Hay gente que dice, o que realmente cree, que le tiene miedo al vacío.
Por ello, no paran de moverse, de hacer cosas, de hablar, de hacer, de rehacer. Están en la máquina constantemente, ni hasta durmiendo parecieran aflojar.
Es que el silencio, la pausa, el descanso, lo que pudiera parecer haraganería o pereza, los estresa más que el propio estrés de la actividad febril que padecen.
Le tienen miedo al vacío, o eso creen, entonces, tratan de llenar todos los tiempos y espacios con cosas y ruidos, no sea que la angustia que les acecha se abalance encima y se los coma por dentro.
Pero también, quizás tengan un miedo mucho más profundo, que como todos los miedos remiten siempre a una sola cosa: la impotencia.
Pues el miedo, cualquiera que hayas sentido o vayas a sentir, es siempre lo mismo, con diferentes nombres y rostros, pero siempre es: una fantasía de una impotencia (un no poder) a futuro.
No hay otra cosa que sea el miedo.
Piénsalo lo más objetivamente que puedas, tratando de no prejuzgar, y entonces verás que absolutamente todo lo que temes no deja de ser una fantasía de una impotencia a futuro.
Como esto ya lo hemos explicado en profundidad y en reiteradas ocasiones, te lo dejo así, sin más detalles, porque si te interesa puedes bucear en los miles de textos gratuitos que hay para ti en serjudio.com.
Entonces, aquel que dice temer al vacío, tiene miedo a la impotencia, sin más.
El vacío como rostro invisible de la constante impotencia.
Por ello no se permiten quedarse quietos, ni en silencio.
Tienen que llenar todo de ruidos, colores, cosas y más ruidos.
Porque el vacío no está bajo su dominio, por tanto no tienen poder, por tanto se desencadenan las reacciones automáticas del EGO ante la sensación de impotencia.
Aventurarse a disfrutar del reposo, del silencio, del no hacer, del cese de actividad.
Atreverse a pasar el rato consigo mismo, sin otra compañía ni distracción.
¡Qué gran desafío!
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