El 17 de Tamuz era el día señalado para ser el más feliz para la humanidad, porque iba a descender Moshé del monte Sinaí, tras haber permanecido ante el Eterno durante 40 días con sus noches recibiendo la enseñanza espiritual que Él quería revelar a los judíos, y a través de ellos a toda la humanidad.
Un hecho sin parangón, inigualado e inigualable.
La manifestación de Dios al hombre, en una cercanía imposible de volver a tener. Solo imaginarlo cuesta montón: ¿el infinito que se aproxima al limitado ser humano? ¡Cómo nos va a entrar en la cabeza eso!
Pero así ocurrió, como un hecho único y profetizado como no repetible.
Sin embargo, el grupete de extranjeros que acompañó a los judíos en la salida de Egipto se puso nervioso con la espera, o quizás con no ser los destinatarios de la Torá. Ellos estaban ansiosos, angustiados, fastidiados, temerosos, apurados y vaya a saber cuantas cosas más, ninguna de ellas positiva.
Entonces, quisieron confirmar su relación con el Divino, pero no de la manera apropiada. Sino que decidieron que era a través de la idolatría y de la conducta desprovista de santidad como lo harían.
Obligaron bajo terribles amenazas a Aarón para que fuera cómplice en esto. Y el pobre hombre tratando de hacer lo bueno, se sumo a la obra nefasta.
De ello surgió el descalabro del Becerro de Oro.
Ese día, el anunciado para ser el más brillante para el mundo, se transformó en uno de oscuridad y caos.
Las Tablas de la Alianza fueron destruídas, un poco antes de que también lo fuera el perverso monumento idolátrico.
Los pecadores a causa del becerro fueron ajusticiados, cayendo un manto de sordidez allí en donde debía reinar la alegría.
El enojo de Dios se hizo presente, para que la gente entendiera lo mal que habían actuado.
Desde entonces, el 17 de Tamuz es un día de ayuno, que solamente volvera a ser cristalino en la Era Mesiánica.
Quiera Dios que éste sea el primero de los 17 de Tamuz de alegría, que ya no tengamos que ayunar y apenarnos más a causa de los pecados y las trampas del EGO.
Mientras esperamos que esto suceda, nos podemos preguntar qué hemos aprendido de esta historia para hacer nuestro camino sincronizado a la bendición de Dios y no de confusión y pérdida.