Cuando Noaj envió la paloma desde su arca, a fin de determinar si las aguas del Diluvio ya habían retrocedido, se relata que: «La paloma volvió a él a la hora de la tarde, y he aquí que traía una hoja de olivo tomada en su pico» (Bereshit 8:11).
Al respecto comenta RaSH»l (basado en Eiruvin 18) : «Se dijo la paloma: ‘Más prefiero mi comida tan amarga como una aceituna, pero viniendo de la mano de Dios, que [alimento] dulce como la miel, pero viniendo de manos de un ser de carne y sangre.»‘
De manera similar, en la Haftará correspondiente a Bejukotai, podemos leer las siguientes admoniciones de Irmiá Hanabí: «Maldita la persona que confía en el hombre…”; “Bendita la persona que se fía en Hashem y cuya confianza es Hashem» (Irmiá 17:5,7).
Como podemos apreciar tanto nuestros profetas, como los jajamim no tenían dificultades en afirmar que la esperanza de las personas debe residir en el Eterno, que nuestra seguridad y salvaguarda es Hashem, y no, como es costumbre suponer, las posesiones y la fortaleza de las personas son su seguro.
Para la Torá el asunto es muy claro: la persona es libre de elegir lo que mejor le parece. Puede guiar sus pasos por el camino de las mitzvot, de las buenas acciones, de la autodisciplina, del amor y reverencia a Hashem, del respeto a sus semejantes.
O por el contrario, puede dejarse llevar por las apetencias de su corazón, por los desvaríos de sus ojos, por las necesidades (supuestamente imperiosas) del momento, o peor aun, dejarse conducir hacia el mal, las malas acciones, los perjuicios y prejuicios, todas las aberraciones que el hombre demuestra que es capaz de llevar a cabo.
El Creador, en Su amorosa Sabiduría, nos dio la opción de elegir, y es libre y voluntaria (cuando así es) decisión personal las acciones que realizamos.
Por esta razón, la parashá Bejukotai comienza con una sentencia condicional: «Si mis estatutos siguieran…» (Vaikrá 26:3), es decir, si la mitzvot aceptamos para cumplir, entonces ocurrirán muchos sucesos favorables para nosotros. Pero, si por el contrario nuestra libre decisión nos lleva por rumbos de equívocos, entonces los lamentables resultados sobrevendrán, y no podremos echar culpas a otros, sino que a nosotros mismos.
:.» Ahora bien, ¿acaso H’ abandona a la persona que libremente decide abandonarlo a Él? Esto es, ¿H‘ castiga para deshacerse del pecador y para darle su merecido y terminar así con ese problema?
Podemos apreciar en esta parashá que la única razón para los castigos ante los delitos de las personas, es para encauzar a las mismas hacia lo que es correcto; es decir, en lugar de hablar de castigos, podríamos denominarlos ‘correctivos’, esto es, sucesos que vienen a corregir obras previas. Así pues, por ejemplo, ante acciones injustas, sobreviene el correctivo, para provocar que se haga la justicia acorde.
Y por otra parte, el único motivo para los correctivos, es las propias acciones incorrectas. Es decir, lo que motiva (mueve) la existencia de los correctivos es la propia acción errada de las personas.
Tenemos pues, de los castigos: motivo: las acciones equivocadas;
razón: corregir y enderezar la vida de las personas.
¿Para qué? Pues para acercar a las personas a H’, y entre sí, ya que como producto de buenas acciones se fomenta la armonía, porque no podemos olvidar que las acciones (buenas o no) se llevan siempre a cabo con respecto a la sociedad, es decir, frente a uno mismo y a otros.
Como último detalle, muchas veces nos dejamos guiar por pensamientos infantiles de premio y castigo inmediato y visible frente a acciones. Con esta perspectiva es lógico reconocer que en Este Mundo parece no haber real justicia Divina. Pero, las profundidades de las Acciones de H’, seguramente escapan a nuestro entendimiento, así como las acciones de las personas (sus profundas bases) también están fuera de nuestra real conciencia.
Por lo cual, el mejor camino es conducirnos de la mejor manera que podamos, intentando aproximarnos a la meta de paz y bienestar que promueve el mensaje eterno de la Torá.