"Y murió allí Moshé siervo de Hashem, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Hashem.
Y lo enterró en el valle, en tierra de Moab, enfrente de Beth Peor; y nadie supo su sepulcro hasta hoy. (Devarim 34:5,6)
Muere Moshé, el siervo de H’, aquel que siguiera fielmente sus caminos, aquel que durante decenios soportó la pesada carga de llevar sobre sí la responsabilidad de dirigir al "pueblo de dura cerviz", aquel que se enfrentara a Paró, al Becerro, al variado infortunio, y los venciera.
Muere Moshé, en la tierra de Moab; no en la Tierra de su Ideal, a causa de un desliz, o de diez, a causa del agotamiento de su liderazgo, o de su espíritu idealista y no conquistador, o a causa de que había llegado al término de su actividad, o a causa de que era un hombre, y como tal, en esta vida estamos destinados al sepulcro.
Muere, y no hay lápida erigida en su honor, ni monumento funerario que designe el sitio para el reconocimiento, para la peregrinación, para el consuelo, para la esperanza, para el error.
Muere Moshé, y continúa otro en su lugar de líder y conductor espiritual del Pueblo, como está escrito: "Y Iehoshúa hijo de Nun fue lleno de espíritu de sabiduría, porque Moshé había puesto sus manos sobre él: y los hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Hashem mandó a Moshé." (Devarim 34:9). Otro, que en su momento fue Iehoshúa, pero con rumbo afín, con similar intención, desplegando nuevos significados a antiguas palabras, con el corazón y el pensamiento inmersos en espíritu de sabiduría y de respeto a los designios de Moshé, siervo de H’.
Muere y es llorado y su obra es continuada, pero ya nadie lo puede reemplazar, como está dicho: "Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moshé, a quien haya conocido Hashem cara a cara;" (Devarim 34:10). Hubo otros, grandes, quizás más que Moshé, pero ninguno tuvo acceso a la Presencia Divina como lo tuviera Moshé. Otros ejercieron la autoridad con sabiduría y amor (este último que faltó muchas veces a Moshé); y otros a través de los cuales H’ efectuó enormes milagros; y otros que trajeron al seno del Pueblo una lectura correcta a la vez que renovada de la Torá; pero ninguno en Israel fue o es cual Moshé, siervo de H’.
Muere el siervo de H’, aquel que tuvo el valor y la exacta visión para destruir las primeras Lujot HaBerit, la obra directa de las "Manos del Eterno", y tuvo más valor aun cuando ascendió al Monte para rogar por la clemencia divina, y mucho más coraje cuando se interpuso ante el designio destructivo de H’ contra el irreverente y fastidioso Pueblo de Israel.
Muere, y nadie conoce su lugar de reposo; pues fue tan sólo un hombre solo, un ser de carne y sangre, alguien destinado a trabajar y esmerarse mientras la vida estuviera con él, una persona que pudo esforzarse durante ciento veinte años, cuando la dulce muerte enviada por H’ lo arrebató del mundo de las acciones materiales; y nadie conoce su sepultura, pues Moshé era siervo de H’. Siervo, esclavo, humilde servidor, no un héroe, ni un superhombre, ni un semidios, ni siquiera santo, tan sólo un hombre solo.
Muere y es recordado, y su obra, y las enseñanzas que H’ nos transmitió por su intermedio viven.
Muere el hombre Moshé, desaparece su imagen, se esconde su cuerpo, se arrebata su acción y la posible idolatría a su nombre; pero, en tanto el mensaje de la Torá sea Luz, y sus palabras brisa que estremece, vive Moshé, el siervo de H’.
Preguntas:
- ¿Quién fue el autor de la Torá?
- ¿Dónde se halla sepultado Moshé?
- ¿Cómo se despidió de su pueblo?
- ¿Qué edad tenía al fallecer?
- ¿A cuál de las tribus no bendijo?
- ¿Quién bendijo a sus hijos, en la Torá, antes de morir?
- ¿En qué Shabbat se lee esta parashá?
- ¿En qué es destacado Moshé al final de su labor profética?