Celdita mental y zona de confort

A algo similar a lo que en general se llama “zona de confort”, nosotros denominamos “celdita mental”.
Consideramos que esta última metáfora es mucho más precisa y apropiada que el errático concepto de “zona de confort”.
Entre otros motivos por la discordancia que proviene de usar el vocablo “confort”, ya que éste hace alusión a las condiciones que proporcionan bienestar o comodidad, y sabemos que si hay algo que no provee la zona de confort es precisamente bienestar.
Puesto que es una falsa sensación de estar bien, ya que la persona está atrapada en una trampa formada por creencias, prejuicios, mandatos sociales, adoctrinamiento, miedos, impotencia y se limita a quedarse en esa situación insalubre y que es displacentera. Sin  embargo, como es un “malo conocido”, o eso se cree, entonces se tiene la fantasía de poseer cierto control, y por tanto no ser tan impotente.
Ya que, se sabe, se experimenta, se intuye, se adivina el dolor y el sufrimiento que acarrea mantenerse en esa zona, dentro de esas murallas angustiantes. No hay sorpresas negativas, no se está en una aventura que puede provocar mayor miseria (aunque pudiera dar exactamente todo lo contrario). Entonces surge esa sensación de control, de dominio, de presciencia, de tener un tantito así de poder aunque se esté ahogado a más no poder en la impotencia.
Esa es precisamente la zona de confort, una cárcel mortal que se adorna para que aparezca menos truculenta.
Mientras tanto, se pierden chances de crecimiento, se arruinan oportunidades para avanzar aunque sea unas pasitos hacia un estado de mayor conciencia y plenitud.

Cuando nosotros preferimos usar el concepto de “celdita mental”, no estamos dando margen para la ilusión de poder.
Estamos declarando con seguridad que es un sitio encerrado, amargo, tenebroso y que está ejerciendo su opresión en el espacio mental. Por tanto, puede –y lo hace- ramificarse a las otras secciones del ser que están bajo la directiva de la mente.
Lo peor de todo es que la celdita tiene una puerta sin pestillo, sin cerrojo.
Es el prisionero el que escoge permanecer aprisionado y en impotencia.

A todo esto, podemos darnos cuenta de que el preso elige mantenerse en su celdita mental, acurrucado en su zonita de confort, porque siente esa minúscula sensación de seguridad que no le brinda el aventurarse un pasito fuera. Porque a un milímetro del borde “protector” de la celdita, se encuentra el vacío, el no saber, la posibilidad de mayor terror. Por tanto, la elección inconsciente, automática, emocionalmente robótica es encadenarse al malo conocido, que al menos brinda esa brisa de poder ilusorio.

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