Nos habíamos quedado en la parashá pasada en un punto de intenso conflicto, recordemos. La llegada de Moshé a Egipto no trajo de inmediato ninguna redención, ni tan siquiera un poquito de alivianar las penurias para los hebreos. Por el contrario, Faraón endureció las cargas y mortificaciones de los israelitas. Lo cual los llevó a quejarse duramente en contra de Moshé y Aarón. Moshé, no tenía respuestas para consolar al pueblo, ni menos para darle ánimo y fortaleza, para que confiaran en que estaban en el camino de la liberación, aunque pareciera todo lo contrario.
De hecho, Moshé había estado absolutamente renuente a cumplir este rol de “salvador” ordenado por el Todopoderoso, solamente estaba aquí porque recibió un reiterado e imperativo mandato de Dios, del cual finalmente no pudo excusarse.
Ahora eleva su queja ante Quien lo envió:
«Señor, ¿por qué maltratas a este pueblo? ¿Para qué me enviaste?
Porque desde que fui al faraón para hablarle en Tu nombre, él ha maltratado a este pueblo, y Tú no has librado a Tu pueblo.»
(Shemot/Éxodo 5:22-23)
Dios responde, a Moshé y al pueblo a través suyo:
«Ahora verás lo que Yo haré al faraón, porque sólo a causa de una poderosa mano los dejará ir. A causa de una poderosa mano los ha de echar de su tierra.
–Además, Elohim dijo a Moshé –: Yo soy el Eterno. Yo me aparecí a Avraham, a Itzjac y a Iaacov como Elohim Todopoderoso; pero Mi nombre I-H-V-H no fue captado por ellos. Yo también establecí Mi pacto con ellos, prometiendo darles la tierra de Canaán, la tierra en la cual peregrinaron y habitaron como forasteros.
Asimismo, Yo he escuchado el gemido de los Hijos de Israel, a quienes los egipcios esclavizan, y Me he acordado de Mi pacto. Por tanto, di a los Hijos de Israel: ‘Yo soy el Eterno. Yo os sacaré de debajo de las cargas de Egipto y os salvaré de su esclavitud. Os redimiré con brazo extendido y con grandes actos justicieros. Os tomaré como pueblo Mío, y Yo seré vuestro Elohim. Vosotros sabréis que Yo soy el Eterno vuestro Elohim, que os libra de las cargas de Egipto. Yo os llevaré a la tierra por la cual alcé Mi mano jurando que la daría a Avraham, a Itzjac y a Iaacov. Yo os la daré en posesión. Yo el Eterno.’»
(Shemot/Éxodo 6:1-8)
En síntesis le está informando que la liberación no se da de forma repentina, no es un arrebato milagroso que saca a una persona de una condición nefasta e inmediatamente la deja en un estado de “nirvana”. Dios no hace magia. Y, si la magia existe, no es buena medicina cuando lo que se requiere es un proceso reparador.
El pueblo esclavizado debería transitar un paulatino proceso de quitar cadenas físicas, emocionales, sociales y mentales (y no necesariamente en este orden). Además tendría que aprender nuevas conductas y actitudes, en tanto desaprendía los viejos hábitos arraigados en su alma. Además debería modificar, en la medida de lo posible, su Sistema de Creencias, erradicando o limitando lo negativo, corrigiendo lo ambiguo, rellenando con Luz allí donde anidaba la oscuridad. Tendrían que hacerse cargo de sus vidas, aprender a tomar decisiones y respetarlas y a hacerse cargo responsablemente de sus consecuencias. Deberían ser personas completas, íntegras e integradas socialmente, no tan solo engranajes fallados de una maquinaria corrupta que los somete a la vejación y esclavitud.
En síntesis, de la síntesis, había por delante un trabajo monumental, complicado, doloroso, que requería mucho tiempo para que diera frutos.
Sin los sacrificios que tendrían que hacer, no habría libertad alguna.
Acomodados en la zona de confort, que nunca es confortable, no tendrían posibilidad alguna para estar mejor.
¿Sufrirían? Seguramente.
¿Tendrían dudas y querrían volver al pozo? Probablemente.
¿Se quejarían? Y sí… como lo estaban haciendo.
Pero la Luz estaba delante, pasando por todos los obstáculos y no estaba atrás, en las celdas oscuras que habitaban (física, mental, social, mentalmente).
Estaba muy malogrado el pueblo, hundido en lo más oscuro de la prisión emocional/mental, bloqueando la Luz del Eterno que no llegaban a percibir, aunque ahí siempre estaba.
Esa inmersión en el lado oscuro era una de las facetas de ser esclavo en Egipto, de la que todo aquel que está sometido al EGO sufre.
La Tierra Prometida, a la que serían llevados para realizarse, es una porción de suelo en el Medio Oriente, pero es algo mucho más profundo. Es también la metáfora de la persona que quiebra el yugo del EGO y se transforma en un reflejo terrenal de su NESHAMÁ (espíritu, chispa Divina, Yo Esencial).
Cuando Dios promete: “Vosotros sabréis que Yo soy el Eterno vuestro Elohim, que os libra de las cargas de Egipto”; nos está hablando a nosotros también, no solamente a nuestros antepasados en Egipto.
No está diciendo que nuestras penurias no son la finalidad de nuestra vida, ni tampoco seguir presos en la celdita mental, ni sentirnos en exilio emocional. Nos dice que tenemos una mejor vida que vivir, con la conciencia de estar conectados a Él, de ser Sus hijos e hijas.
Nos promete que merecemos lo bueno y podemos alcanzarlo.
Por lo cual, tenemos que ampliar nuestra conciencia espiritual y comprender que estamos conectados, que somos parte de Él. Que los sufrimientos son temporales, que hay una Tierra Prometida a la cual llegaremos, cueste lo que cueste, siempre y cuando avancemos en dirección a ella.
Las eventualidades de la vida terrenal no cambiarán, seguirá habiendo dolor, pérdidas, miseria, contratiempos, amarguras y otras cosas que nos harán sufrir; pero si desarrollamos la confianza en el Creador y la conciencia en nuestra conexión indestructible, entonces sabremos pasar por los mares agitados y encontrar la calma beneficiosa.
Si este estudio te ha sido de provecho y bendición, ayúdanos con tu aporte económico que es indispensable para continuar con nuestra tarea sagrada: https://serjudio.com/apoyo