Cada uno de nosotros somos NESHAMÁ, es decir, una chipa de Dios, espíritu, Yo Esencial.
Mientras estamos en este mundo, estamos siendo un Yo Vivido, al que llamamos generalmente «yo», nuestra personalidad.
Solemos confundirnos y creernos que somos el Yo Vivido, sin darnos cuenta del error al no recordar que somos NESHAMÁ.
Muy triste es vivir en esta ilusión, porque estamos perdidos de la realidad y viviendo de apariencias, a las cuales no aferramos como si fueran valiosas.
Ese Yo Vivido está formado por deseos, mandatos sociales, creencias que nos introdujeron desde el nacimiento (o incluso antes), doctrinas religiosas, fantasías, recuerdos y falsos recuerdos, ilusiones del EGO, retazos de realidad, sentimientos, impresiones, clamores del cuerpo, condicionamientos, errores, lo que escondemos y lo que escondemos y ni siquiera nos dimos cuenta de que lo hemos escondido.
Por tanto, es una estructura fabricada y que se puede ir remodelando a lo largo de toda la vida.
El Yo Vivido está en conflicto interno y con el Yo Esencial.
Está armado por relatos y es a través de relatos que podemos ir desarmándolo para lograr una experiencia de vida más equilibrada.
El patriarca Iaacov se llamó así por circunstancias de su nacimiento, y ese nombre marcó varias de sus conductas.
Hasta que por fin pudo encontrar a su verdadera personalidad, cuanto tuvo que luchar con su conciencia una noche y entonces su nombre fue cambiado por Israel, pues era éste nombre el que mejor representaba su esencia sagrada.
Tenemos que hacer el trabajo de desprendernos de las máscaras para llegar a reconocer la verdadera cara y entonces vivir en armonía con ella.
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