Voy a compartir con ustedes lo que me contó una persona muy cercana a mí, de cuando hace no muchos años atrás, trabajaba como asistente en un residencial para ancianos en Israel.
Él había formado un vínculo muy estrecho con un anciano llamado Isaac, que pasaba sus días en una silla de ruedas, lo que no obstaculizaba que estuviera lleno de optimismo y buen humor.
Cuando llegó el día de recuerdo por la Shoah, don Isaac le pidió a mi pariente que le ayudara a incorporarse cuando sonara la sirena, esa que anuncia el minuto de silencio.
Al comenzar el fuerte sonido, mi familiar ya estaba a su lado, lo ayudó a incorporarse y lo sostenía firmemente para que no cayera, porque el anciano tenía una vieja herida en la espalda, la cual había afectado severamente su capacidad para desplazarse y mantenerse en pie.
Estaba en esa tarea cuando siente que el viejito está murmurando por lo bajo algo, pero no llega a captar que era lo que decía.
Con la emoción del momento, lo ayudó a acomodarse nuevamente en su silla y el día continuó.
Se olvidó de preguntar qué había murmurado, o quizás no le pareció demasiado relevante en ese momento.
Pasados unos pocos días, don Isaac nuevamente le solicitó asistencia para estar parado, esta vez para la sirena que anuncia el homenaje a los caídos por medinat Israel.
Al igual que la semana anterior, mientras ambos hacían el esfuerzo de mantenerse con dignidad en pie, Isaac comenzó a murmurar unas palabras. A mi familiar el tono le pareció similar a lo que ya había escuchado, aunque no entendía qué salía de la boca del anciano.
A la tarde, ese mismo día, mi pariente le pregunta si puede preguntarle algo muy personal, a lo cual el anciano accede de buen ánimo.
Le preguntó: ¿qué era eso que dijo en ambos días de homenaje a las víctimas y héroes?
¿Acaso era alguna maldición hacia los enemigos?
¿O era una lista de nombres de gente querida a la cual le habían arrebatado los malvados?
¿O un pedido de paz?
Isaac lo mira un instante dulcemente y le comenzó a contar, con voz amable y firme:
De niño, después de interminables exilios y vejaciones, fui llevado con mis padres y hermanos a un campo de exterminio. Allí contemplé como me arrebataron a su familia, para nunca más volver a verlos. Yo nada podía hacer, solamente mirar en silencio y con el corazón apretado. Ni siquiera tuve fuerzas para abrazarme a ellos y que me arrastraran al mismo destino.
En ese cruel momento de angustia infinita, mi madre tuvo el coraje y la firmeza para decirme: recuerda siempre el salmo 100, ese que tantas veces cantamos juntos por las noches antes de ir a dormir. Recuerda ese salmo, no dejes que nadie te lo quite. Y lo comenzó a salmodiar, mientras la jalaba un maligno nazi hacia la fila de la muerte, apartándola por siempre. Apenas pude decir algunas de las sagradas palabras entre el llanto sin lágrimas, viendo como se perdía para nunca más volver mi querida madre.
Continuó Issac su relato dando pinceladas breves, pero profundamente amargas de su pasaje por el valle de sombras infinitas, los horrores sin nombre de la Shoah.
Para luego, decir con orgullo y esperanza que tras los obstáculos que le pusieron también los británicos, en su aventura por entrar a eretz Israel, finalmente llegó a la tierra prometida, a su nueva y eterna casa.
Luego confesó a mi familiar que se le hacía difícil cantar a diario el salmo 100, pero era su lazo sagrado con su madre, con la vida.
Contó que más tarde, pudo ingresar a las filas de combatientes, aquellos que daban hasta lo que no tenían para defender al joven estado de Israel, a su gente. En una de las tantas batallas, cuando sus camaradas cayeron o quedaron lesionados, él fue muy malherido, lo que provocó que eventualmente al envejecer quedara postrado a esa silla de ruedas.
Siguió contando que la vida no siempre fue dura con él, pudo encontrar al amor de su vida, formar una bella familia, establecerse, progresar económicamente, ver crecer también a sus nietos; pero, generalmente la vida tenía tragos amargos para ofrecerle, y en cada jornada el salmo 100 era su constante compañía y consuelo.
Cada año, al llegar el día que recuerda a la Shoah y aquel que recuerda a los caídos por Israel, él quiere seguir manteniendo presente la memoria de su adorada familia, de sus hermanos de armas que cayeron, de todos los que dieron su salud y vida para preservar vivo a los judíos, el judaísmo y el estado de Israel.
Por ello, en ese momento de especial significado, cuando el mundo permanece en silencio a su alrededor, él, desde lo más profundo de sus entrañas, hace caso a su querida madre y recita el salmo 100, para agradecer, para bendecir, para reconocer, para pedir que finalmente el pueblo judío, la patria de los judíos tenga paz, fraternidad, alegría.
Los invito ahora a recitar juntos, por todos los que han dado tanto para que estemos aquí y también por la bendita memoria de Isaac, el salmo 100:
«1) [Salmo de acción de gracias] ¡Canten alegres al Eterno, habitantes de toda la tierra! (2) Adoren al Eterno con alegría; vengan ante Él con regocijo. (3) Reconozcan que el Eterno es Elohim; Él nos hizo, nosotros somos Su Pueblo, ovejas de Su prado. (4) Entren por sus puertas con agradecimiento, entran a los patios de Su templo alabanza. Denle gracias; bendigan Su nombre, (5) porque el Eterno es bueno. Para siempre es Su misericordia, y Su fidelidad es por todas las generaciones.»
« מִזְמ֥וֹר לְתוֹדָ֑ה הָרִ֥יעוּ לַֽ֝יהוָ֗ה כּל־הָאָֽרֶץ : (2) עִבְד֣וּ אֶת־יְהוָ֣ה בְּשִׂמְחָ֑ה בֹּ֥אוּ לְ֝פָנָ֗יו בִּרְנָנָֽה : (3) דְּע֗וּ כִּֽי־יְהוָה֮ ה֤וּא אֱלֹ֫הִ֥ים הֽוּא־עָ֭שָׂנוּ ולא (וְל֣וֹ) אֲנַ֑חְנוּ עַ֝מּ֗וֹ וְצֹ֣אן מַרְעִיתֽוֹ : (4) בֹּ֤אוּ שְׁעָרָ֨יו ׀ בְּתוֹדָ֗ה חֲצֵֽרֹתָ֥יו בִּתְהִלָּ֑ה הֽוֹדוּ־ל֝֗וֹ בָּֽרְכ֥וּ שְׁמֽוֹ: (5) כִּי־ט֣וֹב יְ֭הוָה לְעוֹלָ֣ם חַסְדּ֑וֹ וְעַד־דֹּ֥ר וָ֝דֹ֗ר אֱמֽוּנָתֽוֹ :»
(1) mizmór lêtodáh; harí’u láAdonai kol-haáretz. (2) ‘ivdú et-Adonai bêsimjáh; bóu lêfanáv birnanáh. (3) dê’ú kí-Adonai hú elóhím hú-‘ásanu vl (vêló) anájnu; ‘ámó vêtzón mar’itó. (4) bóu shê’aráv | bêtodáh jatzérotáv bithiláh; hódu-ló bárêjú shêmó. (5) ki-tóv Adonai lê’olám jasdó; vê’ad-dór vádór emúnató .
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