El poema más profundo, sagrado y espiritual creado por la humanidad se llama Shir haShirim, el famoso Cantar de los Cantares, creación del inspirado rey y sabio Salomón.
Es tradición sefaradita recitarlo los viernes a la tarde, antes de comenzar el Kabalat Shabat.
En él se nos habla de dos tipos de amor: como agua y como fuego.
El amor como agua es tranquilo, naturalmente fluye, busca llenar todos los resquicios, por sí mismo no se agita ni causa turbulencias. Es una caricia, una dulce palabra, la calma del hogar, la tranquilidad para el que está inquieto.
Este tipo de amor es una necesidad básica de cada ser humano, puesto que todos precisamos ser tenidos en cuenta, acurrucados por alguien que nos aprecie, estar en paz con ese otro a nuestro lado. Asimismo, nosotros estamos para el otro de manera similar, amorosamente amable.
Los que están sintiendo este amor, se confunden en un abrazo, físico o a la distancia, y se sostienen mutuamente, sin reclamos, sin agitaciones.
Simplemente deslizarse con la corriente del tiempo y disfrutar de estar en armonía.
Lo podemos ver en el amor de madre/padre con su bebe, también entre los hermanos, también el sentimiento entre los camaradas de armas que han pasado el entrenamiento y la salida a la batalla juntos, por ejemplo.
Por supuesto que este amor de tipo acuático no consiste en algo que inflama pasiones, ni requiere de componentes sexuales, ni se fija en el cuerpo o bienes materiales. Es una conexión sensible, que si bien es un manantial de sentimientos, no deja de manifestar su racionalidad.
Por tanto, se manifiesta además con acciones que benefician al amado, que buscan su bienestar, que apagan su sed sin ahogarlo.
Por ello lo podemos vislumbrar como el agua que por sí misma sigue la dirección de la gravedad, desde el plano espiritual, pasando por el intelectual, social, emocional hasta decantarse en el físico.
El peligro en este tipo de amor es que uno, que dice y siente amar, agobie al otro, al que es receptor de ese amor. Que no lo deje crecer, que no le permita desarrollarse. Que lo ahogue, literalmente, y no le dé respiro ni le permita ser y aportar a la relación.
Por su parte, el amor de tipo ígneo, es ardiente, excita, desata pasiones, es feroz.
Ciertamente es aquel que inflama a la esposa y el esposo, que los enciende, que desata la química entre ellos.
Perturba el entendimiento, confunde la mente, porque es primario, animal, salvaje. No por ello resulta innecesario, por el contrario, tiene su tiempo, lugar y personas para ser disfrutado saludablemente.
Nace desde abajo y sube, va trepando desde el plano físico y devorando las emociones, lo social, lo intelectual hasta alumbrar a lo alto, hacia el plano espiritual.
Entonces, el fuego caliente, alumbra, sirve para cocinar, nos permite impulsar maquinarias, por lo que se constituye en un elemento indispensable, netamente humano a pesar de su alto contenido salvaje.
En ello está su grandeza, pero también su peligro.
Lo heroico que algo que proviene de lo más primitivo encuentre el camino para ascender y transformarse en sagrado. Pero lo peligroso es que sin los límites adecuados, sin el entrenamiento certero, el fuego devore y destruya, perjudicando a su paso en lugar de beneficiar.
En una relación de pareja debiera funcionar ambos tipos de amor.
No permitir que el fuego de los primeros tiempos se apague, sino que siga habiendo pasión, que se sigan encendiendo el uno al otro.
Alimentar ese amor voraz, que necesita al otro, que se desvive por el otro.
Al mismo tiempo, hacer que la ternura no se pierda, que las obras de bondad generosa nunca falten.
No dar lugar a las disputas, pero si al diálogo.
No permitir que el desinterés enfríe la relación, sino cada día motivar el encuentro pleno.
Que el agua y el fuego se encuentren y se potencien, para fortalecer a cada uno de los miembros de la pareja y a la relación entre ambos. Por tanto, que ni el fuego evapore al agua, ni que ésta apague a aquel. Sino que con paciencia, comunicación, voluntad, inteligencia, experiencia se vayan complementando, logrando sacar a relucir lo mejor para los dos.
Eventualmente el fuego va perdiendo su fuerza, es normal, es natural que así suceda. El cuerpo, como todo lo material, va debilitándose, agotándose, sufriendo del abandono producto del hábito.
Por ello nunca debe faltar el amor del agua, la ternura, la cordialidad, la atención, la comunicación, el ser solidario porque es el amor que nunca se extingue y a menudo aviva la llama de la pasión hasta en las parejas de muchos años.
Aquí encontramos uno de los fundamentos para que en el judaísmo se contemple el matrimonio como el estado de completud de cada persona, porque nos permite participar de los dos amores de manera saludable y bendita.
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