Echar culpas, es algo tan común, tan usado.
Puede ser a uno mismo, a alguien cercano, a individuos o colectivos lejanos, a Dios, a la vida, a factores intangibles varios, a quien sea con tal de echar culpas como algo corriente y habitual.
Y muchas veces se recurre a hacer sentir culpable, sin que exista una real culpa detrás, como factor determinante para conseguir manipular, doblegar, someter, presionar, victimizarse, inducir al chantaje emocional.
Desde muy pequeños se nos introduce al mundo del sentimiento de culpa.
Si no somos o hacemos aquello que el adulto espera de nosotros, pronto aparecen las maquinaciones culposas. Sea a través de palabras o silencios, gestos o indicios, castigos o amenazas, abandonos o atosigamiento, cualquiera sea el instrumento empleado, se nos hace sentir y creer que somos inútiles, indignos de amor, incapaces, no merecedores de respeto, malos, o cualquier otra imagen distorsionada que nos derrumba y esclaviza.
Aprendemos a sentirnos y creernos culpables, pero también a usar esas herramientas destructivas en los otros.
Y aprendemos a estar a las órdenes del EGO, aún más. A ser serviciales a los mandados que nos perjudican, con promesas de obtener alguna satisfacción ilusoria. Porque se nos adoctrina con el mensaje: “si eres como yo quiero, entonces serás feliz”. Y en ese mismo sentido las religiones también adoctrinan, con sus constantes proclamas de que eres pecador, que estás fallado, que estás perdido y sin salvación; aunque, si eres dócil y renuncias a tu independencia y pensamiento, para ser un fiel sin conciencia, entonces obtendrás todo tipo de recompensas mágicas, en este mundo o en alguno ilusorio por venir. (Recordemos que ni judaísmo ni noajismo son religiones, aunque hay muchos que los consideran así y los viven de esa manera).
El truco de la religión, de toda religión, es hacerte sentir impotente, culpable, falto de sentido, incapaz de ser por ti mismo y en intimidad con el Eterno; por todo ellos eres merecedor de castigos, dolores, males, exilios, tormentos, torturas; para luego ofrecerte la pócima mágica que es exclusiva de la religión, te dejas adoctrinar, te sometes, te conviertes en un siervo lleno de fe irracional, actúas de acuerdo a las órdenes de tus líderes religiosos, y entonces, solamente así todos los problemas se resuelven para ti. Sea con promesas aquí o en mundo fantásticos de los cuales no existen evidencias ni prueba alguna.
Ya estudiamos que no es lo mismo ser culpable de algo que sentirse culpable.
Cuando existe real culpa, entonces es posible realizar algún procedimiento reparatorio o de reintegro, es decir ser responsable en mejorar la existencia.
Pero, cuando lo que hay es sentimiento de culpa, entonces no hay forma de corregir aquello que no tiene substancia; por tanto, cuando lo que impera es el sentimiento de culpa se entra en un círculo vicioso en el cual se va cayendo más y más bajo el peso de esa irreal culpa, a no ser que se advierta la trampa y se enfrente la falsedad para erradicarla.
Y esto, precisamente, es el punto.
Sea con culpa real o con sentimiento de culpa, lo necesario es despertar, tomar consciencia, no dejarse atormentar por el EGO (propio o ajeno) en su tarea de someternos a la impotencia.
Para, ser responsables.
Para hacernos cargo de nuestra parte y no cargar las mochilas de otros.
Para andar la senda de la TESHUVÁ, en vez de girar en impotencia, atrapado en celditas mentales, siendo ineficientes e ineficaces.
Despertar y no ser más víctima, o no tomar el papel de una sin serlo.
Pero, pareciera que se siente más simple seguir acumulando desperdicios en vez de emprender una tarea constructiva, de limpieza.
Porque, tomarse las cosas responsablemente, actuar construyendo SHALOM, asumir las reales consecuencias y corregir lo equivocado implica trabajo, esfuerzo, desistir, ser consciente de la propia impotencia y no hundirse por ello; en cambio, con recriminaciones, quejas, insultos, prejuicios, rebeldías, abusos, agresiones, no se precisa elaborar nada. Solamente malgastar la energía en esas cosas enfermizas y agobiantes, pero que aparentan brindar una cierta dosis de poder.
No permitas que eso siga ocurriendo.
Deja de echar culpas, a ti o a otros.
Deja de criticar irracionalmente.
Deja las torturas.
Deja los mecanismos manipulativos.
Deja de lado todo rastro de religión y sus métodos.
Acéptate, con tus luces y sombras.
Reconoce aquello que realmente es erróneo y si es posible mejorarlo, emprende la tarea de hacerlo.
Conversa íntimamente con el Eterno.
Descubre Su LUZ en ti, que es la NESHAMÁ.
Construye SHALOM por medio de acciones de bondad y justicia.
Estudia aquello que te corresponde y edifica.
Desaprende lo que te abruma.
Aprende nuevas maneras de comportarte.
No pretendas dominar lo que está fuera de tu control.
Quiérete, pero no por ello encuentres pretextos para hacer lo que sigues haciendo y está mal.
Ayuda a otros a despertar, pero sin forzar, sin obligar, sin violentar y por supuesto que sin recurrir a la manipulación emocional (echando culpas, por ejemplo).
Conoce más de ti, ten presente los mandamientos que te corresponde cumplir y hazlo, pues es el modo de manifestar la NESHAMÁ en este mundo.
Habla con compasión, pero sé estricto con el mal.
Podrás estar mejor, más libre, más feliz.
¡Te lo debes!