Todo fluye, corre, cambia.
Es imposible detener el cambio porque todo está en constante movimiento.
De hecho, si nos vamos al mundo de lo muy pequeñito, en el reino de lo atómico o menor, nos damos cuenta de que la movilidad es la constante, no hay quietud. Teóricamente cuando se alcanza el frío absoluto recién en entonces cesa el dinamismo y se produce la inmovilidad. ¡Pero vaya uno a saber de esas cosas!
Entonces, para que te quede claro, la roca enorme esa que sabemos que esta petrificada, paralizada por toda la eternidad, en realidad está en constante movimientos sus partículas. Pero además, se encuentra en un planeta que está sometido a muchos movimientos (rota, y un pequeño vaivén, y gira alrededor del centro planetario, y se traslada por la galaxia, y se mueve entre el cúmulo de galaxias). En resumen, ni siquiera ese pedazo gigante de piedra está quieto.
En cuanto a los seres vivos en particular, el cambio es parte esencial de la existencia.
Ojo, hay seres vivos que jamás de desplazan por sus propios medios, están aferrados y en aparente inmovilidad.
Pero cada ser vivo cumple funciones vitales, por lo cual se producen movimientos en su interior, aunque sean imperceptibles, aunque te parezcan más rocas que organismos vivos. Por ejemplo, la vorticela.
Enfocándonos en nosotros, es un hecho cierto y sin dudas de que todo ser humano está sometido al cambio. Sea involuntario o voluntario, grande o pequeño, el cambio es parte sustancial de ser humano.
Hasta las personas que quedan atrapadas en obsesiones, o encerrados por creencias inmovilizantes, o incluso los que están postrados en coma, también en ellos el fluir es parte de su esencia. Piensa qué pasaría si interrumpes el flujo de aire que se le administra al comatoso, o cuántas idas y vueltas se producen en el aparato digestivo del que está obsesionado en una sola idea y no tiene la capacidad mental para zafar de su encierro ideativo.
El movimiento es la esencia de todo, pero en particular de los seres vivos.
Sí, obviamente que también de los vegetales, aunque te creas que porque tu plantita no sale andando de la maceta es por ello una entidad paralítica. Aunque ni te des cuenta, millones de movimientos se están produciendo ahora mismo en su interior y sí, también está conectada con el entorno y reacciona a estímulos y hasta tiene la capacidad de producir los propios con los cuales afectar a otros individuos (de la misma u otra especie). ¡Y ni siquiera mueve un dedito o dice “I’m Groot” cada dos segundos!
Entre los recursos que contamos los humanos está el de poder anclarnos a sucesos del pasado.
Mantener recuerdos con vida y que por tanto tienen influencia en nuestro presente.
Por supuesto que estos anclajes tienen muchos aspectos positivos, que favorecen nuestra existencia actual, que nos permiten beneficiarnos de alguna forma. Imagínate por ejemplo qué drama sería estar buscando todas las veces las llaves de tu casa por todas partes, porque no tienes registro de dónde están.
Nuestro funcionamiento es tan genial que hasta podemos formar hábitos, que se convierten en una segunda naturaleza formada por recurrentes conductas que se han terminado por incorporar a nuestro repertorio de reacciones automatizadas. Es maravilloso como nos ahorra tiempo, energía, fatiga. Ponte a pensar si para escribir estas líneas tuviera que estar viendo el teclado y buscando cada letrita para teclear, una y otra vez. El texto que fluye bajo mis dedos en este momento que lo estoy escribiendo, no fluiría, sino que a tropezones iría armándose. No por alguna dificultad mental, o algún bloqueo emocional, sino simplemente por la incapacidad para tener registrado como hábito la ubicación de las teclas y la forma en que se la presiona para armar palabras. ¿Entendiste?
Por supuesto que esta gran ventaja que son los hábitos también es una gran desventaja, porque nos llenamos de hábitos negativos, poco saludables, malgastadores de energía, violentos, etc.
Por ejemplo, fumar.
Algo parecido ocurre con esos anclajes que te mencione unas pocas líneas antes.
Ya que, ocurre que nos anclamos también en pozos oscuros y dolorosos.
Nos atamos a recuerdos que sería mejor mitigar y evaporar.
Nos empantanamos al punto de dejar varada nuestra vida y no permitirnos fluir, desarrollarnos, disfrutar, producir el cambio saludable.
Por eso hay que aprender a levar las anclas para no quedar varados y en zozobra, manteniendo con vida cosa que ya no son.
Dejar ir el recuerdo perjudicial, aflojar las cadenas que nos atoran el deleite, quebrar los deseos de venganza o de orgullo.
Fluir junto con el mundo que cambia, provocando nuestro desarrollo y no padeciendo el envión que nos tironea.
Aprender a surfear las olas, y a remar para navegar, y no ser como corchos arrastrados por la corriente o algas fijadas al pasado y que no exploran la capacidad de disfrutar.
Es necesario conocer nuestras anclas, evaluarlas, tomar conciencia de aquellas que nos mantienen conectados con cosas que vivifican y diferenciarles de aquellas que nos pesan y hunden hacia el fracaso.
El cambio es inevitable, el movimiento es lo que somos.
Podemos ser socios de él y usarlo en nuestro beneficio, o podemos negarnos y zozobrar hasta naufragar tarde o temprano.