En esta parashá, los ‘viajeros’ que recorrieron la Tierra de Israel se comportan, en cierto momento, como verdaderos propagandistas del Sionismo.
Retornan de la Tierra de los Padres con un mensaje sorprendente: la Tierra es maravillosa; los frutos que da, son abundantes, enormes, sabrosos; las condiciones son ideales para la existencia. La exuberancia de elogios opaca la prodigalidad de riquezas de Israel. Pero, no son solamente palabras lo que ellos portan desde Israel, también cargan con frutos de allí. Traen higos y dátiles que son tan grandes y pesados que deben ser transportados por dos hombres fornidos. ¡Y los racimos de uvas!, cada uno debe ser llevado por ocho hombres.
Evidentemente las pruebas de las bendiciones de esa Tierra son muchas.
Sin embargo…
Los ‘viajeros’ (y con ellos la mayoría del pueblo) no pecaron por lo que demostraron de la Tierra de Israel, sino por la escasa o nula confianza que depositaban en el Eterno, y en ellos mismos.
Sus agrias y poco esperanzadoras palabras no se dirigían a la Tierra, sino a las posibilidades de hacerse con ella.
Es, sin dudas, un eslabón más de la continua falta de respeto y confianza en H’. Es, quizás la última de las iniquidades, de las impertinencias que fueron toleradas, ya que, como sabemos, tras las quejas y llantos desconsolados de esta ocasión, el castigo fue terminante: la imposibilidad de alcanzar la meta de la Libertad en un propio Hogar nacional.
Aunque, si somos correctos en la apreciación de esta situación, no existe tal castigo, ya que fueron ellos mismos los que dijeron: "Ojalá muriéramos en este desierto" (Bemidbar 14:2), ellos mismos decretaron lo que sería su destino final: la estéril muerte en las lóbregas fauces del desierto yermo.
Y en verdad, por una parte parece entendible la actitud de este pueblo lloroso y quejumbroso, no olvidemos que eran esclavos liberados, pero impregnados de la mentalidad, costumbres y forma de vida de la más terrible de las esclavitudes. Por lo cual, resulta claro el motivo de sus continuos lamentos, y constantes faltas de confianza en Dios.
Pero, ¿no presenciaron ellos los milagros y las maravillas realizadas por el Eterno a la Salida de Mitzraim?
¿Dónde estaban cuando H’ partió el mar para ellos?
¿Cuando el monte temblaba y humeaba?
¿Quién los confortó y acompañó durante casi dos años?
Realmente, ellos eran testigos de las maravillas de H’. Ellos y no sus padres. Ellos y no los vecinos. Ellos y nadie más…por lo cual, ellos y no otros deberían haber sido los primeros en estar confiados y ser firmes en que si H’ promete, de alguna manera eso prometido se realiza.
¿Acaso no presenciaron que efectivamente de la Tierra Prometida manaba leche y miel, como había sido declarado con anterioridad?
¿Acaso H’ les había fallado en algún momento?
La respuesta es que H’ firme estaba, en tanto ellos…preferían morir en ese desierto, o peor, regresar a ‘los placeres’ de Mitzraim, ¡qué pueblo!
Eretz Israel es heredad del pueblo de Israel, y de nada le valen a sus enemigos todo el poder y la gloria de este mundo. Los malignos pueden poseer muchedumbres, tecnologías, armas, tácticas, pero, si el Pueblo de Israel confía en el Eterno y siguen Sus dictados, ninguna ventaja tienen los enemigos. Como está escrito en la Torá:
"y con nosotros está Hashem: no los temáis" (Bemidbar 14:9).
El lema debería ser por siempre las palabras de los viajeros creyentes y dignos:
"Alo naale – Subamos luego, y poseámosla; que más podremos que ella." (Bemidbar 13:30)