El Templo era majestuoso, estremecía ya a la distancia con su belleza y santidad. ¡Cuánto más al aproximarse, hasta la zona permitida!
Expertos artistas lo realizaron con gran detalle, siguiendo el plan de Elohim. Inspiración divina no faltó. A lo que se sumo la experticia, el amor, la perfección en el trabajo artesano.
Fue creado y surgió un sitio único, poblado de belleza y espiritualidad. Espléndido, glorioso, digno asiento para la Presencia.
Lo objetos más ricamente decorados, fabricados con los productos más caros y refinados. Metales y piedras preciosas, cueros y marfil, telas gloriosas. Esplendor por todas partes.
Con generosa nobleza la gente del pueblo dedicó de sus riquezas, y pobrezas, para brindar los elementos que fueron transformados en esa maravilla majestuosa.
Sí, sin dudas era el santuario construido y elevado para que el Eterno repose en medio de Israel, para faro de las naciones.
Y sin embargo, no era suficiente.
Era imprescindible que se realizara a diario el servicio estipulado.
Cada día los servidores (los cohanim acompañados por los leviim) y la gente ofrendaban y daban vida con su actividad a ese Templo.
Porque la divina Presencia encontraba a Su nación allí.
El servicio daba sentido a todo ese lujo y portento.
Era necesario conocimiento, para saber qué hacer, cómo realizarlo, cuál era la conducta apropiada, cómo se repartían los roles y tareas. Tanto los detalles como lo más grueso se debía estudiar, memorizar, retener en la mente, para poder plasmarlo.
Porque el conocimiento debe traducirse en obras, pues sin ellas el saber es estéril. Así pues, los encargados trabajaban afanosamente, cada uno en su correspondiente cargo. Se ejercitaban, entrenaban, preparaban, repasaban las lecciones con su memoria, pero también ejecutando las acciones.
Y sin la actitud adecuada, poco y nada harían el saber y la acción. Humildad, constancia, esfuerzo, atención, dedicación, empeño, respeto, cariño, interés, ganas, paciencia y muchas otras actitudes se debían aprender y usar en todo esto.
Así con las actitudes, el saber y la práctica es que el Santuario tenía sentido.
Y como en él, en todas las áreas de nuestra existencia, desde lo que es considerado más sagrado hasta lo más profano.
En el estudio de Torá, o de cosas que no lo son.
En el trabajo, o en el rezo.
En el deporte, o la conversación amistosa.
En el paseo distendido, o la misión importante.
En todo es imprescindible conjugar actitudes, conocimiento y acción.
Tal como se representa en los tefilín que en los días comunes usan los varones judíos. La caja de la cabeza en el nacimiento del pelo, en medio de los ojos, con la cinta rodeando firmemente la testa. Representado el conocimiento, la inteligencia, el pensamiento.
La cinta envolviendo con fuerza amable el brazo y la mano, para simbolizar la acción medida y concreta.
Y la caja en el antebrazo, a la altura del corazón y enfocado en él, como queriendo indicar que sin las actitudes algo fundamental está faltando.
Tomemos en cuenta esta enseñanza, para que todo sitio y lugar sean espléndidos; no solamente por sus materiales y confección, sino especialmente por nuestra tarea bien realizada, de construcción de SHALOM en base a conocimiento, acción y actitudes de bondad y justicia.