¿Fiesta? ¿Con ayuno de 25 horas? Exacto. El judaísmo sabe de paradojas profundamente sabias, de verdades que solo se revelan cuando abandonas la lógica superficial. Iom Kipur es una fiesta, cien por ciento judía, de alegría que va hasta el hueso. Y sí, se ayuna. Y no, no es una contradicción.
No es un día de duelo ni de penitencia masoquista. Es el recuerdo viviente del perdón extraordinario que el Eterno otorgó tras el episodio devastador del becerro de oro, cuando todo parecía perdido para siempre. Aquel día histórico, Moshé descendió de la montaña con las segundas tablas de la alianza, las que contienen los catorce enunciados fundamentales del decálogo—mal llamados «diez mandamientos» por una traducción que empobreció su riqueza. Fue precisamente el día en que la relación fracturada entre el pueblo y su Creador se renovó desde las raíces, cuando lo imposible se volvió posible.
Ayunamos no por tristeza autocompasiva ni por castigo, sino para crear un espacio sagrado donde el cuerpo no distraiga al alma de su trabajo más importante. Para que nada—ni el hambre, ni la rutina, ni los automatismos cotidianos—nos robe la conciencia plena de ese momento extraordinario de reconciliación. Es una alegría solemne, diferente a cualquier otra: no de carcajada fácil que se desvanece, sino de paz interior sólida, de esa gratitud profunda que no necesita ruido para ser auténtica.
Vive el ayuno como un brindis sin copa, como una celebración que trasciende lo físico. Agradece en el silencio más puro esa capacidad humana de recomenzar, de recibir una segunda oportunidad cuando todo parecía definitivamente cerrado. Reconoce el milagro cotidiano de que el perdón no sea solo una palabra bonita, sino una realidad transformadora.
Ese es el verdadero motivo de fiesta, el que va más allá de las apariencias: saber con certeza absoluta que el perdón existe como fuerza activa en el universo, que la vida concede nuevos comienzos a quien se atreve a pedirlos con honestidad, que ningún error es definitivo si hay voluntad real de cambio.
Iom Kipur es pura alegría en su versión más elevada: el día en que lo eterno mira tu historia completa—con sus errores y sus aciertos inesperados—y te dice sin condiciones: «te doy otra oportunidad, una más, siempre una más».
Y eso, querido amigo, es un motivo de celebración infinitamente más grande que cualquier banquete, más duradero que cualquier brindis, más verdadero que cualquier fiesta que dependa de elementos externos.
Es la fiesta del alma que se sabe perdonada. ¿Hay algo más festivo que eso?
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