La evolución kippuriana

Cada año, el 10 de Tishrei somos convocados por el Padre Celestial a guardar una jornada completa de ayuno, introspección, reflexión y crecimiento.

En estas más de 25
horas debemos concentrarnos en encontrar aquello que es realmente
esencial en nuestra existencia, aquello que trasciende lo meramente
pasajero.
Por ejemplo, debemos hacer presente que comer, beber, cohabitar, entre otras son actividades necesarias para sostener nuestra existencia (como individuos o como especie), pero que no dejan de ser in-trascendentes, carentes de una proyección espiritual por sí mismas.
El cuidar y acrecentar nuestro cuerpo, nuestras posesiones materiales, es algo positivo, correcto, siempre y cuando NO se convierta en el centro y finalidad de nuestra existencia.
Cuando llegan las restricciones de Iom Kippur, y las cumplimos, estamos reconociendo este hecho, por lo cual nos estamos liberando en cierta medida de la esclavitud de lo terrenal, para hacernos amos de nuestro pasar por la tierra.
Podemos ser los señores de nuestra vida cuando dejamos de actuar como presos de pasiones y anhelos materiales.

No es que abandonemos el cuerpo a los avatares y acontecimientos, ni que cejemos en nuestros esfuerzos por superarnos materialmente. Nadie nos exige que neguemos nuestro cuerpo y sus necesidades; sino que los ubiquemos en el lugar correcto en nuestra lista de prioridades.

Así mismo, debemos sentir en carne propia que la comodidad es placentera, es agradable, es buena, pero que si la convertimos en un objetivo de vida estamos descarrillando nuestra travesía, apartándonos del buen puerto.

Todo el que busca el placer, y se afana por conseguirlo, obtiene fatigas y sinsabores, se aleja del placer. Pues, el placer es un producto secundario que no se alcanza directamente, sino a través de esmerarse en otra actividad.
Cuanto más nos tensionamos pretendiendo gozar, menos disfrutamos y más nos agarrotamos en una insoportable maniobra estéril.

Llega la evolución de Iom Kippur a decirnos que cuidemos nuestros cuerpos, pero que no los consideremos como un templo. Que nos solacemos con nuestros bienes, pero que no erijamos al placer como deidad.

Cuando procedemos de
esta manera estamos habilitados a retornar a la buena senda, a las
conductas correctas, las que el Eterno ha designado como positivas y
constructivas.
Ya no somos esclavos, sino amos.
No nos conducimos como autómatas detrás de deseos, pasiones o pretensiones, sino que escogemos el camino por el cual avanzaremos.
Nos liberamos del cuerpo, sin rechazarlo.
Nos satisfacemos con nuestra porción, sin rehuir la posibilidad de prosperar.
Nos conformamos con lo que tenemos, sin por ello dejar de trabajar con mesura por mejorar.

Esta evolución es realmente un retorno a la esencia de nuestro ser.

Es un reencuentro con nuestro Yo Auténtico, tan escondido detrás de necesidades y máscaras que nos hemos ido poniendo a lo largo de nuestra vida.

De tanto asumir caretas como si fueran la cara, perdimos de vista nuestra verdadera identidad espiritual, nos confundimos de senda, nos apartamos de lo correcto.

Pero, al hacer esta pausa sagrada en la locura cotidiana, en esa carrera constante sin sentido, estamos en posición de definir la meta que queremos alcanzar y los medios para hacerlo.
Nos apartamos de la mayor fuente de pecados (desviaciones del bien), que es la búsqueda de la comodidad.

La evolución requiere
del arrepentimiento sincero, de hallar aquellos aspectos negativos de nuestra conducta para
modificarlos, de reconocer lo que está deteriorado y repararlo, lo que
está a medias y perfeccionarlo.

Tenemos tres facetas en las cuales ejercer el derecho y el deber del arrepentimiento:
1- en nuestra relación para con el Eterno

2- en nuestra relación para con el prójimo

3- en nuestra relación para con nosotros mismos.

Cuando llega el Iom Kippur es la ocasión ideal para vernos en el espejo del alma, para
revisar nuestras conductas del año que ha finalizado, y para entonces
descubrir nuestro potencial de crecimiento en el año que comienza.

Ésta es la esencia fundamental del día de la expiación o perdón, un reencuentro con Dios, con el prójimo y con uno mismo.

Es una evolución personal y colectiva, que unifica y armoniza nuestros cinco planos (físico, emocional, social, intelectual y espiritual).

Es por esto, en parte, que a los cinco días de Kippur celebramos la «Fiesta», también conocida como Sucot. El momento más dichoso del calendario. Cuando estamos ordenados a gozar y ser felices, a pesar de todo, o gracias a todo.

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