El midrash agádico es el cuento de los sabios que suele ser narrado para echar luz acerca de puntos oscuros en historias (mayormente “bíblicas”, pero no solamente), llenar lagunas de información, permitirnos profundizar en los sentidos de la narrativa, pero especialmente proveernos de enseñanzas.
Aquí tenemos un ejemplo entre miles: “Moshé medía 10 cubitos de altura (5,5 metros aproximadamente), tomó una espada de 10 cubitos de largo y saltó 10 cubitos en el aire – para llegar solamente a los tobillos de Og.” (Berajot 54b).
Podemos categorizar a las personas de acuerdo a su forma de encarar estos midrashim:
a- aquellos que creen que son literales, historias verídicas sin una coma de separación de la realidad. Cuando el cuento es evidentemente disparatado, estas personas declaran su lealtad más allá de toda razón.
b- aquellos que consideran que son simplemente fantasías típicas de la mente del Medio Oriente, con poco y nada de valor.
c- los que entienden que el midrash cumple una función pedagógica, instructiva, alegórica, moralizante y que no opera necesariamente en el mundo de la literalidad sino en el del simbolismo.
Esta categorización es la que nos presentó el venerado maestro Maimónides, instruyéndonos para que seamos habitués del tercer tipo de personas. Puedes leer sobre esto haciendo clic aquí, busca el capítulo que se titula: “El lenguaje alegórico de los sabios”.
Del primer grupo, Maimónides nos advierte de lo peligrosos que llegan a ser, porque provocan burlas, confusiones, malos entendidos, creencias erróneas, burlas contra Dios y la Torá, infantilización del pueblo, demostrar la inoperancia y superstición de los Sabios, entre otras cosas muy perjudiciales.
Del segundo grupo, es evidente la oposición del Maestro a ellos, porque no buscan la comprensión ni el conocimiento, sino la destrucción de las cosas de Dios en este mundo.
El pequeño tercer grupo es el que toma las cosas como deben ser tomadas. No juzgan, mucho menos prejuzgan. Atienden, interpretan, tratan de encontrar sentidos, conectan, aceptan sus limitaciones, reconocen las limitaciones de los sabios de la antigüedad, respeta al Eterno y Sus cosas (entre las que se encuentra también la Torá en su vertiente oral).
Un fabuloso representante de este grupo es el Maharal de Praga. Él dice que no debemos esclavizarnos al significado literal de las palabras, sino percibir la riqueza y multidimensionalidad en las expresiones de los Sabios. Acordarnos del simbolismo, reconocer los modismos del lenguaje, asombrarnos ante el ingenio para revelar ocultando, descubrir las ideas propias de la antigüedad que no eran parte de la Revelación pero sí de la evolución del pensamiento humano. De esta forma, se pueden aceptar los milagros sin perturbarse, así como las increíbles fantasías que ocupan también un rol importante en la narrativa rabínica. Por tanto, no se aproxima a la lectura de los midrashim agádicos con prejuicios, sino con sed de aprender; por ello termina aprendiendo, quizás algo muy alejado de la comprensión literal de la narrativa fantasiosa.
Por supuesto que una persona sola, a la deriva, consigo misma; o ayudada por libros y publicaciones de internet, muy fácilmente naufraga y se pierde.
Es por ello indispensable, sustancial, irrenunciable que el que desea aprender verdadera Torá lo haga con la guía experta de un maestro judío entendido en el tema y dispuesto a enseñarle. Cuidado de no aceptar malas imitaciones, tales como “rabinos mesiánicos”, o cosas denigrantes por el estilo. Porque no solamente puedes perder tiempo, plata y oportunidades de alejarte de lo malo y acercarte a lo bueno; también estás arriesgando la santidad de tu vida, los deleites en el mundo venidero, tu eternidad.
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