Yoha llegó a su casa ya entrada la noche, comenzó a dar vueltas hasta que se topó con la invitación para el casamiento del hijo del hombre más influyente y poderoso de la ciudad.
Se palmeó la frente porque ya era tarde y salió corriendo rumbo al salón de fiestas.
Al llegar los porteros lo detuvieron para pedirle la invitación.
Yoha se palmeó nuevamente la cabeza, pues la había dejado sobre la mesa del comedor.
Se los explicó a los guardias, pero estos no le daban paso si no entregaba la tarjeta.
El pobre Yoha no tuvo otro remedio que regresar a su casa para recoger el papel.
Ya de nuevo ante los porteros estiró la invitación, los guardianes la recibieron pero no se movieron para darle paso. Solamente señalaron el último párrafo que claramente indicaba que la fiesta era de estricta vestimenta formal y de gala.
Yoha estaba vestido con sus ropas de trabajo, tal como había salido muy temprano de su casa para las tareas cotidianas. Trató de explicarles que ya era tarde, que la fiesta estaba bastante avanzada, que le permitieran el acceso. Pero no hubo forma, los dos enormes cancerberos eran inapelables: o estaba vestido de gala o no entraría.
Ni modo, Yoha regresó a su casa.
Luego de un rato largo finalmente fue habilitado para entrar al salón de la lujosa fiesta.
Saludando a los que encontraba en su camino fue conducido a su lugar, en una de las mesas apartadas de la sala. Por fin tomó asiento, cuando ya estaban por servir el plato principal.
Ni bien fue servido, tomó el plato y vertió todo el contenido encima de su traje, enchastrando su engalanada vestimenta así como el asiento, el suelo y a su alrededor.
Los otros comensales lo vieron y entre gritos y exclamaciones le preguntaron por tan extraña acción.
Yoha, entre iluminado y zopenco les dijo: Yoha no estaba invitado en realidad, sino solamente su ropa. Así que sea la ropa la que disfrute del festín, Yoha solo es quien se encarga de moverla de un lado a otro.
Yoha es un personaje tradicional de la cultura sefaradí.
Es una mezcla de tonto y oculto sabio.
Sus cuentos con humor nos hacen reír, a veces llorar, pero siempre están para que aprendamos alguna cosa.
En esta ocasión, me parece que el mensaje es muy apropiado para esta noche, en la que comenzamos Rosh haShaná y el año 5780.
Según la Torá este día se llama realmente Iom haDin, que es el día del juicio. También es llamado Iom haZicarón, que significa el día del recuerdo o la memoria.
Cada uno de nosotros, judíos o no, creyentes o no, seremos evaluados por el Creador trabajando como Rey y Juez.
Nuestras acciones son puestas en evidencia, las públicas tanto como las privadas, por el Juez y con ello elabora un veredicto que se nos entrega a la hora de la Neilá, cuando estará finalizando el próximo Iom Kipur.
Él no se deja impresionar por títulos y trajes, no se lo puede corromper con dinero o promesas de cargos. Es un Juez incorruptible. Todos estamos invitados a este evento, a todos nos llegó la invitación y no hay manera de excusarse de ir.
Que no nos pase como a los primeros humanos, Adam y Eva, que justamente este día nacieron pero también este día pecaron comiendo del árbol que estaba prohibido.
En el huerto del Edén, donde todas sus necesidades estaban satisfechas, igualmente encontraron una excusa para pecar, para ir en contra de su propia esencia sagrada.
¿Saben qué los llevó a pecar?
Dejarse seducir por promesas superficiales, olvidarse de lo importante para quedarse prendados por lo que aparecía como placentero y bueno. ¡Pero no lo era!
Así comieron lo que no debían y perdieron todo lo maravilloso que tenían.
Es una triste moraleja para que tengamos en cuenta.
Por eso, ésta es la ocasión para que recordemos quién somos en realidad, que podamos ver más allá de la superficie.
No creamos que somos el traje, ni que nuestro prójimo lo es.
Somos algo mucho más importante y valioso que lo que estamos representando.
Es esa personalidad sagrada la que está invitada a participar de la celebración de este día.
Por eso, la invitación es a descubrir las mejores partes de uno mismo y del prójimo, ver más allá del traje, para poder conectarnos y estar mejor.
Descubrir lo que no está tan bien, para mejorarlo.
Así podremos pasar con tranquilidad y alegría durante este día de juicio, confiados en que estamos haciendo las cosas bien y que el veredicto nos será favorable.
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Shaná tová umetucá