Hace una horas rezaba el Halel, pues era Rosh Jodesh (Av 5768).
Por supuesto que es un cántico conocido, transitado en varias oportunidades.
Pero hoy, no sé bien porqué me llamó la atención este verso:
«Mejor es refugiarse en el Eterno que confiar en el hombre.»
(Tehilim / Salmos 118:8)
Lo sabemos, lo decimos a diario en la tefilá.
Es uno de nuestros fundamentos ideológicos.
Es obvio.
Pero, no es vano recordarlo, tenerlo presente, reforzar nuestro convencimiento en su verdad.
El único refugio es Hashem.
Las personas que sirven como Sus instrumentos, son canales a través de los cuales nos llega Su bondad infinita.
Por trabajar en armonía con el Eterno merecen nuestro agradecimiento, nuestro reconocimiento, nuestra retribución.
Pero, en última instancia la Fuente de todo Bien es Hashem, y es el único poderoso, salvador, refugio que debemos anhelar.
De repente, un rato más tarde, la haftará nos señalaba varios errores, uno en particular:
«los que dicen a un árbol: ‘Tú eres mi padre’, y a una piedra: ‘Tú me has dado a luz.’
‘Ciertamente Me han dado las espaldas y no la cara, pero en el tiempo de su angustia dicen: ‘¡Levántate y líbranos!'»
(Irmiá / Jeremías 2:27)
Así es, pensamos que nuestra fuerza, poder, intelecto, amistades, influencias, falsos dioses, santos, ángeles, etc. son los que nos redimen, los que nos salvan.
Pero, oh sorpresa, a la hora de la verdad, nuestra neshamá sigue firme, fiel al que es el Uno y Único, nuestro salvador, el Eterno.
Hay un núcleo de pureza en nuestro ser, nuestra esencia espiritual intachable, que se mantiene ligada por siempre al Padre Celestial.
¿Debemos esperar hasta el momento de la crisis para recorarLo?
Volvamos a las sendas del Eterno, mientras no es la noche.