Enseñamos repetidas veces que el AMOR es hacer generosamente por otro,
para beneficiarlo,
sin esperar nada a cambio,
y atendiendo a que esta acción no nos cause daños innecesariamente.
Es bueno tener en cuenta que debemos respetar a ese prójimo al cual pretendemos beneficiar,
es decir,
no obligarlo a recibir lo que pudiera resultarle humillante, displacentero, fuera de tiempo/lugar;
porque a veces, con toda la buena intención del mundo,
en nuestro afán de ser útiles, provechosos, magnánimos, solidarios,
podríamos estar provocando justamente lo contrario.
Por ejemplo,
en ocasiones para el otro es mejor esforzarse para obtener su resultado,
aquel que es mérito propio,
que estar dependiendo de la benevolencia y oportunismo del benefactor.
Otro ejemplo,
si el otro no nos pide consejo,
por más que ardamos en deseos de decirle la genial solución a sus dolores,
cerremos la boca con honor,
presentemos nuestra solícita presencia,
estemos a mano,
hagamos saber que estamos para colaborar,
pero guardémonos el consejito que nadie pidió y es molesto.
Otro ejemplo,
nuestro amigo nos cuenta sus dramas,
y probablemente un oído abierto,
una mirada comprensiva,
un corazón amable es todo lo que precisa para mitigar sus penas o aclarar sus ideas,
por ahí nuestra sabia intención –fuera de lugar- de correr a solucionarle las cosas,
u ofrecer herramientas y estrategias no solicitadas,
sean justamente lo que el otro no precisa.
Por ello,
el AMOR es dar con benevolencia, pero también con justicia;
por lo cual, precisamos atención, conciencia, apertura, flexibilidad, consideración,
y no simplemente un accionar pleno de buenas intenciones
pero carente de sentido y propósito.
Sí, también en esto de ofrecer nuestro AMOR
debemos comportarnos como constructores de SHALOM.
Como en todo momento y ocasión.