Pongámonos en las manos del Creador y no en las manos de los hombres.

¿Qué quiere decir esto?
¿Acaso que si estamos enfermos solamente debemos esperar el milagro sanador?
¿Que si tenemos hambre, bajará maná celestial para saciarnos?
¿Que si tenemos algún perseguidor, un rayo dirigido por ángeles de la guarda nos protegerá?
¿Que no precisamos mover un dedo para obtener nuestro sustento, porque todo lo dejamos a le buena de Dios?
¿Que nuestros hijos serán educados por alguna enseñanza profética que los adiestrará sin intervención humana?
Y así podríamos seguir con una larga lista.

Por supuesto, hay malabaristas religiosos, peligrosos mercaderes de la fe, que te dirán que así es.
Que es una maldición hacer nuestra parte, o confiar o pedir a personas que la hagan, sino solamente Dios se encargará.
Hay de estos incluso disfrazados de lo que la gente torpemente cree que son judíos, con los rulitos al lado de las orejas, sombreros chistosos, palabras exóticas y cosas por el estilo.
Cuando la verdad es bien otra.

La Tradición espiritual nos dice claramente que hemos de confiar en Dios, pedir, rezar, tenerlo como nuestro primer Socio; pero que eso es solo una parte del trato, la otra se completa cuando hacemos nuestra parte, la que corresponde hacer, en conseguir que las cosas se realicen.
Ir al médico, cuidar la salud, higienizarse, etc.
Cosechar lo que se plantó, elaborar la comida, cocinarla, masticarla, etc.
Aprender a defendernos, hacerlo cuando sea necesario, etc.
Trabajar, comerciar, invertir, negociar, etc.
Educar a nuestros hijos, ser ejemplo con nuestra conducta, etc.

En esto se manifiesta nuestro verdadero amor por Dios, cuando sabemos que es grande, infinito, pero no es nuestro esclavo o genio de la lámpara, sino nuestro Socio; porque Él decidió que así fueran las cosas.

¿Te sientes importante sabiendo que es Dios quien confía en que tú realmente puedes hacer tu tarea?