Al momento de pasar a residir la nación judía en la Tierra de Promisión, 12* fueron las tribus que recibieron tierras para sus provincias, en tanto que la 13ª no obtuvo “najalá”, una porción o heredad.
Ésta era la tribu de Leví, los cuales vivirían en sus ciudades propias, aquellas que Dios designó específicamente para ellos, pero más generalmente lo harían mezclados entre sus hermanos, los hijos de las otras tribus.
¿Esto por qué?
Uno de los motivos lo explicita la propia Torá:
«’Los sacerdotes levitas, toda la tribu de Leví, no tendrán parte ni heredad con Israel. Ellos comerán de las ofrendas quemadas al Eterno y de la parte que les pertenece. No tendrán heredad entre sus hermanos, pues el Eterno es su heredad, como él se lo ha prometido.»
(Devarim/Deuteronomio 18:1-2)
Es decir, su sustento no provendrá del trabajo material, de ser agricultor, artesano, comerciante o cualquier otra tarea vinculada a la expansión del mundo físico, sino que Dios les proveería de manutención a través del sistema de ofrendas e impuestos que recaería sobre sus hermanos, los miembros de las otras tribus.
Porque los levitas, tanto los cohanim como los leviim, deberían estar dedicados al servicio Divino y al estudio y enseñanza de la Torá. De entre ellos saldrían los primeros maestros de Israel, sus proto-rabinos. Ellos estarían encargados de profundizar en las escrituras, conservarlas, explicarlas, transmitirlas. Ellos proveerían a sus hermanos de consejo y apoyo en todos los aspectos de la vida, serían sus maestros, sicólogos, coachers, médicos, etc.
Por tanto, el resto de los hijos de Israel estarían encargados de darles su sustento, de cuidarlos, de honrarlos.
Lo que para algunos pudiera parecer abusivo, que una tribu viviera a costilla de las otras, realmente no lo es.
Consideremos el alto sacrificio que representaba para los levitas no recibir heredad en la tierra de Israel, cuando sabemos de la promesa del Eterno a los patriarcas de que sus descendientes recibirían la tierra de Israel en posesión.
Consideremos la alta dedicación de los hijos de Leví a las necesidades de sus hermanos de las otras tribus, en lugar de enfocarse en sus propias ventajas.
Consideremos sus requerimientos especiales para poder servir como sacerdotes y auxiliares en las tareas sagradas, con las limitaciones para la vida personal que ello conllevaba.
Entre otros considerandos, resultaba un precio bastante bajo para los israelitas el sostener a la tribu de servidores del Eterno y maestros del pueblo.
Habiendo escogido a una tribu de entre las otras, el Eterno estaba asegurando para el pueblo la continuidad de las tradiciones, el apego a la propia cultura, el amor y respeto por la Torá, entre otras importantes funciones.
Pero hay algo mucho más poderoso que resulta de la existencia y presencia de esta tribu nómada, habitante entre sus hermanos, no aferrada a una porción de tierra en particular ni agobiada por los trabajos de la expansión del mundo físico.
Ellos servirían como nexo y pegamento para el resto de las tribus.
Déjame que te explique.
Cada tribu estaría en su provincia, en principio no habría nada material que los unificara.
No habría una Estado único, ni una federación, ni una entidad política única.
No tendrían un ejército, ni pagarían impuestos.
No habría rey, ni otro gobernante que centralizara la dirección nacional.
Claro que estarían los lazos espirituales y emocionales.
Seguirían contando las viejas historias de cuando andaban por el desierto, que ni tan unificados estaban entonces.
Tendrían las figuras de antaño compartidas, como los patriarcas y matriarcas, como Moshé.
Seguirían los mismos mandamientos y habría un cúmulo de tradiciones y narrativa en común.
Pero la separación haría sus estragos labrando lentamente identidades separadas y probablemente antagónicas, llegado el caso.
De hecho, en el Tanaj nos encontramos graves conflictos entre tribus, las cuales gradualmente pasaban a sentirse como entidades diferentes y casi sin puntos que les demandaran permanecer apegados a una única nacionalidad.
Pero, allí estaban los levitas, hermanos pero diferentes. Vivían mezclados entre las tribus, viajando de un lado a otro, sin atarse a una determinada parcela de tierra. Ellos enseñaban las mismas narraciones, comentaban los puntos en común, repetían los mismos salmos, cantaban las canciones que llegaban a sus corazones desde el pasado, les divulgaban las mismas esperanzas, los hacían participar de similar servicio.
También traían las noticias de uno a otro lado, manteniendo la vigencia de la hermandad.
La importancia de los levitas fue incalculable.
Es por ello que actualmente siguen teniendo algunos privilegios, como por ejemplo un lugar de honor en el momento de la lectura de la Torá.
Ahora bien, ¿qué podemos aprender para nuestra vida práctica de esta enseñanza?
Una de las moralejas es que es bueno que tengamos nuestras diferencias, que cuidemos aquello que nos separa pero sin dejar de valorar lo que nos une y lo que nos permite convivir en paz y progreso.
Que las diferencias no nos separen, ni que las semejanzas nos hagan desaparecer.
Que podamos mantener nuestra identidad, sumando y restando para lograr el equilibrio dinámico.
Tribus con territorio: Shimón, Reubén, Gad, Menashé, Yehudá, Isajar, Zebulún, Efráim, Biniamín, Dan, Asher y Naftalí.