En la perashá Devarim nos encontramos un par de veces (2:34; 3:6) con la palabra “metim”, la cual es comúnmente traducida como “muertos”.
Pero, cuando prestamos la corriente atención a la grafía y el contexto, debemos traducirlo correctamente como “hombres”, “personas”.
Existe unas diferencias mínimas pero esencial de escritura entre un metim y el otro:
- cuando se trata de difuntos la “e” es una tzeiré, que son dos puntitos en horizontal debajo de la letra – מֵּתִים, y la mem está acentuada (indicando una letra que se ha obliterado);
- cuando se trata de hombres la “e” es un shevá ná, que son dos puntitos en vertical debajo de la letra – מְתִם.
Estos metim en la perashá Devarim eran hombres que estaban condenados a muerte, pero… ¿quién no lo está?
Nuestro pasaje terrenal es limitado, tenemos los días contados.
Esto puede ser vivido con angustia, con el terror a la constante presencia de la muerte que se la espera a cada momento. Como también, saber que todo lo que hicimos, hacemos y tal vez haremos está destinado al foso, a la corrupción, al olvido a la nada. Es la máxima de nuestras impotencias, y por más que plantemos un árbol, criemos un hijo y escribamos un libro, nuestro ser se desvanece, desaparece, se transforma en una niebla mezclada entre otras neblinas hasta ya no ser. Todas nuestras creaciones son alimento para la nada, puesto que todo lo material tiene un final.
Y allí fuera, el universo es ajeno, ausente, frío, impasible, sigue inconmovible y no corre a darnos una mano ni a convertirnos en un héroe de cuento.
Somos metim con los dos puntitos en vertical, pero avanzando para ser metim con los dos puntitos en horizontal.
¿Cómo no estar aterrados, llenos de miedo y pavor?
¿Cómo no sumergirse en un mar de dolor y pesimismo?
¿Cómo no soñar con tener súper poderes y controlar el universo con nuestro deseo y pensamientos positivos, como una manera primitiva de escondernos de nuestra miseria y suponernos libres de padecer la más cruel de las impotencias?
¿Cómo no alterarnos ante cualquier manifestación o síntoma de nuestra vulnerabilidad, si pone a la vista (propia y/o ajena) que estamos consumiendo nuestra corta existencia y que nada podemos hacer para evitar nuestra conversión en nada?
¿Cómo no adorar al EGO, en forma de deidad mágica, que nos ilusiona y hace delirar con controlar y dominar a todo y todos, aunque en la realidad ni siquiera llegamos a conquistar nuestras más básicas tendencias?
¿Cómo no adoctrinarse en religiones y grupos sectarios, que nos prometen salvaciones milagrosas, curaciones increíbles, victorias más allá de lo posible, felicidad al solo costo de nuestra fanática fidelidad e irracional fe?
¿Cómo no seguir adormecido, anestesiado, estupidizado, los dictados de líderes de toda calaña (religiosos, seculares), quienes nos permiten sentirnos importantes, protegidos, a resguardo de la impotencia, aunque queramos o no seguimos navegando a la deriva rumbo a la nada total?
¿Qué es Tishá beAv, el día de hoy, sino un patético recuerdo de que así estamos en este mundo?
Todos, judíos o gentiles, creyentes en algo real o en fantasías producidas por el EGO, todos estamos en el mismo barco que se terminará por hundir. Tishá beAv nos los recuerda a todos, sin excepción, si es que queremos entender el mensaje y hacer algo con él para mejorar nuestra limitada existencia.
Tan vulnerable y entregada al olvido, al punto que el profeta menciona, por ejemplo:
«Aun los esclavos se han enseñoreado de nosotros; no hubo quien nos librara de su mano.»
(Eijá / Lamentaciones 5:8)
¿Te das cuenta?
Más esclavos que los esclavos, abandonados de todo poder, carentes de decisión, carcomidos por el no-poder, sin siquiera esperanza de que ese mal termine.
Lo que lleva a lo que sabemos:
«Por esto está enfermo nuestro corazón; por esto se han ensombrecido nuestros ojos.»
(Eijá / Lamentaciones 5:17)
Y sin embargo, hay esperanza.
Hoy mismo, cuando leímos la Meguilá Eijá finalizamos su lectura dolorosa con:
«Haz que volvamos a ti, oh Eterno, y volveremos.»
(Eijá / Lamentaciones 5:21)
La respuesta está en encontrar el camino a nuestra propia identidad, a la NESHAMÁ, el espíritu que somos.
Volver al hogar, a la vida en armonía con nuestra esencia espiritual, según las coordenadas dictadas por el Eterno.
Pero, ¿esto nos da ese poder mágico del cual presumen todas las religiones?
¿Seremos por ello los que dictaremos a Dios lo que Él debe hacer por nosotros? ¿Él correrá a hacernos los mandados y a hacernos vencer allí en donde nada hemos hecho? ¿Nos salvaremos de la muerte de cualquiera de las otras impotencias que nos agobian en este mundo?
Seguiremos siendo limitados, seguiremos destinados a la muerte, los males seguirán golpeándonos, pero el temor será vencido, la nada ya no afectará nuestra existencia terrenal.
Porque estamos seguros de que hay un sentido y una posteridad.
Muere el cuerpo, el Templo se destruye, pero la esencia es intocable, nada la vulnera. No es cuestión de fe, de opinión, de deseo, de fanatismo. Es, simplemente, ser quien somos. Sencillamente, sin complicaciones, sin malabarismos, sin manipulaciones, sin entregar la vida a dioses o pastores/rabinos.
Estamos en un mundo donde todo tiene un fin, pero estamos al mismo tiempo en un mundo que no tiene fin pero es la finalidad.
Podemos ser muertos en vida, destinados a la nada. Es una de las posibles opciones, pero también tenemos la otra opción, aquella que Dios ha aconsejado que tomemos, pues podemos ser gente que morirá algún día, pero que cada momento es aprovechado al máximo, disfrutando de lo permitido, apartándose de lo prohibido, construyendo SHALOM con acciones de bondad y justicia y asegurando nuestra existencia eterna llena de plenitud.
Que se éste el último Tishá beAv de duelo, el primer día de la completa redención.
Depende en gran medida de ti.