Parashat Behaalotejá 5772 – בהעלותך

La tercera parashá del cuarto libro de la Torá, Bemidbar/Números, que nos presenta una variada temática:

  • El diario encendido de la Menorá (candelabro de siete brazos) en el Beit HaMikdash (Templo), a cargo de Aarón haCohén y sus descendientes.
  • Consagración de los levitas como servidores en funciones sagradas del Templo.
  • Ordenanzas respecto al sacrificio de Pésaj para las generaciones, que es de naturaleza y esencia diferente al ofrendado como Pésaj en Egipto. También se establece la posibilidad, en casos de necesidad, de traer el korbán (sacrifico) un mes más tarde, en el Pésaj sheni.
  • El uso de shofarot y trompetas para dar anuncios, alertar y convocar.
  • El orden de desplazamiento del campamento de Israel. La travesía se hacía de forma ordenada y armónica, como parte del entrenamiento para la libertad y autonomía que estaban recibiendo del Eterno.
  • Los extranjeros que acompañaron a los judíos a su salida de Egipto murmuran en contra de Dios y de Moshé porque se sienten hastiados del man, el alimento de misterioso origen celestial que los nutría de forma sabrosa y perfecta. Los quejosos, a los que se sumaron algunos del pueblo, querían carne, no les bastaba con lo que desde Arriba estaban recibiendo a diario como provisión y subsistencia.
  • Dios instala el Sanedrín, Senado judío, formado por 70 representantes (y un presidente), con funciones legislativas y judiciales, para colaborar con Moshé en su tarea de conducir al pueblo.
  • Miriam, hermana de Moshé, habla negativamente acerca de cuestiones personales de éste; como consecuencia es afligida por Tzaraat, aquella enfermedad especial que hemos explicado en el comentario de las parshiot Tazría-Metzorá este año. Moshé, quien es destacado como el más humilde entre los hombres y el más leal servidor del Eterno, pide a Él por su sanación, sin guardar rencor ni penas.

El pueblo era llevado por Dios, protegido, cuidado, mimado, nutrido, aleccionado sin demasiado esfuerzo, pero parecía que nada era suficiente. Las quejas no paraban, los gemidos, lloriqueos y rebeliones. Algunas demandas son comprensibles, dada la dura situación que atravesaban y su pasado como esclavos; sin embargo, nada parece contentar al deseo de la otra esclavitud, la del Ietzer HaRá (EGO) (según el verso 11:4).

Quizás podamos entender esta perpetua insatisfacción al estudiar el siguiente pasaje del conocido pensador, autor y educador judeo-argentino, Jaime Barylko, que cuando trata acerca de las doctrinas de Sócrates concluye diciendo: “… enseña a pensar, a distinguir entre apariencia y verdad. Nos enseña que la fortuna, los bienes materiales, las riquezas, los honores, todo aquello por lo cual el hombre se desvive, son juguetes que nos divierten, falsas máscaras del ser.
El verdadero ser busca su perfección interior, el autogobierno, el aprendizaje continuo. En eso y sólo en eso consiste el bien
.”

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