Cuando leemos:
«Iaacov [Jacob] engañó a Labán el arameo al no decirle que se iba.»
(Bereshit / Génesis 31:20)
Quizás podríamos suponer que al patriarca Iaacov le faltó valor para enfrentar a su tío/suegro para declararle que lo dejaba, para volverse a su hogar en la tierra prometida por Dios a su familia.
Si no, ¿por qué habría de huir cual si fuera un ladrón?
Sería la observación llana, obvia, casi infantil de la acción.
Y tal vez sea la respuesta correcta que explique esta conducta.
Pero Iaacov Abinu no era un niño, no actuaba como tal. Él tenía astucia pero también integridad. Podía engañar sin ruborizarse pero también reclamar por rectitud.
Bien pronto luego de este párrafo él pondría de manifiesto su lucha interna, entre su EGO y su NESHAMÁ, en el episodio en el cual lucha una noche con un ángel. Combate del cual saldría victoriosa su Esencia, dejando en claro que los rostros que había estado usando en verdad ocultaban una NESHAMÁ pura, que estaba a cargo de su vida.
Así pues, no podemos quedarnos con la sencilla explicación de imaginarlo un patancito abrumado por el miedo, que escapa para cuidar su dinero y su vida.
Tal vez no temía por él, ni por sus posesiones legalmente habidas, sino por otros que pudieran resultar perjudicados por el proceder odioso del arameo.
Eso es exactamente lo que Iaacov expresa:
» -Yo tuve miedo, pensando que quizás me arrebatarías a tus hijas.»
(Bereshit / Génesis 31:31)
Está claro que Iaacov no estaba angustiado por sí mismo, sino por lo que pudiera ocurrirle a la gente inocente e indefensa a su cargo.
Y si prestamos atención al texto, el temor del patriarca no es alejado de la realidad, pues Labán declara:
«-Las hijas son mis hijas, los hijos son mis hijos y las ovejas son mis ovejas. ¡Todo lo que tú ves es mío! ¿Qué puedo hacer hoy a estas hijas mías o a sus hijos que ellas han dado a luz?»
(Bereshit / Génesis 31:43)
En la egoísta mente de Labán todo le pertenecía, incapaz de reconocer los límites, de aceptar el derecho, de vivir con justicia.
Para él, nada era de Iaacov, ni tampoco de sus hijas.
Según creía Labán, todo lo que estaba allí, lo material y lo humano, lo que conformaba la familia y posesiones de Iaacov.
¿Cómo lidiar con un sujeto así, explicarle y que acepte que la realidad es otra?
Iaacov venía curtido de dos décadas de soportar hostigamientos, maltratos, engaños, burlas, acosos, robos por parte de Labán y sus hijos.
Tenía muy claro que si le revelaba amablemente su proyecto de partir en paz y rodeado por su familia, así como con sus bienes, Labán lo impediría a cómo diera lugar. Sea a través de estafas, amenazas, agresiones, o cualquier otro mecanismo malvado a su disposición.
Podría haber iniciado una apelación judicial Iaacov reclamando por su derecho a retornar a su patria, acompañado por su familia y por su bienes.
Pero, no solamente la ONU actual está decidida a causar daños a Israel, sino también los jueces en la localidad de Labán se confabularían para beneficiar al pillo Labán en detrimento de la justicia y del derecho. Porque, cuando el EGO está a cargo, no hay bondad ni justicia, sino solamente ataques desde la impotencia para someter al ser/colectivo y así mantener cercada a la NESHAMÁ detrás de las murallas de oscuridad que siembra el pecado.
No, Iaacov no podía esperar que el tribunal actuara con rectitud, estaba decididamente corrompido por la lujuria que proveía el arameo ricachón. Por lo cual, Iaacov debía afrontar la lucha frontal, que no temía, pero la cual resultaría en daños tremendos contra su familia y bienes. O podía actuar con astucia y evitar así males mayores.
Claro, la moralina pamplinesca, seudo progresista y santurrona tendría motivos para acusarlo por su desviado proceder, ¡pero de qué vale la imputación de los corruptos y éticamente pervertidos!
Hay momentos en los cuales se debe hacer lo que se debe hacer, sin esperar la miserable aprobación del infame o del apático.
Y eso hizo el patriarca de Israel, tomó la decisión que evaluó como menos dañosa para todos los implicados.
Creemos que acertó, aunque a primera vista surja la recriminación infantil con la que comenzamos este encuentro.
Pero el Eterno dejó bien en claro:
«Aquella noche Elohim vino en sueños a Labán el arameo, y le dijo: ‘Ten cuidado, no hables a Iaacov [Jacob] ni bien ni mal.'»
(Bereshit / Génesis 31:24)
Si Iaacov hubiera actuado incorrectamente, ¿no habría tenido Labán el derecho divino y humano para “al menos” recriminarle su acción?
Evidentemente que así es.
Pero, Elohim pone en claro que él no tiene ningún derecho aquí, nada para reclamar, ni siquiera algo para elogiar.
Silencio debería haber sido el único discurso de Labán ante “la ONU” al respecto de Israel.
Pero, Labán no pudo con su malgenio e incumplió la orden directa del Creador para tratar de embaucar nuevamente a Israel y llevarlo a la perdición.
Pero esa, ya es otra historia.