Shabbat: II Adar 1, 5768; 8/3/08
*Ser espiritual*
¡Bienvenido lector estimado!
Ésta es una excelente oportunidad para reencontrarnos, para estrecharnos en un abrazo virtual, que tiene como cometido unirnos bajo las enseñanzas perennes de la Torá.
La Torá que es de origen divino, la Torá que nunca cambia, la Torá que es perfecta. La Torá que tiene múltiples interpretaciones válidas, siempre y cuando estén alumbradas por la luz clarificada de nuestra antigua Tradición.
Esta Torá de Vidas, que nos sirve como un manual para andar por Este Mundo, al tiempo que es la brújula certera que nos encamina hacia un gozoso Mundo Venidero.
La Torá que ha estado en el seno de la nación judía por más de 3300 años, sin sufrir menoscabos, sin retaceos, sin añadiduras.
La Torá escrita que se sostiene sobre el pilar fundamental de la Torá oral, el tesoro de la nación entera pero que ha sido resguardada con celoso amor por los Sabios de Israel de todas las generaciones. Comenzando por nuestro primer maestro, Moshé, pasando por la gente de la Kneset haGuedolá, por los Tanaim, Amoraim, sabios de la Edad Media, y los ilustres estudiosos de Torá contemporáneos.
Gente que dedicó su vida a preservar el legado, el patrimonio espiritual, de toda la nación judía. Sin reclamar honores ni premios, sin vanaglorias ni renombres. Con la única recompensa de estar haciendo lo que es justo y bueno, lo que corresponde ser hecho.
Y ahora, culmina con nuestra parashá el segundo tomo de la Torá, el sefer Shemot/Éxodo.
Por supuesto que tenemos innumerables temas para aprender de la misma, pero quisiera que nos concentráramos en unos sencillos versículos, que casi están concluyendo la parashá.
Son unas palabras simples, faltas de grandilocuencia, que habitualmente pasan inadvertidas.
Por esto mismo te pido que hagas el doble de esfuerzo para comprender uno de los grandes secretos que oculta, y que sin dudas nos puede permitir aprender para integrar conocimiento y darnos oportunidad para crecer.
«Colocó la fuente entre el tabernáculo de reunión y el altar, y puso en ella agua para lavarse.
Moshé [Moisés], Aarón y sus hijos lavaban en ella sus manos y sus pies.
Cuando entraban en el tabernáculo de reunión y cuando se acercaban al altar, se lavaban, como el Eterno mandó a Moshé [Moisés].«
(Shemot / Éxodo 40:30-32)
La Torá, ese manantial impresionante de sabiduría, se detiene a contarnos este detalle minúsculo en apariencia.
Dedica sus preciosas letras a contarnos que Moshé y los sacerdotes se lavaban los manos y pies en la fuente de agua puesta en el patio del Santuario.
¿Dónde está la moraleja de esto?
¿Dónde las palabras altisonantes, el gesto solemne, el ritual fastuoso?
¿Dónde la imagen imborrable, la impresión indeleble, la pompa?
Nos habla nada más ni nada menos que de unos señores que lavan sus extremidades.
¿Para esto está la Torá?
¿No podemos pretender que se nos cuenten misterios secretos de la naturaleza?
¿No podría el Creador dedicar estas letras a darnos un mapa de los terrenos celestiales?
¿No hubiera sido más provechoso que se nos diera la clave para descubrir la felicidad terrenal?
Pero, no.
El Eterno, en Su perfecta sabiduría nos dedicó estas palabras, este breve relato, esta anécdota «sin gracia».
Es que, en realidad el mensaje es de suma trascendencia, de increíble poder y belleza.
Nos está enseñando la Torá que la santidad, lo trascendente, el encuentro con lo espiritual, no se lo debe buscar en cosas extrañas, en palabras rebuscadas, en gesto floridos, en ropajes de lujo, en templos despampanantes.
Nos enseña la Torá que en el cotidiano gesto de limpiar manos y pies uno también está actuando con santidad, espiritualmente.
¡¿Cómo?!
Pues sí, tal cual es lo que encontramos en estos sencillos versos.
Todo acto, cualquiera de ellos; cada palabra; cada pensamiento que está acorde con los mandamientos de la Torá es un acto de edificación de un mundo de Shalom. Es la llave a la felicidad. Es el camino para alcanzar los mundos más espirituales.
Siempre y cuando sea: «tal como el Eterno mandó a Moshé«.
Entonces, estas palabras que suelen pasarse como si no valieran mucho, para el que tiene la mirada atenta, el corazón sintonizado, en realidad portan mundos de dicha y eternidad.
¡Son realmente mapas de los paisajes celestiales!
Nos enseña que si hablamos amablemente con el prójimo, tal como Dios nos mandó, estamos siendo espirituales; si comemos y bendecimos antes y después, estamos siendo espirituales; si nos abstenemos de comidas prohibidas, estamos siendo espirituales; si somos solidarios, estamos siendo espirituales; si criamos hijos por la senda del bien, estamos siendo espirituales; si honramos a nuestro padre y madre, estamos siendo espirituales, etc.
No se es espiritual por encerrarse en algún santuario escondido; ni por murmurar palabras complicadas; ni por «modernizar» la Torá; ni por buscar rituales o símbolos ocultos; o cosas similares.
Eso puede ser un pasatiempo más o menos positivo (o perjudicial), pero no se adquiere con ellos una parcela de gozo eterno en el Mundo Venidero, ni se está actuando como constructor de Shalom en Este Mundo.
Ahora, ponte a pensar qué cosas de tu vida diaria puedes hacer de manera tal de actuar en directa comunión con el mundo espiritual.
¡Hazlo, por favor!
Luego si quieres me comentas al respecto.
¡Te deseo a ti y a los tuyos que pasen un Shabbat Shalom UMevoraj!
¡Qué sepamos construir shalom!
Moré Yehuda Ribco
Su apoyo constante nos permite seguir trabajando
Otros comentarios de la parashá, resumen del texto, juegos y más información haciendo clic aquí.
belitzimo ,como siempre
lo bashamaim hi-no en el cielo se encuentra..cada uno puede poseerla
es p/ personas no p/ angeles..