Escuchaba a alguien discursear ayer sobre ser “anav”, como era Moshé.
El más grande de todos ellos.
Lo cual significa “humilde”, “modesto”.
Que como sabemos no quiere decir alguien pobre, disminuido, falto de iniciativa, apocado, debilucho… ¡esa no es la visión tradicional y sagrada del término!
Más por el contrario, “anav” es aquel que tiene conciencia de su valor, de sus virtudes, defectos, potenciales, limitaciones y no reniega de ello.
Sino que, usando todo ello logra formar una personalidad, a lo que damos en llamar Yo Vivido, que está equilibrado y es saludable.
En un trabajo por ser reflejo del Yo Esencial, que también llamamos NESHAMÁ o espíritu.
Volviendo al discurso de ayer, la inteligente persona contrapuso al “anav” con el orgulloso o petulante.
Entonces dijo que éste último se enfoca en sí mismo, en tano que el “anav” se concentra en el prójimo y vivir en cumplimiento del mandamiento (judío) de amarlo como a sí mismo.
Suena coherente y es una linda enseñanza, la cual agradezco y ahora de cierta forma comparto.
Pero al mismo tiempo, me dio chance para pensar un pequeño asunto.
¿Será tan así que el orgulloso mira su ombligo y le importa un rábano las otras personas?
¿Será que el modesto está tan vinculado con el bienestar genuino del prójimo?
Profundizando en el pensamiento así como buscando ejemplos, me parece que la divergencia entre orgulloso y “anav” se encuentra en otra parte.
Porque hay multitud de presumidos que tienen poca noción de sí mismos, de hecho… ¡ninguno la tiene! Porque, como dijimos anteriormente, la definición de “anav” conlleva necesariamente la introspección y el auto conocimiento, hasta llegar a una conciencia plena (en la medida de lo posible) del sí mismo.
Por tanto, si tuviera que optar entre cual de ambos está más enfocado en sí mismo, diría que sin dudas el “anav”.
Porque, es imposible serlo si no se pasa por el Yo Vivido en camino a superar las barreras que le impiden ser reflejo del Yo Esencial.
Pero, el orgulloso tropieza con las cáscaras y máscaras que forman su Yo Vivido, y se queda empantanado en él.
En exilio de su verdadera identidad.
Desenfocado de lo que le puede dar plenitud y bendición.
Entonces, con desespero se concentra en las otras personas para dar ante ellas un show de esplendor, de poder, de galanura, de… de todo eso que carece pero quiere hacer creer que tiene y disfruta.
Por lo cual, el orgulloso siempre está esclavizado de los otros, aunque sea tan narcisista que muera besando su imagen deformada en un espejo.
Los otros están ahí como jueces, aunque quizás ni cuenta se den de que él existe.
Los otros están para halagarlo, aunque sean elogios falsos.
Los otros están para hacer el papel del EGO salvador de los primeros tiempos de vida, y por tanto convertirse en amos del orgulloso, muy a su pesar.
Es decir, el engreído se desvive por ser ante los ojos de los demás.
Y si esos no están en su entorno, entonces ante los demás que tiene en su imaginación y son agrios jueces.
Por su parte el “anav” está en paz consigo mismo, porque no se quiere lucir con lo que no le pertenece.
No se angustia por ser otro, sino que acepta quien es y fluye con ello.
Las otras personas no son ni sus amos ni sus títeres, sino que son precisamente “otros”.
Gente que no es uno.
Por alcanzar un poder verdadero, y no el ficticio del EGO, el “anav” está en condición de amarse y por tanto de amar al prójimo.
Es decir, de tanta seguridad de ser se permite descentrarse de sí para beneficiar genuinamente a otros.
¿Se entiende el concepto?
Agradezco el comentario.
Qué buen enfoque, muy distinto a lo que comunmente se cree y acepta sin más. Que ser humilde es andar con semblante triste y encogiendose de hombros cada vez que se hace algo bueno.
Y pobre del engreido, pobre alma.
Gracias Moré!