En la base de TODOS nuestros miedos está la impotencia (el no-poder).
Porque no puedo vencer a la muerte, le temo a morir.
Le temo al perro que viene a morderme, porque no tengo poder sobre su reacción.
Le temo a quedar incapacitado en alguna función, porque no podré realizar alguna tarea, quizás hasta la más simple.
Le temo a la pobreza, porque no podré adquirir bienes.
Le temo a la soledad, porque no puedo soportar la idea de no haber podido conseguir que alguien me amara, o al menos soportara quedarse a mi lado y darme calor humano.
Le temo a no alcanzar mis metas, si es que me las supe plantear, puesto que sería un fracasado que no puede sobreponerse a sus percances.
Le temo a la locura, porque no puedo controlar el caos mental.
Le temo a la oscuridad, porque esconde lo desconocido, que no puedo definir ni controlar.
La impotencia es la madre de todos los miedos, no hay ninguno que se escape de su tutela.
Piensa en alguno de cualquiera de tus temores, cualquiera de ellos.
Vamos, piénsalo.
Ahora menciónalo, escúchate nombrarlo y describirlo.
¿Te das cuenta en dónde se esconde tu no-poder en relación al mismo?
Cuando te enfrentas al rostro de tu miedo y encuentras en qué eres (o te sientes) impotente, estás en la senda de sobreponerte a tu temor.
Quizás no cuentes con el «poder para poder», tal vez el objeto o suceso que denuncia tu impotencia no lo puedas modificar, porque eres realmente impotente, pero cuando lo sabes y lo admites, estás capacitado para vivir sin la pesada carga del miedo y sus terribles derivados.
En última (y/o primera) instancia, cuentas con el TODOPODEROSO, con Dios, que es tu Padre Celestial.
Confía en Él, conversa con Él, pídele Luz (pero no esperes que sea tu sirviente y te solucione la vida), agradécele por lo que te ha tocado.
Saberte en esa relación con tu Padre no te hará invencible, ni te convertirá en un súper-héroe que no padece de contratiempos o derrotas, pero te aliviará de la pesada carga de pretender sobrellevar solo y temeroso tus impotencias.