Nuestra parasha incluye el relato de la muerte de Iaacov y la bendición que él da a sus hijos y a dos de sus nietos.
Esta última es la que traemos a colación cada vez que bendecimos a nuestros hijos, recordando que sean como Efraim y Menashé.
Por su parte, las bendiciones a los hijos son una especie de visión sobre el futuro de cada una de las tribus de Israel.
Iaacov estando enfermo y sabiendo que estaba llegando al fin de sus días en esta tierra, da instrucciones a Iosef, y con él al resto de sus descendientes, para que lo lleven a la tierra prometida, para estar sepultado allí, junto con sus antepasados. Iosef obedece a su padre y lo lleva de Egipto, donde Jacob muere, para que repose su cuerpo en la tumba de los patriarcas, en Hebrón-Israel.
Después de la muerte del patriarca, los hermanos de José se preocupan de que él pueda vengarse de ellos por haberlo maltratado años atrás. Temían que él hubiera guardado su venganza a que el padre muriera, para así poder desatar su ira con mayor virulencia. Sin embargo, José les asegura que no tiene ningún rencor hacia ellos y que todo lo que ha sucedido es parte de un plan divino para salvar a muchas personas de la hambruna. José les dice que Dios los ha traído a Egipto para protegerlos y prosperar allí, y les hace prometer que llevarán su cuerpo de vuelta a la tierra de Canaán cuando él muera.
Luego, la parashá incluye también la historia del fallecimiento de Iosef y la visión que él les brindó acerca de la larga diáspora que vendrá, una época de tribulaciones y el posterior regreso de los israelitas a la tierra de Israel. Les dice que su linaje se multiplicará y se convertirá en una nación poderosa, y que Dios siempre estará con ellos y los protegerá. Con esta profecía, la parashá llega a su fin y concluye el libro de Génesis.
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