1- Dice la parashá:
«…la tierra es Mía; porque vosotros sois para Mí como forasteros y advenedizos.»
(Vaikrá/Levítico 25:23)
2- Sin olvidarnos de:
«Yo soy el Eterno, vuestro Elohim que os saqué de la tierra de Egipto para daros la tierra de Canaán y para ser vuestro Elohim.»
(Vaikrá/Levítico 25:38)
3- También encontramos en ella:
«…ellos son Mis siervos, a quienes Yo saqué de la tierra de Egipto.»
(Vaikrá/Levítico 25:42)
4- Y añade, por si quedaran dudas:
«Porque los Hijos de Israel son Mis siervos; son siervos Míos, a quienes Yo saqué de la tierra de Egipto. Yo soy el Eterno, vuestro Elohim.»
(Vaikrá/Levítico 25:55)
¿Qué nos está expresando con suma claridad la Torá, es decir, Dios, con estas expresiones?
En el primer verso nos deja constancia de una realidad, que a veces perdemos de vista.
Él es el dueño del universo, no hay otro.
Nosotros somos pasajeros en el barco, inquilinos en la casa, gente que está de paso y sin derecho a posesión.
Minúsculos y limitados en la imponente inmensidad de lo existente.
Él especialmente eligió de entre todo este planeta a esa pequeña porción de tierra que es Israel, en donde se asienta hoy en día parte del Estado de Israel (el cual incluye sin dudas a Yehudá y Shomrón, erróneamente denominados Cisjordania, y animosamente declarados “territorios”), Jordania, Líbano, Siria, península de Sinaí e incluso un poquito más que no viene a cuento ahora.
De Él es esta tierra, no de naciones y habitantes que la transitan y se alojan allí.
En Su Plan está que el pueblo judío more en Su tierra, es para ello que nos rescató de la esclavitud de Egipto; tal cual comprobamos en el segundo versículo citado.
No nos liberó para dejarnos a la deriva, ni para ocupar cualquier lugar, ni siquiera la meta era la entrega de la Torá a los pies del monte Sinaí siete semanas más tarde (cosa que celebraremos en 12 días, en Shavuot).
Él nos quitó del yugo de la esclavitud para que tomáramos asiento y posesión de la tierra de Israel, llamada por aquel entonces Canaán.
Era un objetivo netamente sionista, nacionalista, porque suponía el afincamiento de una nación independiente en su territorio.
Pero, no simplemente vivir de acuerdo a modismos o la cultura que se fuera construyendo, sino específicamente una existencia que tuviera conocimiento de Elohim y Le sirviera.
Es decir, un nacionalismo espiritual, una espiritualidad nacionalista.
No ser vagabundos y sin hogar, desperdigados entre las naciones; carcomidos por el egoísmo y la idolatría.
Sino ser un poderoso y brillante Estado, digno y soberano, eficiente y sereno, feliz y trabajador, dispuesto a servir de Luz para sus vecinos dispuestos a cumplir el código noájico que les corresponde por Derecho y Bendición.
Con el tercer versículo nos encontramos con una realidad –quizás- sorprendente.
Así como la tierra de Israel en verdad es de Dios, el pueblo judío también lo es.
Por ello, ese pueblo en particular es el que encaja a la perfección con aquella en especial.
Un pueblo que tiene sentido cuando se dedica a servir al Eterno en la tierra de Él.
Cuando está fuera de ella, todo servicio a Él es a modo de entrenamiento, también para mantener el nexo con vigor.
Son buenas obras, pero que encuentren el sentido solamente en la tierra que les corresponde.
Ahí este pueblo de servidores del Eterno despliega su potencial, encuentra su Yo Esencial y trabaja para que sea expresado por su Yo Vivido.
Gente que aunque caigan bajo el dominio del EGO, o sean esclavizados por hombres o sistemas, no pierden la condición sagrada de ser siervos del Eterno, SUYOS.
En el cuarto pasaje mencionado nos deja ver otra conexión impresionante.
Los judíos son por siempre siervos del Eterno y no de hombres, y aunque caigan presos o sean sometidos, su esencia no se trastoca y su vínculo sagrado no se daña; algo similar acontece con la tierra de Israel, que podrá ser habitada por extraños, le podrán clavar banderas ajenas y llamarla “palestina o mugrestina”, pretenderán declararla patrimonio de tal o cual, pero… la tierra conoce a su Amo así como anhela la presencia y actividad de sus verdaderos habitantes: el pueblo judío.
Entonces, no es un asunto de creencias, ni de “religión”, tampoco de empachado nacionalismo como el del resto de las naciones, ni bravuconería, ni un refugio para perseguidos por el odio de los perversos; sino de orden natural de las cosas, de equilibrio del ecosistema.
El pueblo judío habitando en paz y seguridad en su tierra, que es el pueblo de siervos de Dios en la tierra dedicada al servicio de Dios.
Lo que provee bienestar, progreso, SHALOM, abundancia a todo el resto de la humanidad.
Si comprendiéramos este mensaje y viviéramos de acuerdo a él, podríamos descubrir que estamos ya viviendo la Era Mesiánica.
Es increíble leer la historia del pueblo judío y cómo los gobiernos gentiles se ocuparon en desligarlo de su tierra y les quitaron el poder político, y pretendieron quitarles la identidad espiritual como si fuese poca cosa haberles ocupado su tierra, pero al mismo tiempo ver la firme y hasta envidiable convicción de aquellos que a pesar de los peores escenarios insistían con firmeza en permanecer allí.
Muy cierto.
Extraños usurpando la tierra.
Ajenos haciéndose llamar nuevo Israel, judíos mesiánicos, o similar.
Energía negativa de los enemigos de Dios
Creo que los que el Moré menciona quizas sean los peores puesto que decir «somos el nuevo israel, el injerto, el israel espiritual, etc, es un intento de usurpación de identidad grotesca.
Ahora Moré, me pregunto, no serán peores aquellos que por cualquier razón compran una conversión? O sea, cómo compras/pagas una identidad espiritual? Eso es EGO puro.
Hmmm. Hay que ver detrás de cada uno lo que hay en las conversiones truchas, que son no conversiones en verdad