En la parashá Jaié Sará encontramos el dato de que a la edad de 127 falleció la matriarca Sará.
De inmediato, la Torá nos brinda un dato que resulta extraño, pues nos informa que ella tuvo una buena vida.
¿Cuál sería la extrañeza?
Pues, sabemos que tuvo que pasar numerosas peripecias bastante desagradables, alguna de las cuales se sucedieron en varias oportunidades o por largos períodos.
Por ejemplo, tuvo que viajar muy lejos de su entorno para empezar, ya de anciana, una nueva vida.
Padeció de una época de dura hambruna, que la obligó a emigrar buscando el sustento.
Fue secuestrada dos veces, salvándose de manera milagrosa antes de ser ejercida mayor violencia sobre ella.
Pasó años sin hijos, desencantada y sin esperanzas de poder algún día concebir y criar.
Ya de vieja, dio a luz a un niño, el cual fue maltratado por la mala influencia del hijo mayor de su marido.
Además, tuvo que soportar el maltrato de su empleada y la agonía de la burla de ella.
Para luego enterarse de que su esposa había sacrificado al preciado hijo, en un ritual en honor al Dios, lo que le provocó una angustia tal que la llevó a la trágica muerte.
Estos son solo algunos de los mojones que nos narra la Torá escrita, pudiéndose encontrar otros sinsabores en las leyendas de la Torá oral.
Sin dudas, parece difícil declarar que fue una buena vida, pero sin embargo, es lo que la Torá afirma y sabemos que no miente.
Entonces, ¿cómo lo podemos explicar?
La respuesta está en la forma en que ella veía e interpretaba la vida.
Porque recordemos, la realidad existe, pero nos relacionamos con ella a través de lo que percibimos e interpretamos de la misma. En ese acto de interpretación, estamos recreando la realidad, haciéndola diferente a un dato frío externo.
Por tanto, de acuerdo a la perspectiva, es como conseguimos transformar la realidad.
Cuando afrontamos la vida con una perspectiva positiva, el mundo no cambia mágicamente, el universo no se orquesta para hacernos los mandados, pero sin dudas tendremos una energía mayor para usarla constructivamente.
En el momento que podemos ver algo de luz en la oscuridad, aunque ésta sea mayoritaria y nos pueda aterrar; ese pedacito de claridad nos dará una intensidad vital favorable, que nos permitirá hacer cosas que desde lo negativo jamás lograríamos.
Pero además, cuando nos llenamos de quejas, reproches, culpas, excusas, mala onda… ¡estamos desperdiciando energía en cosas que no aportan y no favorecer! Mejor sonreír, tomar aire, y continuar con confianza para hacer aquello que está a nuestro alcance y el resto… que sea Dios el que se encargue…
Las cosas negativas ocurren, es la lógica de este mundo de limitación, y no hay mágica, ni siquiera la Divina, que lo pueda evitar o eliminar por completo.
Dios ha decidido que este mundo sea así, de muchísima impotencia, de malos momentos, de fracasos.
Depende de nosotros como los interpretamos y qué hacemos con esta intepretación.
Cuando nos damos cuenta de que la vida tiene un propósito más elevado que el aquí y ahora, podemos dejar fluir el estrés de insistir en negar lo negativo, y usar esa energía para algo positivo.
Como supo aprender a hacer nuestra matriarca Sará.
Por eso tuvo una buena vida, porque surfeaba las malas olas para encontrar la luz en cada oscuridad.
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