Cuarentena, una palabra que de pronto se puso de moda en los últimos tiempos.
Supongo que sabes que quiere decir, espero que no te haya tocado vivirla obligatoriamente.
Si ves como está compuesta, te darás cuenta del “cuarenta” en ella.
¿Es casualidad?
Pues, realmente no.
En su origen estaba la palabra cuarenta, por los días de exclusión que las personas, animales o lo que fuera, debían mantener por razones referidas al rito de los cristianos.
Más tarde se comenzó a usar la palabra para la separación de los afectados por la peste bubónica.
Con el correr del tiempo se perdió el número mágico cuarenta, para quedar asociado a la exclusión por tiempo indeterminado, por lo general a causa de alguna infección contagiosa, así como al lapso en que no mantienen relaciones sexuales tras el parto las embarazadas.
Como ahora, que la cuarentena de los afectados por el Covid-19 es de catorce días y sin embargo sigue llamándose “cuarenta días”.
Sabemos que en la Torá, en la Tradición sagrada, el cuarenta referida a tiempo es muy recurrente, como los años en el desierto, días de Moshé en el monte Sinaí, los días de lluvia en el Diluvio, el reinado de David y el de Salomón, pero también a la cantidad de unidades de agua viva en una Mikve, entre otros.
Dicen los que saben, que en este contexto sagrado el cuarenta se asocia con renovación, con transformación, con cambio de etapa.
Puede acompañarse de cambios a nivel físico o no, pero algo en el interior se supone ha sufrido alguna modificación, esperemos que provechosa.
La vida se puede visualizar como una corriente de un río, en constante movimiento.
Tu vida en particular, es un bote en ese flujo imparable y que debe navegar contra la corriente.
Se espera que cada día puedas avanzar hacia tu buen puerto, para lo cual deberás ingeniártelas, ser fuerte, comprometerte, hacer tu parte, poner de ti en la tarea. Cuando surcas hacia tu meta, estás llenando de sentido tu existencia, fortaleciendo tu personalidad, encontrando motivos para ser feliz auténticamente. Aunque quizás todavía el puerto esté lejos, aunque te cueste un montón, en el propio esfuerzo ya está la recompensa. Con cada día te llega una nueva chance de ser victorioso, aunque no seas exitoso.
Pero, ¿qué pasa si dejas de remar? ¿Si te entregas al flujo sin pelearle nunca, entregándote en derrota?
Pues, seguramente que has perdido un día y te has alejado de tu buen puerto.
No aprovechaste las buenas o malas vivencias para transformarlas en buenas experiencias, en enseñanzas.
Por lo cual, no te transformaste positivamente; y para peor, hasta quizás cambiaste en tu desmedro.
No hay edad para abandonar la tarea de superarte, ni condición física que te lo impida, a no ser que estés en coma o hayas perdido la conciencia de ti, Dios no permita.
Porque, cada día, cada circunstancia es la apropiada para crecer, aunque haya sufrimiento por las circunstancias, aunque estemos derrotados en lo material o social.
Sin embargo, la entereza moral, la orientación luminosa del espíritu no debería ser abandonada nunca.
Esto es, no entrar en batallas inútiles por dominar aquello que no podemos dominar, pero tener el poder para dominar aquello que sí está a nuestro alcance controlar.
Dejar fluir las circunstancias que superan tus capacidades, pero nunca dejar de encontrar sentido y remarla en el flujo de la vida.
¿Se entendió?
Para que cada día seas victorioso, aunque los sucesos te hayan dado tremenda paliza que te sigue doliendo durante mucho tiempo.
Aunque la crisis económica te alcance, o la debilidad física a causa de los años o enfermedades, o lo que fuera que te postre como derrotado: ¡no eres un fracasado si aprendes y avanzas por el río de la vida!
Para ello es valiosa la buena disposición, la paciencia y la conciencia.
El aceptar tu limitación sin por ello abandonarte en excusas.
Saber tus fortalezas y hacer buen uso de ellas.
Confiar en ti, mientras confías y pides al Todopoderoso para que te ayude.
Rezar al Eterno y solamente a Él, exponiendo tus dudas, requiriendo consuelo, clamando por auxilio, agradeciendo por todo.
Vivir en el presente continuo, sin aferrarte tontamente al pasado, ni con reproches, ni sentimientos de culpa, ni atrapado a fantasmas de personas o estados que ya no están. Tampoco atraparte a imaginaciones del futuro, ni a angustias por lo que no es y probablemente no sea. Recuerda que todo miedo no es más que una fantasía de impotencia a futuro; aquello que temes, ¡no es una realidad que tenga vida propia! Tú malgastas tu preciosa energía en dar vida a los terrores que imaginas.
No te des por vencido, ni aún vencido. Porque si bien material o socialmente hayas sido derrotado, moral, emocional y espiritualmente puedes seguir siendo victorioso.
Aprende a perdonar y a pedir perdón, a vivir en paz contigo y con el prójimo.
Llegados a este punto, te podrás preguntar: ¿qué tiene que ver la introducción de este estudio, cuando hablamos de cuarentena, de cuarenta días, etc.?
Te dejo a ti la tarea de preguntarlo y de responderlo.
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