La mayoría de los que lean estas líneas durante el final de marzo 2020 podrán estar de acuerdo conmigo que ninguno imaginaba, ni siquiera en sus más extraños delirios, que podríamos estar en esta situación.
El humano parecía una ola imparable, dueño del universo.
De repente, como sin darnos cuenta, pasamos a estar recluidos, limitados más de lo habitual.
Algunos perdieron sus trabajos, o están en riesgo de ello.
Otros se han enfermado, y mucho más le tienen miedo al virus y sus consecuencias.
El mundo de los humanos está totalmente trastocado, por lo que algunos están hablando de “la nueva normalidad”.
Una en la cual el asilamiento es amplio, el distanciamiento social.
La incertidumbre por el mañana.
Las ganas de salir, pero quedarse.
Los conflictos de la convivencia.
La creatividad para resolver lo que antes estaba asumido como normal.
Mientras el mundo que construimos con tanto orgullo en pocas décadas, se está derrumbando.
No es la sociedad capitalista la que está en picada, es la humanidad tal y como la conocemos. De hecho, quizás parte del rescate venga desde el capitalismo, ¿quién lo sabe?
En tanto, los charlatanes y piratas de la fe en vez de asumir su idiotez, malicia e impotencia, en su gran parte se están enriqueciendo a causa del miedo e ignorancia de su público.
Las cosas están cambiando, pero, ¿qué pasará cuando la pandemia se dé por resuelta?
Nadie puede saberlo.
Y todo esto a causa de un virus que mide nada, que piensa nada, que siente nada, que puede muy poquitas cosas en su no-vida (ya que no es un ser vivo).
Por otra parte, imagínate que este virus se propagara tan ferozmente como lo hace, pero en lugar de que mueran unos pocos (comparativamente al número de los infectados, porque igual un solo muerto ya es muchísimo) terminara con una muerte agresiva e imparable. ¡Dios no lo permita!
Serían millones de muertos en pocos días, quedaría diezmada o desaparecida la humanidad.
¿Y quién te dice que eso no pueda pasar dentro de un par de semanas?
Por ahora queda darnos cuenta de lo poderosos que somos como sociedad, la grandeza de la humanidad.
Al mismo tiempo, la terrible debilidad que nos envuelve a cada momento y que se ha hecho patente ahora.
Es momento de aprender, de ser creativo, de curarse, de curar a la sociedad, de construir una nueva realidad.
Volviendo al viejo saludo de mi parte: a construir shalom, con acciones internas y externas de bondad y justicia.
Que nuestros pensamientos, palabras y hechos solo sean de construcción de shalom.
¿Qué otra cosa nos queda?
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