Las tres señales que da el Eterno a Moshé para presentarse ante Faraón son:
- el bastón que se convierte en serpiente y vuelve a ser vara al ser recogido,
-
la mano que enferma de “lepra” y luego vuelva a su estado previo,
-
el agua que derramada se transforma en sangre.
Por supuesto que los sabios de todas las épocas han compartido enseñanzas respecto a la elección de estos tres portentos por parte del Creador.
Grandes enseñanzas se obtienen de ellas.
Pero no nos dedicaremos a esto ahora, sino a hacer una simple pregunta que tratemos de responder para alcanzar instrucción, para poner en práctica.
Si lo que se pretendía era demostrar el poder sobrenatural del Creador,
si lo que se buscaba era dejar en claro que el Señor de señores era quien enviaba a Moshé,
si se quería que faraón y sus secuaces bajaran el pescuezo y se sometieran al Rey de reyes,
si todo esto era una estrategia para lograr la liberación de los judíos, la humillación de faraón, doblegar al imperio egipcio, manifestar públicamente el hecho inigualable de Dios rescatando a SU pueblo:
¿no hubiera sido mejor tener a mano actos más portentosos, realmente inigualables, pero especialmente que demostrarán positivamente el poder y Presencia de Dios?
Porque estos actos podían ser copiados por los brujos e ilusionistas.
Porque trucos de magia se conocían y eran comunes en Egipto.
Porque ninguno de estos tres en realidad consiguió asentar ninguna verdad ni acumular adhesiones al Eterno.
Y especialmente, porque estos tres eran hechos negativos, no edificaban, no añadían, no multiplicaban, no restauraban (en principio). Más bien eran bastante destructivos.
¿Un bastón hecho serpiente o cocodrilo?
¡Un espanto!
¿No era mejor idea transformarlo en un árbol que diera frutos instantáneamente?
¿O que al ser tocado curara de enfermedades?
¿O quien se sentara sobre él pudiera teletransportarte por el espacio/tiempo?
Pero… ¡no!
Un truco fácilmente copiable por los ilusionistas y mercachifles de poca monta egipcios.
¡Hasta los niños en el jardín de infantes aprendían eso!
¿Una mano “leprosa” al sacarla de debajo del sobaco?
¡Un horror!
¿No era más provechoso que al pasar la mano sobre cualquier parte del cuerpo, ésta fuera restaurada de daños y enfermedades? (Algo como Reiki pero verdadero, no la fantochada que es comprada actualmente).
O que lo puesto bajo de la axila se transformara en oro.
¡O qué se yo!
Para pedir magia al Todopoderoso, todo es pasible de ser pedido.
Pero no. Al Omnisciente se le ocurre que enfermar una mano con esa espantosa dolencia era una preciosa demostración de Su infinito poder.
¿Agua que al ser lanzada troca en sangre?
¡Pesadillesco!
Que la sangre se quede paseando por los conductos que le son naturales, esa es la idea… ¿no?
¡Qué necesidad de hacer una película Gore antes de que el género fuera creado milenios más adelante!
Hubiera sido lindo que la arena del desierto arrojada al suelo se convirtiera en agua. ¡Eso sí!
O que al trasvasar de una jarra a la otra se convirtiera en vino (como los cabalistas prácticos pueden hacer, y como algunos payasos de circo antiguo hacían trucos para convencer al público de que realmente realizaban esta transformación).
Ahora la enseñanza.
Los israelitas habían caído bajo en su estadía en Egipto.
Estaban en el grado más lejano posible de la santidad.
Se encontraban a un pasito de perderse para no retornar.
Estaban viviendo como la serpiente, símbolo del mal, ejemplo de traición.
Parecían como la mano “leprosa”, echada a perder, viva pero en estado de pudrición.
Podían ser confundidos con la sangre derramada, como evidencia de vida arrancada, de muerte presente, de falta de la vitalidad que es el agua.
Todo esto era cierto, porque así se encontraban aquellos israelitas a causa de la esclavitud, de la asimilación a la cultura egipcia, del predominio del EGO por sobre la NESHAMÁ.
Sin embargo, Dios estaba declarando que para Él ellos seguían siendo Su pueblo.
Que desde lo más profundo del lado oscuro serían rescatados.
Que lo que tenía apariencia de muerte cobraría nueva vitalidad, se llenaría de energía, crecería y alcanzaría el esplendor.
El Eterno quería que esto fuera evidente para todos, ajenos y propios.
Que nadie se atreviera a dudar en el rescate que Él estaba haciendo para el pueblo judío.
Cuando las esperanzas estaban perdidas, las promesas seguían incumplidas, la libertad ni siquiera era soñada… incluso en la más horrible de las pesadillas, Dios salvaría a Su pueblo.
Por eso la serpiente dejó paso nuevamente a la vara (originada en Edén, obra del mismísimo Dios).
La mano quedó restaurada y en mejor estado.
Esto como señal inapelable de que la intervención del Creador quitaría el oprobio de los egipcios de Israel. Él manifestaría Su eternidad en el pueblo judío. Lo imposible ocurriría para bienestar y bendición.
Pero de la sangre no escuchamos que retornara a ser agua.
Por lo que debemos suponer que siguió siendo sangre mezclada con el polvo de la tierra.
Quizás como señal de que la muerte seguiría existiendo en el mundo material, de que los milagros ocurren, pero no significa un quebranto de las leyes naturales que el Creador dictó. Sino tan solo una variación de las mismas, un impasse planificado desde el origen, una coincidencia necesaria e inesperada; pero nunca la ruptura del orden por sobre el caos.
Sí, son muchas y buenas las enseñanzas cuando nos atrevemos a romper las cadenas de la celdita mental, cuando nos animamos a caminar de la mano de los Aprendices de Sabios (talmidei jajamim) para pensar realmente y no solamente repetir lemas y creencias que siempre adoran al EGO.
En la práctica esto que estamos aprendiendo ahora es relevante porque…
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