Presta atención:
“Cuando el rey cananeo de Arad, que habitaba en el Néguev, oyó que Israel iba por el camino de Atarim, combatió contra Israel y tomó prisioneros a algunos de ellos.
Entonces Israel hizo un voto al Eterno diciendo: ‘Si de veras entregas a este pueblo en mi mano, yo destruiré por completo sus ciudades.’
El Eterno escuchó la voz de Israel y entregó a los cananeos en su mano. Luego Israel los destruyó por completo juntamente con sus ciudades. Por eso fue llamado el nombre de aquel lugar Horma.”
(Bemidbar / Números 21:1-3)
Según dicen los Sabios, solamente una muchacha fue tomada prisionera por los hombres de Arad.
Era más fácil que el pueblo judío dijera: “¡Sólo una joven! Sigamos viaje. ¿Qué importa una joven? ¿Por qué arriesgarnos por solamente una muchacha que nadie conoce ni a nadie importa? Sigamos tranquilos…”
Pero, la respuesta no fue esa.
¡Todo lo contrario!
El pueblo, como un solo hombre, se tomó el asunto con total compromiso y responsabilidad.
Si sufre uno solo del pueblo, sufre todo el pueblo.
Hasta el diente más pequeño hace sufrir al cuerpo entero.
Porque el pueblo no es un conjunto separado de seres, sino una entidad viva, con identidad, con alma propia.
El daño a uno, es el daño a todos.
Entonces declararon con firmeza su intención de rescatar a esa hermana apresada por el mal.
Sin dar excusas, sin buscar el camino fácil, sin dejarle a otro la tarea, sin esperar soluciones llovidas desde Arriba.
Como un hombre, Israel está dicho y no los hombres de Israel, fue a la lucha, para liberar al preso, para rescatar al caído, para no dejar prisioneros ni heridos detrás.
Y fueron al combate hasta las últimas consecuencias.
Sin hacer cálculos mezquinos, sin palabrerías que apartan de la acción correcta, sin egoísmo, sino con generosidad plena, con identidad fuerte.
Atacaron al enemigo de Dios, al enemigo de Israel, no por placer, ni por ánimo de avidez, o por conquista. Atacaron con potencia para destruir el mal y construir Shalom.
Es un ejemplo para nosotros, que siempre tenemos el “pero” al alcance de la mano. Que no nos duele el malestar de nuestro prójimo. Que no tenemos empatía por nuestro hermano. Que no nos sentimos ni creemos parte de un organismo superior que nos unifica y contiene.
Es hora de tomar las armas de la bondad, de la justicia, de la lealtad.
Ser guerreros de Luz, verdaderos constructores de Shalom
Hoy más que nunca.
A despertar, a luchar con las armas de la bondad, la justicia y la lealtad al Eterno.
¿A qué esperamos?
Los prisioneros y heridos a causa de los enemigos de Dios son miles, millones.
¿A qué esperamos?
Cada uno debe aprender a sentirse parte del gran cuerpo que formamos, de la gran alma que somos.
Que nos duela lo que le sucede al prójimo, para actuar con ánimo de armonizar, de equilibrar, de restaurar.
Seamos constructores de Shalom.
¿A qué esperas?
¿Qué excusa estás inventando ahora?
¿A qué esperas?
Pero Moré.
Me cuesta entender la situación de cuando el otro ha sido dañino con uno, pero su daño le ha sido devuelto. ¿Será una ocasión de tener empatía y dolor por su malestar?
O quizá es mejor mantenerse en la construcción y apoyar de quienes sí le quieren y respeten a uno (o al menos intenten)…
Aún me da vuelta el «desear lo mejor y que siga su camino»…
Gracias
a veces es bueno para uno y otro desear lo mejor y que cada uno siga su camino
gracias.
No es que me crea ningún santo, sólo que de verdad quiero mejorar hace un buen tiempo y no ha sido fácil.
Este artículo me recordó otras lecturas donde el autor sostenía que esa fraternidad y solidaridad entre los hombres podrían ser reales, genuinas y espontáneas en el momento de que el hombre supere su miedo a la libertad que ha adquirido en su proceso evolutivo; y en el momento que no se estanque en su proceso ni en el conformismo ni en totalitarismo.
El problema es que pareciera que todos los hombres no estamos todos a un mismo ritmo en el avance.