Rescatemos a más hermanos

Te las ingenias para llegar hasta lo más profundo de la prisión de pesadillas.
Con habilidad engañas a los carceleros que mantienen secuestrado a su rehén.
Te escabulles de la mirada asesina de los guardianes, esos rufianes.
De alguna manera encuentras la llave de la celdita oscura y amarga.
Abres la puerta.
Alumbras con tus bengalas su interior, se hace rápidamente la luz en aquel lugar tenebroso, lleno de telarañas y dolores.
Sí, allí está al que tienen secuestrado, lo ves, pobrecito, en harapos, en un estado de abandono y miseria que te espanta.
Le muestras el camino, le brindas tu mano para ayudarle a salir a su libertad… esa libertad por la que tú has luchado y te has arriesgado… es tu hermano, tu prójimo, uno que está tal como estabas tú hace un tiempo atrás. Lo animas con tus palabras y mirada confiada. Le das tu calor humano, tu sincera oportunidad de salvación.
Pero él se queda acurrucado en las sombras, paralizado, temeroso, agonizante, esclavo. Te mira al pasar, de reojo, refunfuña… ¿te maldice? Te da la espalda, se aferra a los barrotes de su celdita, se niega a salir…

No se puede liberar a nadie, solamente uno se libera a sí mismo.
Por esto, ¿dejaremos de hacer nuestra parte en la tarea sagrada de rescatar hermanos secuestrados por el EGO?

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