El SJAJ, el techo de la SUCÁ, debe estar hecho de productos vegetales, de aquellos que crecen desde la tierra, con sus raíces hundidas en el suelo sorbiendo los nutrientes desde allí y que va creciendo hacia el cielo, como una escalera que nace en lo material y aspira a la eternidad.
Como si nos enseñara que es necesario que aprendamos a usar todo lo que nos provee la vida en este mundo pero sin olvidar nuestra divina misión, de hacer consciente la conexión con la dimensión espiritual.
Es indispensable que el material del SJAJ sea cortado de su nexo con la tierra y sabemos que eso significa la muerte, porque esa es el camino de todo en este mundo. Todo lo que es material termina desapareciendo, transformándose en algo totalmente diferente, perdiendo su forma e identidad.
Allí están las ramas, las cañas, las palmas, lo que sea que se haya usado para la techumbre, secándose, echándose a perder, una dura visión de lo que nos espera.
Pero, por encima de esas hojas que se van consumiendo, es obligación que se vea el cielo, que podamos discernir las estrellas, que no perdamos de vista que hay otra realidad, una que nos trasciende, que no se limita al plano material.
Nos recuerda que no somos este cuerpo que se va desmenuzando, sino que estamos siendo esto; pero somos NESHAMÁ, es decir, espíritu, una chispa de la Divinidad.
El Yo Esencial que no se quebranta, que no se rompe, que permanece y alumbra hasta en la noche más tremenda.
Ahí estamos, en la temporaria y endeble sucá, teniendo ante nosotros el pantallazo de nuestra existencia, tanto en el pasaje terrenal como en su vida en la eternidad.
Es importante que no lo olvidemos y por eso hay muchos rituales y objetos dentro del judaísmo que nos lo recuerdan.
Que lo terrenal es un medio pero la finalidad es lo celestial.
Debemos disfrutar de este mundo, de todo lo permitido y saludable, no desperdiciar la oportunidad, no creernos más santos por rechazar las cosas de este mundo. Porque todo lo que la vida nos da, y es lícito y saludable, es para fomentar nuestro deleite en el mundo espiritual.
Cada experiencia que recolectamos en este mundo es lo que tendremos en el más allá, por eso la importancia de que nuestras acciones/pensamientos/palabras sean en sincronía con el código espiritual.
Porque cuando estamos confrontados al código espiritual, el resultado es un sentimiento negativo, doloroso. Como en este mundo aprendemos a mentirnos, a engañar, a ocultar, a confundir, desde muy chiquitos, entonces no llegamos a darnos cuenta del dolor que estamos acumulando, solamente nos llega a la conciencia una pequeña parte. Otra se manifiesta en diversos síntomas sicosomáticos. Pero la verdadera experiencia del recuerdo de esos sentimientos será en la eternidad.
Por eso, mucho cuidado con lo que hacemos, decimos, pensamos. No nos llenemos de negatividad.
Que la TESHUVÁ ayuda a limpiar, pero… ¿y si no nos avivamos de andar por el proceso de TESHUVÁ?
Aprovechemos a mirar la lozana techumbre en los días iniciales de Sucot, pero penetremos más allá de ella hacia la eternidad.
No nos angustiemos al recoerdar el día de nuestra muerte, y el lento deterioro que suele acompañar a la misma.
Sino que celebremos el hoy, tengamos conciencia de la eternidad que nos forma en lugar de quejarnos por la limitada presencia que estamos viviendo en este cuerpo.
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