En la parashá, los hijos de Israel finalmente se embarcan en el gran viaje del desierto a la Tierra de Israel. Tocan los preparativos finales para esta aventura, los cuales comienzan en el Mishkán (Tabernáculo o templo portátil).
Como recordarás, éste fue inaugurado en la parashá anterior, ahora toca conocer su funcionamiento. Es por ello que Aarón, hermano de Moisés, recibe el derecho de inaugurar el templo encendiendo la lámpara de oro de siete brazos. Más tarde se le unirán sus fieles asistentes, los levitas.
Ya ha pasado un año desde que los hijos de Israel salieron de Egipto y llega Pésaj. Por ello, los hijos de Israel celebran esta festividad realizando el korbán Pésaj en el Tabernáculo.
En la Torá quedan establecidas dos cuestiones: cada año se celebrará Pésaj y habrá también un segundo Pesaj, al mes siguiente. Ésta es una oportunidad que se le brinda a todos aquellos que no pudieron celebrar Pesaj a tiempo, sea porque estaban en estado de impureza o se encontraban en un lugar lejano, no pudiendo concurrir al templo para la ofrenda prescrita.
Nos cuenta la Torá el método para anunciar cuándo debía partir el campamento y cuándo detenerse, cuándo comienza una fiesta o cómo se hacía para convocar a los jefes del pueblo a consulta. Para ello se fabrican dos grandes trompetas de plata y cada tipo de toque simboliza un mensaje diferente al pueblo. Vítores – comienzo de un viaje, soplo – reunión de todas las personas alrededor del Mishkán. Era una forma eficiente para hacer llegar mensajes clave a la gran masa de gente que componía el pueblo.
Ahora realmente todo está listo para funcionar. Se oye un toque de trompeta y salen las tribus de Yehudá, Zebulún e Isajar. Los levitas desmantelan el Mishkán y también se ponen en marcha. Se oye un segundo toque y salen también las tribus de Rubén, Shimón y Gad. Tras dos trompeteos más, todas las tribus se unen al viaje.
Sin embargo, Itró Cohén Midián, el suegro de Moshé, no quiere acompañar en su marcha a los israelitas, pues, prefiere regresar a su país. Moisés ruega que no los abandone, sino que vaya junto a los israelitas para recibir también él un lote de tierra en Israel como heredad.
El viaje en el desierto no es fácil. El calor quema y los hijos de Israel empiezan a quejarse. Están enojados con Moisés y afirman que en Egipto fue mejor y más fácil para ellos. Moshé siente que no puede manejar las quejas solo. Para ayudarlo a lidiar con las demandas del pueblo, Dios ordena que 70 ancianos (sabios) se unan a Moisés en el Tabernáculo, para establecer un comité que acompañará a Moshé en la administración del pueblo.
La inspiración divina alienta a los setenta ancianos y todos reciben el espíritu de profecía. Sin embargo, dos personas, Eldad y Meidad, que estaban en el campamento en ese momento, también profetizan dentro del campamento. Por lo cual, Ioshúa bin de Nun se sobresalta y le ofrece a Moisés que los encarcele, ya que se supone que no deben participar en profecías fuera de los límites del Tabernáculo,.
Sin embargo, Moisés está realmente complacido con lo que aconteció con aquellos hombres y le dice que no se ponga celoso, sino que se alegre porque Dios vivifica el espíritu de más personas, para que sean muchos los que pueda dar testimonio de la presencia y poder del Creador.
La historia que sella nuestra parashá resulta bastante desagradable, pues, Miriam y Aarón, los hermanos de Moshé, hablan acerca de la esposa kushita de Moshé. Los exégetas brindan diferentes versiones de cuál fue exactamente el tema que estaban comentando, no lo sabemos, pero sí se deduce que ellos sentían celos por el estatus especial de Moisés, como el profeta favorito de Dios.
Dios amonesta y castiga a Miriam por esta conducta y hace que tenga manchas de tzaraat. Moisés que no guarda rencor, en lugar de enfadarse con su hermana, se pone de pie y ora por la curación de ella.
La parashá termina con Miriam recuperándose de la dolencia, luego la nube le indica al pueblo de Israel que puede seguir adelante, y después de todas las penalidades el viaje vuelve a su curso.
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