Cuenta la Torá un hecho ocurrido un poco antes de que los israelitas entraran a la Tierra Prometida:
«Entonces el Eterno habló a Moshé en las llanuras de Moab, junto al Jordán, frente a Jericó, diciendo: ‘Habla a los Hijos de Israel y diles:
‘Cuando hayáis cruzado el Jordán a la tierra de Canaán, heredaréis a todos los habitantes de la tierra ante ustedes, destruiréis todas sus esculturas, todas sus imágenes de fundición destruiréis y devastaréis todos sus lugares altos. Tomaréis posesión de la tierra y habitaréis en ella, porque a vosotros os he dado la tierra, para que la tengáis en posesión.
… Pero si no echáis de delante de vosotros a los habitantes de la tierra, sucederá que los que dejéis de ellos serán como aguijones en vuestros ojos y espinas en vuestros costados, y os hostilizarán en la tierra que vosotros habéis de habitar. Y sucederá que os haré a vosotros lo que pensé hacerles a ellos.»»
(Bemidbar/Números 33:50-56)
De acuerdo a la perspectiva del siglo en que estamos, este pedido del Eterno resulta impensable, contrario a las reglas de convivencia que las sociedades (al menos occidentales) han establecido. Supongo que a ningún judío se le pasará por la cabeza la idea de erradicar a toda una nación y actuar como los salvajes de ISIS o bandoleros fanáticos similares. Claramente, hemos avanzado en el refinamiento de nuestra conducta.
Por tanto, era sumamente comprensible y razonable en su momento, lugar y cultura este pedido del Todopoderoso. De hecho, resultaba una orden vital, de suma importancia que fuera cumplida para que se posibilitara la continuidad del pueblo de Israel, tanto en su tierra como fuera de ella,
Así pues, no podemos ni debemos juzgar este requerimiento desde nuestra óptica, sino desde la de aquellos que fueron receptores de este mandato en particular.
Dicho lo cual, evidentemente este pasaje tiene especial valor, no solamente como un relato del pasado, como un fragmento de la dura historia del pueblo judío, sino por aquello que aprovecha en la práctica actualmente.
Te diré una de esas enseñanzas, perfectamente útil para todo aquel que quiera llevar una vida de plenitud espiritual.
Debemos ver la conquista de la tierra de Canaan por parte de los israelitas como el trabajo espiritual para elevar el resto de las dimensiones que compone al ser humano. Es decir, hacer que lo físico/material, emocional, social y mental estén orientados por el plano espiritual y sea éste quien tiene prioridad sobre los otros.
Que podamos reconocer y tomar conciencia de aquellos aspectos negativos que tenemos que erradicar en nuestra forma de ser, en nuestra conducta, pensamientos, creencias, palabras, etc. Para reemplazar lo negativo con destellos de la LUZ que proviene de lal NESHAMÁ (espíritu, chispa Divina).
Allí donde el EGO manda y no debiera hacerlo, desterrarlo y dejar lugar a las instrucciones de origen Divino, a la construcción de SHALOM.
Saber que tenemos al enemigo trabajando en nuestro interior, llenándonos de impotencia, miedo, angustia, malos modos, religión, supersticón y otras cosas que no aportan nada bueno a nuestra existencia y sí cosas muy nocivas. Entonces, si no hacemos el trabajo de conquista espiritual de todo nuestro ser, las partes tóxicas hacen su trabajo en nuestra contra.
Por tanto, no esperemos milagros si no hacemos nuestra parte de la guerra espiritual contra lo negativo en nuestro ser.
La victoria está al alcance de nuestras manos, mentes y bocas.
Hagámoslo.