Por ser quien eres

Por lo general el jefe de la empresa era un hombre hosco, malhumorado, estricto en extremo, exigente y a veces explosivo en vez de comunicativo. Este día, no parecía ser diferente a todos los otros. Hasta que, a media mañana, solicitó permiso para entrar a la oficina un empleado. El patrón con un gesto de su cabeza, seco y sin gracia le autoriza.
Entonces el hombre le dice con humildad: “Jefe, si me permite quiero obsequiarle esta sencilla pulsera, espero no le incomode mi atrevimiento, es que deseaba expresarle mi reconocimiento por ser usted quien es.”
El patrón se sintió confundido, pues le pareció que era víctima de una mala broma; ¿cómo le iba a reconocer que estuviera encima de él todos los días, que le destratara, que tuviera que soportar sus broncas? Sí, seguramente era una burla… pero, por otra parte, los gestos, el tono, las palabras expresaban sinceridad, agradecimiento, incluso un increíble aprecio.
Aún desorientado respondió al rato con un sencillo «gracias”, y aceptó que el subordinado le entregara ese premio “por ser quien era”.
Un poco más tarde, aún dubitativo el jefe va hasta el escritorio del subalterno y le pregunta: “¿Qué quiso decir que me quiere reconocer por ser quien soy?”.
Y responde el otro: “Ah, perdone si no fui muy claro. Es que usted me lleva a esmerarme en mi tarea, a no dejarme ganar por la pereza y hasta me obliga a que encare mi trabajo diario de manera creativa. Sí, usted me inspira a mejorar cada día. Quería agradecerle por ello. ¿No le molesté, no?”.
Y contestó: “No, no… gracias.” – esto lo dijo como un murmullo, inesperado en él. Es que estaba hondamente impresionado. No paró de meditar en esta experiencia extraordinaria. No se había percatado de los alcances de sus acciones. Sí, sabía que tenía mal genio, reconocía que a veces podía pasarse un poco de la raya en sus explosiones intempestivas, admitía que era un tanto exigente por demás, pero lo que nunca había imaginado es que alguien fuera capaz de hallar en ello una faceta positiva y usarlo como trampolín para el crecimiento en vez de excusa para la revancha, la queja o el descontento. Quizás debiera ser él quien agradeciera y reconociera al empleado “por ser quien era”, un simple hombre que le dio una tremenda lección, pues supo descubrir una cara profunda mucho más noble que sus habituales máscaras de exasperación, impaciencia e incomodo.
Pensaba camino a casa, y mientras conducía cada tanto miraba esa pulsera sencilla alrededor de su muñeca.
Al llegar a casa se encontró con su esposa, con sus hijos, su perro, el hogar, como todos los días, pero también diferente. Algo había cambiado. No se daba cuenta de qué, pero sin dudas que sentía que algo estaba distinto.
Estuvo con ellos largo rato, conversaba, atendía mientras jugaba con su nueva pulsera, hasta que se dio cuenta de que era la primera vez en mucho tiempo, años quizás, que ellos estaban allí. Porque hasta entonces él llegaba del trabajo malhumorado, estresado, no quería saber nada de nada, ellos estaban pero como si no estuvieran. Como la lámpara, el timbre o el tapete. Eran parte de la casa. Sin embargo hoy eran ellos, su familia, cada uno con su propia personalidad y vida. Entonces, emocionado, salió de la casa para regresar al rato. Los llamó y les dijo que quería darles un regalo a cada uno, una sencilla pulsera como reconocimiento “por ser quien eres tú”. Ellos no comprendieron muy bien, el silencioso y ausente padre de pronto estaba tan efusivo, comunicativo, agradecido, no entendían bien que pasaba por lo que pasó a explicarles el extraño encuentro por la mañana en la oficina.
Mientras tanto, en casa del empleado, éste conversaba con su esposa la cual, el día anterior, le había entregado una pulsera de reconocimiento “por ser quien eres tú”.

Tu esencia es pura, es tu neshamá, o espíritu, tu Yo Esencial. Esa poderosa pero silenciosa voz que desde lo profundo te inspira al bien, a lo bueno, a la vida, a la eternidad. El lazo con el prójimo, con el cosmos y con el Eterno. Esa chispa sagrada que no perece ni se contamina, y sin embargo está oculta bajo las pesadas cáscaras que el EGO va sumando a su alrededor.
El EGO nos atribula, nos llena de sentimientos de impotencia, nos asfixia, nos lleva al exilio interior, ajenos a nuestra identidad más pura. Creemos que somos las máscaras, los rostros prestados del Yo Vivido, nos aferramos a esas camisetas y banderas, nos creemos todos los mandatos que nos van instruyendo y todas las doctrinas que hacen del EGO nuestro dios y salvador.
Tanto el EGO como esas máscara también somos nosotros, pero a diferencia del Yo Auténtico no es nuestra impronta sagrada y eterna, sino lo que vamos adosando a nuestra autenticidad. Por lo general ocultan la verdad, opacan la luz, en vez de permitir que la línea de energía poderosa irradie desde nuestro centro.
Lo saludable no es batallar contra el EGO ni renegar de las máscaras, sino darnos cuenta de qué rol están cumpliendo, y aprender a usar uno y otras en sintonía con nuestra neshamá.
Es una tarea que lleva toda la vida, con altibajos y tropiezos, pero es parte de nuestra misión en esta vida.

Una manera de hallar esa armonía es gozar de lo permitido. Esto es, disfrutar de todo aquello que está a nuestro alcance, que es lícito, que es saludable, aunque pareciera ser algo pasajero y sin sentido trascendente. Pero, sin olvidar que es “de lo permitido”, esto es, con límites, con control.
Control de uno mismo y de aquello que podemos controlar, dejando fluir lo que está por fuera de nuestro control.

Una buena medida es para el gentil aprender y cumplir el código universal otorgado por el Eterno para las naciones, los Siete Mandamientos Noájicos.
En tanto que la identidad espiritual judía se entrena y desarrolla por medio del código del judaísmo.
Son puntales que sostienen y promueven nuestra buena vida.
Una desprovista de supersticiones, sin rituales carentes de sentido, sin religión, sin atrevidos planteos al Eterno, sin negociados extraños, sin EGO.

¡Qué tarea ser quien eres!

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