«Moshé y Aarón volvieron a ser traídos ante el faraón, quien les dijo: –Id y servid al Eterno vuestro Elohim. ¿Quiénes son los que han de ir?
Moshé respondió: –Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros ancianos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; hemos de ir con nuestras ovejas y con nuestras vacas, porque tendremos una fiesta del Eterno.»
(Shemot/Éxodo 10:8-9)
Fue una respuesta que el faraón no esperaba, le tomó por completo por sorpresa.
Él pretendía que los servicios al Dios de los hebreos los realizaran un puñado de personas, adultos y varones.
Estaba confiado en que permanecerían como rehenes las mujeres, los jóvenes, los muy veteranos.
Porque, faraón no quería dejar de tener sometido al pueblo de los israelitas y para ello precisaba retener a los más frágiles, a los que estaban formándose, a los que no tenían fuerzas para resistirse, a los que socialmente estaban en segundo escalafón. Haciendo así se aseguraba que el resto de los israelitas volvería y permanecería doblegado y sumiso a sus órdenes.
Pero Dios quería otra cosa, y por ello Moshé estaba diciendo que todo el pueblo se iría de Egipto, no quedaría ninguno atrás.
Además, se llevarían también sus bienes materiales, sin dejar nada en la tierra de la opresión.
Éste era el momento de la redención la cual se cumple si afecta a todos los integrantes del colectivo (o a su inmensa mayoría) y no solamente a unos cuantos distinguidos.
Por ello se para firme Moshé y declara el alcance de su pedido que abarca hasta el último de los integrantes del pueblo con sus respectivas pertenencias.
Ya Egipto había usurpado por demasiado tiempo la vida de los israelitas, ya los había angustiado con toda clase de tormentos y ahora era el tiempo de romper esas ataduras.
Recordemos que Egipto, que es Mitzraim en el texto de la Torá, se emparenta directamente con la palabra tzar, que es angosto.
Egipto/Mitzraim es la potencia que se encarga de angustiar a sus habitantes, de quebrarles anímicamente, de llenar sus mentes con creencias falaces para que estén esclavizados.
Faraón es el EGO, que se desubica de su función y ocupa lugares que no le corresponden, para mantenerse en esa falsa soberanía provoca en sus víctimas todo tipo de sentimientos debilitantes, para que incapacitados por el miedo, las creencias, las cadenas y otras trampas se mantengan en sometimiento.
Es una gran enseñanza que nos brinda la Torá.
La comunidad la formamos todos, sin distinciones.
Grandes y pequeños, varones y mujeres, ilustres e ignorados, rezagados y pioneros, todos absolutamente sin dejar a nadie fuera.
Pero también requiere la comunidad de su estabilidad económica, de su bienestar material, que es indispensable.
Esto por una parte, pero no olvidemos la otra enseñanza, la que atañe al crecimiento espiritual.
No hemos de permitir que el faraón, alias el EGO, nos siga sometiendo a sus mandatos, porque cuando le permitimos que nos controle, renunciamos a lo mejor de nuestras vidas.
El EGO tiene beneficio, el EGO se adueña, el EGO nos esclaviza.
Tenemos que tener la fortaleza para quitarle su voz de mando, e irnos completamente, sin dejar nada atrás.
Ni siquiera recuerdos del Egipto que nos oprimía, sino todo concentrados en la libertad, en el crecimiento, en lo que da bendición.
No se trata de negar el pasado ni de hacer de cuenta que no hubo esclavitud, sino no quedar atrapado en prisiones mentales que usurpan la oportunidad de la libertad.
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