impotencia.
¡Qué digo una!
¡A un montón!
Algunas son más visibles y dolorosas que otras, pero allí están.
Tus debilidades, tus errores, fracasos, falta de ánimo, escaso coraje, ideas que te atropellan y no te permiten realizar alguna cosa que deseas… entre otras.
Y de estas circunstancias, montones por día.
Entonces, te surge como un fuego que te consume por dentro.
Hay ira, inestabilidad, frustración, dudas, incertidumbre, reproches, sentimiento de culpa, angustia, miedo, gritos, feos pensamientos, amargas palabras, vacilación, llanto y otras varias reacciones que son las que se disparan automáticamente cuando nos sentimos en impotencia.
Sea esa impotencia real o imaginaria.
Un fuego devorador, que te consume por dentro, que no te sirve para resolver lo que sucede y que incluso te suele complicar mucho más que si te hubieras tomado un tiempo para pensar, evaluar, aceptar y avanzar con una respuesta inteligentemente emocional más que una reacción automática e irracional.
La idea es poder usar ese fuego, esa energía, en tu provecho y no en tu contra.
Desviar el caudal energético para dirigirte a un objetivo que te sea beneficioso y que no sea solamente un derroche de energía en reacciones que te perturban y poco resuelven.
Es fácil para mí proponértelo ahora, pero en verdad tienes que luchar con algunos fuertes obstáculos, la mayoría de ellos internos.
Ante todo, el EGO, que es parte de tu naturaleza y tiene como cometido ayudarte a sobrevivir en situaciones verdaderamente límites de impotencia, cuando no tienes otra cosa a la cual recurrir que a las herramientas primitivas del EGO. Sobre esto hemos dado ya cientos o quizás miles de enseñanzas, todas ellas las tienes libres y gratis aquí mismo, en serjudio.com.
Luego, tienes el escollo del hábito negativo, es decir, aquella segunda naturaleza que fuiste construyendo con la repetición de conductas y actitudes negativas, que vinieron a fortalecer las reacciones instintivas del EGO y por tanto alejarte de las respuestas inteligentes.
Además, está la memoria celular primitiva, tanto la tuya como la familiar así como la de la especie.
También intrincadas conexiones en el plano espiritual, que los que se quedan en conocimiento escaso señalan como «reencarnaciones».
Por supuesto que a todo esto se le suma el cóctel que es tu Sistema de Creencias, el cual fue elaborado con todo lo mencionado más mandatos sociales, enseñanzas recibidas, deber ser y otras cuestiones.
Te propongo que mejor no te dejes llevar en esos primeros segundos, tras de recibir el impacto del sentimiento de impotencia.
Mejor quédate quieto, no hables, no pienses, no dejes que tu cuerpo reaccione.
Respira, pausado, profundo, lento. Contempla tu respiración y no aquello que te ha ofendido ni cómo te quieres vengar, o parecido.
Enfócate en tu respiración hasta que la sientas pausada, profunda, rítmica, equilibrada.
Entonces, tampoco hables, no digas nada, pero nada de nada. No dejes que tu cuerpo hable. Ahora enfoca tu pensamiento en hablar con el Padre Celestial. Habla CON Él, no de Él. Pídele Su fuerza, consejo, amparo, sabiduría, todo lo que fuera necesario para elaborar una respuesta positiva.
Entonces, podrás decir lo que tengas para decir, hacer lo que tengas para hacer.
Por supuesto que si es una situación donde la reacción del EGO, esa que es automática e impensada, es la necesaria, entonces no te quedes esperando para dar una respuesta. Por ejemplo, si se te viene encima un camión no te pares a meditar y hablar con Dios, corre, salta, deja que tu cuerpo reaccione para salvarte sin tanta filosofía.
Al final, agradece a Dios por esta oportunidad de crecer y aprender de ti y del mundo. Usa esta oportunidad como una experiencia para ser mejor persona. Despierta tu conciencia espiritual con todos estos acontecimientos, hasta que el control de tus reacciones sea mucho más sencillo y por tanto más poderoso.
Y recuerda, deja fluir aquello que no puedes controlar.
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