¿Uno para todos?

Un amigo noájida me estaba diciendo que anhelaba que llegara el día en que la humanidad (en los gentiles) estuviera unificada, bajo una sola identidad noájica.
Que habría que idear alguna forma para lograrlo.
Que esa identidad universal noájica era una condición indispensable, que abarcaría a todos los individuos y comprendería a todas las nacionalidades.
Logrado lo cual, habría mayor entendimiento entre las personas, y no se caería en dependencias innecesarias con el judaísmo, o peor, quedar subordinados (como desde hace milenios) al EGO en la forma de religiones.
Así quedarían en el pasado las malas enseñanzas, la transmisión que se cortó de la herencia noájica, el extrañamiento que los individuos tienen hacia su propia realidad espiritual.
Planteaba así su ferviente deseo de una utopía.
Y ponía como ejemplo a los Sabios de Israel, los cuales (a su forma de ver) unificaban los criterios y hacían del judaísmo una realidad monolítica.

A pesar de simpatizar con el joven idealista y de querer también un mundo de armonía, no pude hacer otra cosa que pincharle rápidamente la ilusión.
Ante todo, es Dios el que creó las 70 naciones gentiles originales y con la consigna de que cada una existiera y coexistieran entre todas.
El Creador no formó una humanidad uniforme, ni pretende que haya un sonido monocorde, un único pensamiento.
Por el contrario, Él nos ha dotado de variaciones y del impulso a la creatividad. Somos parte de una multicolor banda de músicos, cada uno con su instrumento, cada uno con su parte de la ejecución de la partitura humana. Todos tenemos lo que aportar desde la diferencia. Porque es esta cualidad múltiple la que permite riqueza, crecimiento, el desarrollo de una humanidad humana en un mundo real.
Tal como Él quiso que hubiera trece tribus en Israel, doce de las cuales ocuparían cada una su propia provincia en la tierra de Israel. Él no quiso que se formara un bloque único, aunque sí que hubiera unidad dentro de la diversidad.
Lo cual ocurre también con las palabras de los Sabios, quienes, a diferencia de lo que creía mi amigo no constituían un eco de una única voz, aburrida y repetida. Por el contrario, se reunían para discutir, debatir, contradecirse, argumentar, preguntar, volver a preguntar, repetir, responder, revolver en el conocimiento sin descanso. El clásico intelectual judío no es el que se aprende el dogma de memoria y lo vomita, sino el que crea a partir de lo ya conocido. El que se atreve a dar un paso fuera de la zona de confort. El que está dispuesto a salir de su celdita mental e impulsar a otros a hacerlo.
El Talmud es la evidencia de esto, donde no hay reposo en las honorables confrontaciones en busca de la verdad, en pos de concretar una legislación en común.
Así es como el Creador quiso que fueran las cosas.
Que hubiese conflictos, para resolverlos.
Que existan pasiones, para controlarlas.
Que seamos esclavos de la impotencia, para imponernos a pesar de las dificultades.
Que el EGO (alias Ietzer haRá) se corra de su función natural de ayudarnos a sobrevivir a la impotencia, para convertirse en un pordiosero en el trono del rey, y al aprender y no caer en sus trampas encontrar el poder oculto en nuestro interior.
Él quiere que seamos múltiples y que a pesar de las diferencias encontremos la armonía.
El nos dio todo lo necesario para ser constructores de SHALOM, para que pensemos, hablemos y hagamos con la consigna de la bondad y la justicia.

Si bien es cierto que en un plano dimensional incomprensible, recóndito, inalcanzable, todos somos parte de la IEJIDÁ (Unidad), y que formamos como un océano de incontables gotas; pero en este plano de la realidad, en este mundo, la separatividad es un hecho irreductible. No somos uno, no nos identificamos con una unidad sin fronteras, sin banderas, todos bajo un mismo himno. Y eso está muy bien que así sea.
Cada uno se anuda a grupos, se identifica con lo que siente idéntico y le permiten ser parte.
Eso no quiere decir que es necesaria la guerra, ni la discriminación negativa, ni el odio hacia el diferente. Pues todo esto es negativo, opera en contra del Plan.
Pero sí quiere decir que está bien ser diferentes y no pretender uniformizar a todos.
No somos masa, y menos masa homogénea.
Es buena la diversidad, es bueno confrontar con las ideas de otros, es bueno romper con los Sistemas de Creencias pero no en busca del monolito que congela el pensamiento.

Construir SHALOM es la consigna general.
Esa debiera ser la norma, la tradición.
Pero luego, que cada uno hinche por el equipo que le guste, en el deporte que le atraiga, con la pasión que le salga. Con respeto, con límites, con la intención de que también eso sea para llegar al paraíso en la tierra, es decir, la Era Mesiánica.
Que haya unidad dentro de la diversidad, diversidad en la unidad.
Que no nos separa la violencia, ni el odio, ni la rencilla, ni la venganza, ni ninguna otra de las manifestaciones del EGO.
Que nos una el idioma de la NESHAMÁ, que es el AMOR.
Que aprendamos a despertar y permanecer despiertos y así vivir de acuerdo al código ético/espiritual que nos corresponde, sea como judíos o sea como gentiles.

Entonces, tenemos a los judíos con su diversidad, unidos en determinados aspectos esenciales y fundamentales, pero luego multicolores, plurales.
Tenemos a los gentiles con sus naciones, sus ideologías, pero también debiendo estar unidos en los elementos básicos: los Siete Mandamientos Universales.

¿Se entiende la idea?

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Jonathan Ortiz

Interesante. Apenas lei las primeras lineas y pensé «no, ya va!». Las diferencias son buenas, la idiosincracia de cada sociedad es buena, el desarrollo cultural es bueno. Personalmente no siento afan porque todos nos sepamos noajidas. Prefiero ver a la gente actuar bajo la moral y la ética, y saber que ese comportamiento es de origen divino y que enmarcarlo en un patron religioso (porque lastimosamente asi se sigue entendiendo al noajismo) muy probablemente ese comportamiento se estanque y comience a cuestionarse hacer lo bueno per se. Ahora que me encuentro en un pais multicultural veo que sin ponernos de… Read more »

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